El mito de Errejón
El relato que necesitamos ahora es uno que nos ponga ante el espejo de la inclusión y el pluralismo
Hay tres maneras de entender la función del lenguaje, y por extensión de toda la cultura, en la preservación y el avance de nuestras sociedades. La versión que nos gusta a las mentes científicas, analíticas, se centra en la importancia del pensamiento abstracto y la acumulación de conocimiento que facilita una simbología común. En el otro extremo está lo que el historiador Yuval Noah Harari bautizó como “teoría del cotilleo” en su archileído Sapiens: usamos los códigos compartidos para distinguir aquellas personas en las que podemos confiar. Intercambiamos información (más o menos verídica) de otros individuos y grupos hasta que conformamos el nuestro.
Entre el cotilleo y la abstracción se sitúa el mito como tercera vía. El lenguaje nos sirve para contarnos historias sobre nosotros mismos, sobre qué somos y qué queremos ser. La construcción de mitologías comunes sirve al mismo tiempo como abstracción, como acumulación y como filtro: si la compartes, estás dentro. Si no, te quedas fuera.
Cada nuevo proyecto político encierra una propuesta de mito (ideología, narrativa). El de Íñigo Errejón no será excepción. La pregunta es qué clase de historia nos contará para que después nos la relatemos a nosotros mismos. Por ejemplo: un cuento de raíz populista, de mayorías, sería potencialmente nocivo porque exacerbaría ciertas divisiones dicotómicas nacientes en nuestras sociedades. La exclusión solo genera exclusión del bando contrario como respuesta. Y al final pierden las minorías. Todas.
No. El mito que necesitamos ahora es uno que nos ponga ante el espejo de la inclusión y el pluralismo. Que nos dibuje a nosotros mismos como lo que hemos visto una y otra vez en las urnas. Un abanico de opciones que no funcionan si no se articulan entre sí mismas. Este tipo de mito es el más difícil de construir porque niega parte de su razón de ser: no sirve como filtro de aceptables e inaceptables en el corazón de nuestro grupo. Pero por eso mismo, una vez instaurado, se vuelve poderoso: cuando todo el mundo tiene una parte del pastel ya nadie quiere perderlo. Este motivo de fondo es realista, pero su ropaje puede ser vistoso: la apertura en un mundo que se cierra sobre sí mismo es una historia bonita que lucir.
Ese es el reto ante el que otras, recientes incorporaciones al panorama político español han fallado. Está por ver si Íñigo Errejón se le medirá a tamaño desafío. @jorgegalindo
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