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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
capítulo 2/7

Asesinatos y otras razones por las que el monte Gurugú es un infierno

En el segundo capítulo de la ruta migratoria de Jean Koulio, el joven guineano describe su año de estancia en Marruecos

Jean Koulio, en Madrid.
Jean Koulio, en Madrid.Casilda Saldaña
Lola Hierro

En el capítulo anterior, Jean Koulio relató las razones por las que decidió dejar su país natal, Guinea, y empezar una ruta migratoria. Después de pasar por Senegal, Mauritania, Mali y Libia, llegó a Marruecos y acabó en el Gurugú. Este monte, ubicado a unos pocos cientos de metros de la valla que separa la frontera entre Marruecos y Melilla, es hogar temporal de miles de hombres provenientes de distintos países de África. Allí esperan una oportunidad para esquivar a las autoridades marroquíes, saltar la valla y pisar Melilla, es decir, España, es decir, Europa, para labrarse un mejor porvenir. Las pésimas condiciones de vida en el Gurugú, así como los malos tratos de la policía marroquí a los migrantes, han sido descritas en numerosísimas ocasiones por quienes han morado allí, y no pocos reportajes periodísticos han documentado esta realidad.

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Del capítulo anterior: Pasé más de dos semanas de viaje hasta que llegué a Marruecos el 6 de marzo de 2014. Malick finalmente estaba en Tánger; yo me había hecho amigos que conocían el camino, y que me decían que se dirigían al monte Gurugú. Yo quería probar de todo. A partir de este día y hasta el 11 de marzo de 2015 mi vida fue un infierno.

P. ¿Tú querías ir?
R. Yo quería probar a ver qué pasaba en el Gurugú. Aguanté un año. Ese año que estuve en Marruecos solo estuve en ese monte, salvo dos días que me quedé en Rabat para descansar después de varios intentos de cruzar la valla de Melilla.
P. ¿Pero te habían contado lo de la valla? ¿Cuándo te enteras por primera vez?
R. De la existencia de la valla me entero cuando llego a Argelia. De lo que me hablaba mi amigo Malick era de pateras, pero cuando llegué a Argelia pregunté y algunas buenas personas me explicaron cómo eran las cosas. Otros me decían: "De pateras no te voy a hablar, son muy peligrosas, prefiero que intentes saltar la valla". Yo preguntaba: "Pero la valla ¿dónde está?". Y me respondían: "Aquí en Marruecos, entre España y Marruecos". No tenía idea de que había una ciudad española llamada Melilla que está en África. A mí en la escuela siempre me habían enseñado que entre Marruecos y España está el mar Mediterráneo. ¿Pero cómo pueden colocar una valla si hay agua? Al llegar al Gurugú supe que sí que era verdad.
P. ¿Desde el Gurugú se ve?
R. ¡Hombre! La luz de Melilla es la que ilumina el Gurugú. Porque desde allí a la valla hay casi 600 metros. Cuando se preparaba un salto, algunos de nosotros bajábamos corriendo desde lo alto del monte (se ríe), y en ese momento es cuando haces por escapar de la policía [marroquí]. Dos policías no pueden parar a 600 personas, así que dejan el camino libre a otros. Los que pueden entrar, entran; los que no han podido escalar por la verja, se quedan.
P. Cuéntame la vida en el Gurugú. ¿Por qué dices que es un infierno?
R. Lo duro de todo esto es el maltrato de la policía a los migrantes. La policía marroquí sube al Gurugú y te coge, te quema los colchones, te tiran la comida al suelo, el arroz o lo que sea. Hay chicos que no se pueden escapar porque tienen heridas graves o alguna enfermedad y no pueden salir corriendo. A esos les pegan. Su única preocupación es asegurar la frontera y pegar a los migrantes, y mala suerte si te cogen a cinco metros de la valla. Si te pillan en Marruecos y sales vivo, es que Dios está contigo. Te lo aseguro. Han matado a varios de mis amigos. Tenía uno que se llamaba Oxy y un día no estaba más. No falleció allí, pero le habían pegado tanto que, al llegar a Rabat, estaba muerto.
P. ¿A ti te han pegado?
R. A mí muchas veces. Si intentas saltar y no lo logras, te pegan. Yo lo conseguí a la octava, así que las otras siete me han pegado mucho. Otra vez me peleé con un policía en el mercado de Nador [a unos 15 kilómetros del monte] porque fuimos a buscar comida. Cuando la gente terminar de vender su productos y recoge su puesto, tira lo que sobra, así que nosotros aprovechábamos para recuperar algo y comer durante la semana. Yo estaba parado y llegó un policía de la valla pese a que estábamos muy lejos de ella. Me dijo que la ley exige que esté como mínimo a diez metros de distancia de la valla y yo estaba mucho más lejos, pero él me cogió y me amenazó con que me iba a detener para que me llevaran a Rabat. Yo le di un codazo, claro. Entonces llegaron dos de sus colegas, me cogieron y me dijeron que iban a meterme en la cárcel, pero como había muchos chicos africanos, empezaron a gritar todos y al final nos escapamos.
P. ¿Te parecieron racistas los marroquíes?
R. En cada sitio hay racistas y hay gente buena. Hemos conocido más gente buena en Marruecos, y también hemos conocido a racistas.
P. ¿Conseguiste entonces pasar a la octava a Melilla?
R. El día que entré en Melilla fue el 11 de marzo de 2015. Salté la valla a las cuatro de la madrugada. Antes no había conseguido entrar; por el camino hay obstáculos, agujeros, y era fácil caerse dentro durante la carrera.
P. ¿Llegaste a treparla más de una vez?
R. Salvo el día que me caí a una zanja, todas las otras veces subí. Yo decía que si me dejaban en la valla solo por un minuto y medio, podía llegar arriba. Mide siete metros, pero la tenía perfectamente controlada.
P. ¿Cómo podías treparla?
R. Con fuerza; la mano no entraba en los agujeros, pero tenía unos hierros sacados de una obra que podía usar como ganchos, en los pies también. Yo con los pies no me enteraba pero con las manos… (Risas). Era difícil, pero subía.
Si la policía te pilla en Marruecos y sales vivo, es que Dios está contigo
P. ¿Qué ocurrió las otras seis veces?
R. La primera, que no sabía por dónde tenía que ir y me atrapó la Guardia Civil española. Me devolvieron rapidísimamente porque hay puertas en la valla cada 20 metros. Me cogieron, abrieron la puerta y para afuera.
P. ¿Sabes que eso es una vulneración de los derechos humanos aunque se haya legalizado?
R. Sí, pero así pasa. Entras y te sacan por la puerta. Así que si saltas y te coge la policía nacional, estás salvado, porque te llevan a comisaría, pero si te coge la Guardia Civil, te mandan fuera.
P. ¿Todo esto os lo contáis en el Gurugú?
R. En el Gurugú encontré un chico que llevaba dos o tres años intentando entrar, pero cada vez que lo hacía, la Guardia Civil le expulsaba. Mis seis o siete veces no es son nada para él. Y al revés, he visto gente que ha llegado una noche y al día siguiente ha cruzado. Si a esa persona le preguntas si la valla es difícil, te dirá que no.
P. Pero ¿cuántos erais en el Gurugú?
R. Solo guineanos había más de 400 chicos. Había más de mil personas de todas las nacionalidades. Son historias que a veces me vienen a la cabeza, pero ya pasaron.
P. Es que con 25 años has vivido más que otros con 90…
R. Sí, he pasado muchas cosas, pero hay gente que ha sufrido más que yo y que al final no ha conseguido entrar. Tuve un compañero allí que, después ha pasado por Libia y cruzar el Mediterráneo, él no lo consiguió. Y yo sí estoy aquí, gracias a Dios. Yo en Marruecos decía a todos mis compañeros que no iba a encontrar un sitio mejor en el que quedarme que el Gurugú, porque allí no pagaba casa (risas). Allí había pocas cosas que hacer, pero todo lo que hacíamos era en equipo. Nada te motiva, y cuando ves que el compañero con el que estabas ayer te llama al día siguiente para decir que ha llegado a Melilla... Es difícil cuando conoces a una persona allí con la que hablas, caminas cada mañana, te levantas con ella y vas al mercadillo a buscar cosas, con el que explicas cómo son tus sueños y el futuro que esperas… Y una mañana te levantas y te dicen que justo la noche anterior salió y consiguió entrar.
P. ¿Te alegrabas?
R. ¡No te puedes alegrar! Hay que decir la verdad. En ese momento te pones celoso, nervioso y te pones a llorar. Son días que yo he vivido muchas veces: no te dan ganas ni de comer, no puedes dormir...
P. Sientes desesperanza…
R. Te preguntas siempre cuándo lo harás tú y empiezas a pensar por qué no has sido tú… Pero a cada uno le llega su día y su momento.
P. Ese año en el Gurugú dio para hacer amistades muy fuertes, ¿no?
R. Claro, dormíamos en el mismo sitio, en el mismo bosque. Nadie podía decir que uno vivía mejor que otro. Todos somos iguales. Ahora muchos están aquí [España], con los que están en África no tengo relación. Y también muchos fallecieron en el mar cuando cogieron la patera.
P. Cuando saltaste la valla, ¿tu idea seguía siendo volver a Guinea?
R. A Guinea hay que volver, claro, porque es mi origen, mi país, hay que volver.
Yo decía que si me dejaban en la valla solo por un minuto y medio, podía llegar arriba. Mide siete metros, pero la tenía perfectamente controlada
P. ¿Estás en España de tránsito?
R. No, el tránsito ya hay que olvidarlo; estoy pensando en viajar por Francia, pero ya en España me quedo tranquilo. Aunque quiero volver un día a mi país de visita.
P. Cuando llegaste a Melilla, ¿qué fue lo primero que pensaste?
R. Cuándo salté la valla esa mañana, lo primero era correr y nada más. Llegué al CETI [Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes] como a las 12 del mediodía.
P. ¿Te hiciste daño al saltar?

Sí, en la mano y el pie. En el CETI me curó la Cruz Roja y allí me quedé dos meses. El trato fue bueno, mejor que en el Gurugú, claro.

P. Cuando te viste en España ya te identificó la policía. ¿Qué pasó contigo?
R. Te llevan a comisaría para registrarte y luego te llevan al CETI y ya está; desde ahí esperas solo a que te den una salida para Madrid o para un pueblo de España. A mí me tocó Madrid. Nos fuimos en grupo en barco hasta Málaga. Siempre hay una persona esperándote en el puerto de llegada que es de la ONG con la que te tienes que ir. Llegan con autobuses y hay que subirse para que te lleven a tu centro. A mí me esperaba una persona de una organización que se llama Dianova, en Ambite (Madrid).
P. ¿Recuerdas la travesía en barco? ¿Pensaste en la gente que cruza en patera?
R. Solo fueron cuatro o cinco horas de viaje. Sí pensé, pero no salí a la cubierta, ¿para qué iba a mirar? Fui bien sentado, viendo películas en la tele hasta que nos dijeron que habíamos llegado y teníamos que bajar.
P. ¿Recuerdas qué sensaciones tenías? Supongo que no sabías muy bien qué ibas a encontrar...
R. Sentía alegría porque iba a España por fin, claro. Porque en Melilla me dije que ya había conseguido traspasar la valla, pero no era una alegría completa porque no estaba en Europa, porque Melilla es una parte de África, pero de administración española. Dentro del barco lo único que me venía a la cabeza era cómo iba a planificar las cosas cuando llegara a la península.
P. ¿Sabías que ibas a Madrid?
R. No sabía que iba a Madrid. Nos habían dicho que en Málaga habría ONG que nos estarían esperando y nos llevarían a diferentes sitios, así que no sabía realmente dónde me tenía que ir. Algunos chicos que había conocido en el CETI y que se marcharon antes que yo habían llamado para contar que los habían mandado a Madrid, a Málaga, a Bilbao... Pero yo no tenía ni idea de dónde me iban a mandar.

Continuará...

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

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