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Columna
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Una lección de democracia

Las crisis políticas no se resuelven en el secretismo de las conspiraciones ni en la intemperie de las redes o de las plazas colmadas

Lluís Bassets
El ministro del Interior y líder de la Liga, Matteo Salvini, y el primer ministro, Giuseppe Conte.
El ministro del Interior y líder de la Liga, Matteo Salvini, y el primer ministro, Giuseppe Conte.Guglielmo Mangiapane (REUTERS)

El mejor episodio de un Gobierno corto e imposible ha sido su final, una doble culminación: de una cabalgada demagógica y de una trayectoria académica. El demagogo ha intentado un golpe de audacia: romper el Ejecutivo de coalición desde dentro, en pleno periodo vacacional; obtener el voto de desconfianza contra el primer ministro, su primer ministro; ir a elecciones anticipadas, y hacerse con el trofeo, los plenos poderes según su definición de indiscutible inspiración dictatorial. El profesor, el primer ministro, ha exhibido sus dotes de jurista para pararle los pies y responder con una entera lección, práctica y teórica, de democracia.

El centro de la política es el Parlamento, que es el que otorga la confianza al primer ministro y el que puede negársela. Las crisis políticas no se resuelven ni en el secretismo de las conspiraciones ni en la intemperie de las redes sociales, o menos todavía bajo la presión de las plazas colmadas. Los representantes políticos, y especialmente los gobernantes, deben tener sensibilidad institucional, una actitud respetuosa con las reglas de juego, las escritas y las no escritas, y un buen conocimiento de la cultura constitucional. No hay lugar para el poder personal, y menos todavía para los plenos poderes en un sistema con equilibrios y contrapesos entre las distintas ramas del Estado. Finalmente, no es tolerable la mezcla entre símbolos vinculados a los sentimientos religiosos y los eslóganes políticos, que atentan contra algo tan esencial como la laicidad.

La novedad de nuestra época es que estas obviedades, el ABC de la democracia representativa, la única realmente existente, no son compartidas por el jefe de un partido y ministro de un Gobierno con aspiraciones de alcanzar la presidencia del consejo ejecutivo en un país de tanta envergadura y centralidad como Italia. Matteo Salvini, hasta ahora ministro del Interior y presidente de la Lega, ha intentado el asalto al poder enarbolando la doble y negra bandera del rechazo a la inmigración y a la Unión Europea y ha sido, como consecuencia, debidamente aleccionado en el Senado italiano, aunque sin provecho ni caso alguno, claro está, por el hasta ahora primer ministro Giuseppe Conte.

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Salvini no es un caso excepcional de pésima educación democrática, sino uno más de los muchos políticos demagogos que compiten por pervertir la democracia hasta reducirla, al final, a la mínima expresión de introducir un día una vez un voto en una urna y esperar a que luego, con ellos ya en el poder, llegue el diluvio. La lección impartida por Conte tiene valor universal.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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