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Columna
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Adiós a Gran Bretaña, aún no

Tres años y medio después de votar el Brexit, tras tres votaciones parlamentarias fallidas, a la cuarta no fue tampoco la vencida

Francisco G. Basterra
El primer ministro británico, Boris Johnson, en el Parlamento, el pasado 19 de octubre.
El primer ministro británico, Boris Johnson, en el Parlamento, el pasado 19 de octubre.UK PARLIAMENT (via REUTERS)

Niebla en el Canal de la Mancha, el Reino Unido bloqueado, su Parlamento incapaz de desatar la salida de la UE, 46 años después de su ingreso; un millón de ciudadanos en el centro de Londres pidiendo un segundo referéndum. Cuando todavía actuaba como Gran Bretaña, los partes meteorológicos de la BBC ninguneaban a Europa: niebla en el Canal de Inglaterra, el continente aislado. Tres años y medio después de votar el Brexit, tras tres votaciones parlamentarias fallidas, a la cuarta no fue tampoco la vencida.

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Boris Johnson, que había alcanzado en Bruselas, harta ya del embrollo del Brexit, un compromiso equilibrado, sin frontera terrestre entre las dos Irlandas, a cambio de que el Ulster cumpla las reglas del mercado interior, prefirió retirar la votación del acuerdo evitando un Waterloo parlamentario. En una histórica sesión de los Comunes que, solo durante la Segunda Guerra Mundial y por la guerra de las Malvinas se había reunido en fin de semana, la Cámara fue incapaz de reconciliar los sentimientos opuestos de permanencia o abandono de la UE. El tempestuoso Boris, humillado pero no derrotado definitivamente. El Parlamento obligó al primer ministro a pedir una nueva prórroga a Bruselas, que Johnson cumplió, desafiante, enviando una carta sin firma, acompañada de una segunda en la que desaconsejaba el retraso. La Cámara de los Comunes no emitió un no definitivo, sino un todavía no. ¿Adiós al Reino Unido?, aún no.

Tiempos extraños en los que la gestora británica de activos financieros Schroders, utilizó el pasado jueves en Madrid los datos de una firma de apuestas inglesa para pronosticar el desenlace del Brexit por entender que pueden ser más fiables que las elucubraciones de los expertos. Al mismo tiempo que el presunto primer ministro más breve del Reino Unido, el desvergonzado populista Boris Johnson, educado en Eton y Oxford, émulo de Trump, acariciaba en Bruselas el milagro de cuadrar el círculo del Brexit alcanzando un acuerdo con la UE en el tiempo de descuento, para evitar un corte de amarras salvaje. Ha llovido mucho desde que líderes conservadores de enjundia, como Harold MacMillan y luego Edward Heath, empujaran contra la corriente el ingreso del Reino Unido en Europa en 1973. En 1999, Roy Jenkins, el político progresista británico que mejor entendió a Europa —ocupó la presidencia de la Comisión tres años— acertó al diagnosticar la compleja relación entre un país insular, abierto históricamente a mercados y países muy distantes, con la Comunidad Europea.

“Solo hay dos actitudes coherentes británicas hacia Europa. Una es la de participar plenamente, ejercer influencia y obtener tantos beneficios como sea posible, desde el interior. La otra, reconocer que la historia de Gran Bretaña, su psicología nacional, pueden ser tales que nunca lleguemos a ser más que un miembro reticente, aceptarlo y avanzar hacia una forma ordenada y razonablemente amistosa de separación”. Hágase.fgbasterra@gmail.com

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