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Tribuna
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Revolucionarios conservadores

El Parlamento británico ha iniciado la tarea de detener el populismo nacionalista por medios democráticos. Si hay nuevas elecciones, los partidos de la oposición tienen que cooperar como no han hecho nunca antes

Timothy Garton Ash
Nicolás Aznarez

El Reino Unido se aproxima a toda velocidad a un momento decisivo para la democracia. El culebrón del Brexit puede acabar siendo uno de los peores casos de la plaga mundial actual de populismos nacionalistas o el mejor ejemplo de una democracia contraatacando. Para aprovechar la oportunidad que ofrece esta crisis será necesaria una prudencia extraordinaria por parte de todos los votantes británicos que quieren que su país sea fiel a sí mismo. En otras ocasiones hemos hablado de voto táctico; ahora será un voto existencial.

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Tal vez afirmar que el populismo británico puede ser uno de los peores parezca un ejemplo más de la importancia desmesurada que se atribuye el Reino Unido a sí mismo. ¿Peor que la destrucción de la democracia practicada por Viktor Orbán en Hungría? ¿Peor que el daño que Donald Trump puede hacer al orden internacional? Pero no hay ningún otro populismo que con tanta certeza vaya a descomponer el país que asegura querer salvar. El Brexit salvaje hacia el que nos lleva el primer ministro Boris Johnson, como un piloto de carreras enloquecido, puede muy bien suponer el fin del Reino Unido. Además de debilitar la Unión Europea y la alianza transatlántica.

Por supuesto, en comparación con Hungría, y mucho más Turquía o Rusia, el populismo británico no parece tan malo; pero, en una de las democracias parlamentarias más antiguas del mundo, lo que ha sucedido en Westminster es una conmoción. El Partido Conservador, un gran templo de centroderecha desde hace al menos un siglo, se ha convertido en el Partido Conservador Revolucionario. La semana pasada expulsó a 21 diputados, entre ellos el nieto de Churchill y dos antiguos ministros de Hacienda, con mucho más derecho a llamarse conservadores que Johnson y sobre todo que Dominic Cummings, su mefistofélico asesor, que ni siquiera es miembro del partido. Cuando Amber Rudd, conservadora de la corriente de “una nación”, dimitió del Gobierno en agosto, dijo que estábamos ante “un asalto a la decencia y la democracia”. Los revolucionarios conservadores han impuesto la suspensión más prolongada del Parlamento desde 1930 y la han justificado con una mentira. “El pueblo nunca perdonará a los conspiradores de la permanencia si no se rinden”, proclamó el domingo Jacob Rees-Mogg, líder conservador en la Cámara Baja, en el tabloide The Daily Mail, sin tener en cuenta que la última vez que habló el pueblo en las urnas fue en las elecciones de 2017, que produjeron precisamente este Parlamento de “conspiradores de la permanencia”.

Y aquí llegamos al lado positivo. Los espectadores de todo el mundo se han reído de la Cámara de los Comunes, con sus anticuados procedimientos y su teatrero presidente. Sin embargo, el Parlamento de Westminster está dándonos motivos de orgullo a los británicos. En los dos últimos años, los bancos de cuero verde han presenciado grandes discursos, profunda emoción y un valor poco usual, hombres y mujeres que han puesto los intereses nacionales por encima de la conveniencia personal y del partido. Ahora, el Parlamento ha parado los pies a los matones populistas, al aprobar una ley que obliga al Gobierno a pedir la prórroga del artículo 50 si no existe un acuerdo con la UE y aprobado por los diputados para el 19 de octubre. Si Johnson se niega, como amenaza hacer, infringiría la ley y podría tener que ir a la cárcel.

El Brexit hacia el que nos lleva Johnson como un piloto de carreras enloquecido puede suponer el fin del Reino Unido

¿En qué debe consistir el momento decisivo para la democracia del Reino Unido? El ex primer ministro Tony Blair opina que debería convocarse ya un segundo referéndum. Esa debe ser nuestra meta, pero en este Parlamento no hay los votos necesarios para aprobar la ley correspondiente. Es posible que Johnson renuncie a sus líneas rojas y se arrastre hacia una versión ligeramente modificada del acuerdo negociado por su predecesora, Theresa May, que podría aprobarse en la cumbre europea de los días 17 y 18 de octubre e incluso pasar por los pelos en este Parlamento.

Si no es así, el siguiente paso son unas elecciones generales. Como Johnson no es de fiar, los partidos de la oposición han decidido esperar hasta que esté garantizada la prórroga del artículo 50 antes de consentir las elecciones. Si Johnson dimite para no pedir la prórroga, llegaremos a las elecciones por otro camino. Aunque los 27 tengan casi agotada su paciencia, la UE haría bien en conceder una prórroga de al menos dos meses, dejando bien claro que el Parlamento del Reino Unido debe lograr que se convoquen elecciones generales en ese plazo. La alternativa, un Brexit sin acuerdo, es mucho peor para las dos partes y las futuras relaciones entre ellas.

En esas elecciones, los partidarios del Brexit duro partirán con ventaja. Tienen un objetivo único y definido —que el Reino Unido abandone la UE— y sus votos solo se pueden dividir entre dos partidos, el de los conservadores revolucionarios y el de Nigel Farage, que podrían firmar un pacto electoral. Farage dice que “una alianza entre Boris y yo” sería “imparable”.

Aunque los 27 tengan casi agotada su paciencia, la UE haría bien en conceder al menos dos meses de prórroga

El otro bando no tiene un objetivo claro ni único. Muchos, como yo, quieren un segundo referéndum, pero otros solo quieren un Brexit más suave. Y nuestros votos pueden repartirse entre siete candidaturas: los laboristas, liberales demócratas, verdes, Partido Nacionalista Escocés en Escocia, Plaid Cymru en Gales, el grupo independiente y los ya numerosos exdiputados conservadores, algunos de los cuales quizá se presenten como conservadores independientes.

Por consiguiente, para ganar estas elecciones será necesario que, en cada circunscripción, los partidos de la oposición cooperen como nunca antes. En particular, los laboristas y los liberales demócratas deben estar dispuestos a ver en cada caso qué partido tiene un candidato prorreferéndum mejor situado y a retirarse el otro. También hará falta una movilización sin precedentes de los votantes, con disciplina, y la capacidad de identificar al candidato que conviene respaldar en cada distrito. Eso es lo que denomino voto existencial. La campaña Voto del pueblo promete que dará orientaciones en su página web [espero que recomienden apoyar a conservadores independientes como Dominic Grieve]. Las redes sociales y la participación de los jóvenes serán cruciales. Gente del equipo del 10 de Downing Street ha dicho a Katie Perrior, antigua directora de comunicaciones de May, que uno de los motivos por los que desean elecciones anticipadas es impedir que los estudiantes que están empezando el curso tengan tiempo de inscribirse para votar y quizá variar los resultados en las ciudades con universidad. Espero que los estudiantes capten el mensaje y tengan claro qué es lo que deben hacer.

Aunque los partidos de oposición y los independientes obtengan mayoría, tendrán que aguantar unidos para sacar adelante la ley de un nuevo referéndum. Si se celebra ese nuevo referéndum, todavía tendremos que ganarlo. Y aunque lo ganemos, tendremos la inmensa tarea de demostrar a quienes votaron sí al Brexit en 2016, a menudo, por motivos que tenían poco que ver con la realidad, que hemos oído sus quejas. Pero, por lo menos, todavía habrá una oportunidad —tal vez la última— para que una de las democracias más venerables del mundo ayude a contrarrestar la ola actual de populismos nacionalistas.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. @fromTGA.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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