El solomillo de la democracia
Nos quejamos por tener que volver a votar. Peor sería no poder hacerlo


La historia de amor de Paul Newman y Joanne Woodward duró más de medio siglo. Cuando alguna vez le preguntaban al actor cómo era posible semejante fidelidad en un mundillo donde hay personas que cambian de pareja más a menudo que de reloj, el marido de la señora Woodward solía responder: “Para qué vas a comerte una hamburguesa fuera si tienes en casa un solomillo”. Newman tuvo la elegancia de morirse 10 segundos antes del advenimiento de una época donde esta respuesta hubiera sido tachada de ofensiva al menos por dos razones: machista y carnívora. Y encima al actor además le gustaban los coches. Menos mal que los ojos azules y la media sonrisa no son políticamente incorrectos. Todavía.
Y aunque lo famoso sea la respuesta, lo interesante está en la pregunta. ¿No se cansa uno de lo bueno? En este modelo social de la novedad constante y el hastío insaciable en el que estamos gozosamente metidos hasta el cuello, pareciera que lo bueno solo es bueno porque es nuevo. La novedad es buena per se, mientras que lo habitual es aburrido. Por lo tanto, lo normal es cansarse del solomillo. O de la hamburguesa de tofu, que hay que dar gusto a todos.
La nueva convocatoria electoral ha sido recibida con un clamoroso “¿de nuevo? ¡qué pesadez!” por parte de un electorado cada vez más convertido en hinchada. Cuatro elecciones en cuatro años, efectivamente es mucho, pero porque denotan problemas de funcionamiento de nuestra democracia. Una sugerencia, en su próxima ronda de entrevistas a los líderes de los partidos tras las elecciones, el Rey debería regalarles unos audífonos o un volante para el otorrino. Lo que tienen no son problemas de sueño, sino de audición.
Pero resulta que las elecciones son el solomillo de la democracia. Cansarse de votar en un país que no destaca precisamente por haber sido la cuna de la democracia —aunque algunos hablen como si se hubiera inventado aquí— resulta curioso. Los españoles han estado a régimen —con minúscula y también con mayúscula— durante casi medio siglo XX. De 1923 a 1930 y de 1936 a 1975. Y de la otra mitad, casi todo el tiempo —de 1901 a 1922— a dieta blanda.
Es interminable la lista de países del mundo cuyos ciudadanos quisieran poder quejarse de votar. O simplemente votar. Qué pesadez. Otra vez solomillo.
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