Mala educación machista
Puedes perder una carrera extraordinaria, 50 años de talento y prestigio por 50 minutos de placer exprés
Este verano he vuelto a Menorca. Lo considero una buena señal, que los pasos regresan al buen camino. Y que la isla que he recuperado mantiene su mezcla tranquila entre lo remoto y lo cercano. Están los payeses de siempre y esos forasteros que empezaron a poblarla desde los años 70, pero también los hipsters, de Barcelona y Madrid, que acuden bronceados a galerías de arte, talleres de ceramistas o a locales reunidos en un par de calles de Mahón. “Menorca puede ser muchas cosas”, me dice un chico que parece francés pero en realidad es asturiano, “lo que está claro es que no es Ibiza”.
Sin embargo, algunos temas de conversación se reproducen casi miméticos en ambas islas. El impase provocado por la posible recontratación de Neymar en el Barça o que de fallar esta se traslade al Real Madrid, es una de esas conversaciones. Un grupo de entusiastas seguidores del Barça plantea el tema en una cena en Roto, el nuevo restaurante en el puerto de Ibiza. Los del Barça preferirían que si Neymar regresa al equipo, sea para jugar y ganar. No para pasarse su contrato víctima de las lesiones, como consensúan su etapa en el Paris Saint Germain. A mi otro lado de la mesa, una señora muestra curiosidad porque me interese tanto el fútbol. “Solo durante el verano”, aclaro. Y la discusión se acrecienta. “Si se lo queda el Madrid, que se hunda como jugador”, sentencian los blaugrana entre grandes risotadas.
Contratos, fútbol y verano siempre avivan y ponen briosos a los caballeros y a las cenas. Me gusta. Aunque piense que Neymar se equivocó marchándose de la protección del Barça. Todo lo que le pasó en París, empezando por esos selfies narcisistas enseñando sus tatuajes, la fiesta de cumpleaños de tres días hasta el vídeo grabado con cámara oculta enseñando una extraña relación con una bloguera sexy, resultaron muy malas experiencias. El Neymar que regresa tiene un punto de muñeco roto, que es lo que intentan decir en la conversación en Roto. “Lo del supuesto interés del Real Madrid es un bluf”, me comentan. “La negociación va camino de parecerse a la investidura de Pedro Sánchez”, agregan. “¿Cómo se dice bluf en francés?”, exige otro comensal. “Bleuf”, responde una de las damas. ¿Y en español? Farol.
Cuando al fin llego a Menorca, después de una escala en Mallorca, lo que encuentro es el shock por las acusaciones de nueve mujeres contra Plácido Domingo por supuestos abusos. “Eso es imposible”, se escucha clamorosamente. “Domingo es un español internacional, una carrera intachable, incapaz de hacerle daño a nadie. Y Ainhoa Arteta y Paloma San Basilio lo han defendido públicamente”, argumentan. Alguien matiza que las acusaciones de las entrevistadas por la agencia Associated Press dejan bastante claro la probabilidad de un patrón de conducta complicada: que abusaba de su propio poder, sobre todo desde el momento que Domingo es nombrado Director Artístico de la Ópera de Los Ángeles. Por ese cargo, escoge directamente los elencos y el repertorio. “¿Y por qué esperar 30 años para denunciarlo?”, insisten los cuestionadores. Prefiero callar porque esta autonegación me ha pasado con otras personas señaladas por la misma acusación. Por ejemplo: Woody Allen. Intento explicarme que el genio, el artista o el deportista tiene que separarse del hombre, el padre, el ciudadano. Pero reconozco que cada vez me resulta más difícil. Cada vez pienso más en quienes presentan la acusación. Me detengo a analizar ese momento en que se ven obligadas a ceder ante el acoso del más fuerte. Y una vez consumado, se quedan solas. Para ese momento ni Allen, ni Domingo ni el financiero Epstein, están presentes. Solo las acompañan esos largos minutos, que se vuelven años para intentar olvidar. O denunciar.
El caso Epstein, una posible trama de tráfico sexual de menores en aviones privados en Nueva York, también genera acalorados debates en Menorca. Uno de los posibles implicados es el príncipe Andrés de Inglaterra y otro un presidente “que habla en español”. Figuran entre los pasajeros de ese avión privado cargado de favores llamado Lolita Express. Hombres, poder y sexo. Detenido ante el puerto de Mahón, reflexiono. Los hombres tenemos que revisarnos. La mala educación machista nos hace débiles. Puedes perder una carrera extraordinaria, 50 años de talento y prestigio por 50 minutos de placer exprés. La única compensación es intentar repetirlo, otros 50 minutos de mentira. Para volver a cualquier aeropuerto o escenario, sintiéndote satisfecho.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.