_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mentirosa

Sigue viva la idea de que ellos supuestamente buscan sólo un revolcón y ellas supuestamente buscan amor total

Leila Guerriero
El músico brasileño Hermeto Pascoal.
El músico brasileño Hermeto Pascoal.

El otro día, en una cena, alguien sacó un tema que siempre —y más a estas alturas— me produce ganas de salir corriendo, o de gritar, o de quedarme muda: la forma en la que hombres y mujeres se relacionan entre sí. Ellos, supuestamente, buscando sólo un revolcón; ellas, supuestamente, buscando amor total. Elegí quedarme muda y recordé. Era una playa de Alagoas, Brasil. Habíamos llegado temprano para estar cerca del escenario. Empezaban los noventa y yo nunca había escuchado a Hermeto Pascoal, pero por esos días cualquier plan me hubiera venido bien. Escuchar canto gregoriano, vivir en una carpa, trepar un volcán. Ya saben cómo es, y ni siquiera es amor: es una suerte de enajenación, una avidez animal, bruta. Estábamos con amigos suyos —él era local, yo no tenía amigos en el área— y pasamos horas conversando, esperando que empezara el recital. En algún momento, empezó. Hermeto es un músico sofisticado, talentoso. Aquel día apareció en el escenario con una tetera y un palito. Seguramente había más cosas: yo sólo recuerdo la tetera y el palito porque fueron los instrumentos de mi flagelación. Siguieron dos horas de una música hecha de retazos, ruidos digestivos, gorgoteos. A mi alrededor, todos parecían embelesados. Yo escuchaba esa música —el sonido de la indiferencia o la locura— sintiendo la agonía del aburrimiento, y tuve un despertar súbito bajo la forma de pregunta ardiente: “¿Qué estoy haciendo acá?”. Entonces él —ya saben, ni siquiera es amor— me preguntó, sonriendo: “¿Te gusta?”. No estábamos ahí construyendo el futuro. Yo sólo quería pasar unos cuantos días más bajando al mar de noche, comprándole ostras al viejo de la playa, nadando en la encantadora superficie de la vida. Así que lo miré, sonreí y, con mis mejores colmillos, le dije: “Me encanta”.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_