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Tribuna
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Jóvenes frustrados

Los partidos políticos manipulan las ilusiones fallidas de la juventud para obtener votos. Así se explica el ascenso de la Liga

Matteo Salvini, vicepresidente italiano, besa un rosario
Matteo Salvini, vicepresidente italiano, besa un rosarioGETTYIMAGES

Entre los récords de Italia en el seno de la UE se cuenta el drama de los jóvenes: los datos actualizados de Eurostat afirman que el porcentaje de aquellos que ni estudian ni trabajan entre los 20 y los 34 años (los llamados ninis) sigue siendo el más alto de Europa, con un 28,9%, casi el doble de la media. Baste con pensar que la media de la zona euro es del 17,2%, mientras que la media de la UE es del 16,5%. Y mientras el Gobierno soberanista italiano acoge con satisfacción la disminución del desempleo juvenil desde el 31,1% hasta el 30,5%, finge olvidar que gracias al aumento constante de la deuda pública (que acaba de aumentar hasta el 132,2% del PIB), actualmente, cada recién nacido, tan pronto como tiene la desgracia de abandonar el útero materno, se encuentra con una hipotética deuda de casi 40.000 euros.

Para todo joven lo que está claro es que no le queda más remedio que familiarizarse, además de con esas deudas, también con la frustración. Cada joven la experimenta al verse incapaz de mantener su promesa de autoafirmación. Lo que marca la diferencia entre la frustración actual y la de tiempos pasados es que la de hoy ya no está inducida por los propios jóvenes, por sus deseos de supervivencia, económica por encima de todo, sino que les es impuesta desde edad muy temprana por la propia sociedad. Hoy, todo joven se siente víctima de la regla “si puedes hacerlo, entonces debes hacerlo”.

Lo que está en juego es la pertenencia a la sociedad, el no sentirse unos “pringados”, unos rechazados, un desecho de la sociedad. Si antes los estímulos para alcanzar la autoafirmación eran escasos y, sobre todo, agavillaban las esperanzas juveniles de manera tendencialmente homogénea, ahora la sobreabundancia de estímulos crea en cada joven la ilusión de su excepcionalidad con respecto a los demás, aumentando la distancia con sus “semejantes”, haciéndole creer constantemente que es capaz de manejar por sí solo la sobreabundancia de la búsqueda del sentido de la vida. Pero la vida se ha vuelto líquida, y gestionarla imaginando trayectorias predefinidas es extremadamente perjudicial.

No es casualidad que el cociente de frustración tienda a ser particularmente elevado en países con un alto porcentaje de jóvenes con estudios. Cuanto más aumentan las expectativas, a las que también contribuye un título académico, mayor será la desilusión al comprender que, a pesar de cualquier título, uno resulta invisible para la sociedad.

El partido de Matteo Salvini está liberalizando la xenofobia; el paso siguiente será probablemente liberalizar el racismo

En el mundo, casi 1.800 millones de personas tienen entre 15 y 30 años, pero cada año aumenta el porcentaje de frustrados entre ellos, puesto que esta es, de hecho, la franja de edad definitivamente globalizada y considerada superflua para todo, excepto por su capacidad y rapidez de consumo. En efecto, si los menos jóvenes se caracterizan por ciclos de consumo, reciclaje y solo en última instancia descarte (un antiguo recuerdo de lo que queda de las enseñanzas de nuestros antepasados de la sociedad sólida), los más jóvenes han sido adiestrados por el mercado para eliminar la palabra “reciclaje” de su vocabulario.

En Italia, el ministro del Interior y vicepresidente del Gobierno, Matteo Salvini, ha tratado de proporcionarles otro antídoto contra la frustración, tras haberse dado cuenta de lo efectivo que resulta crear válvulas de desahogo para aliviar las tensiones. Gracias a la exaltación del odio para desahogarse aquí y ahora contra un objetivo accesible que no puede defenderse, Italia está liberalizando la xenofobia. El paso sucesivo será, con toda probabilidad, la liberalización del racismo.

La política instrumentaliza el dolor y la frustración de los jóvenes para obtener votos y consensos. Quienes votaban antes por formaciones moderadas, hoy parecen sentirse inclinados a votar con más constancia sobre todo a la extrema derecha: y no porque aprecien al político de turno, sino porque la política y muchos medios de comunicación hacen que los ciudadanos se sientan en peligro desde un punto de vista cultural y territorial. Gracias a este subterfugio, un partido de extrema derecha como la Liga ha duplicado sus votos, al son de promesas euroescépticas (ya en 2005, la Liga del Norte solicitó un referéndum para volver a la lira) y de un grito por encima de todos los demás: “Los italianos primero”.

¿Cómo es posible que alguien piense solo en su beneficio inmediato cuando lo que está en juego es la vida de las personas? ¿Cómo es posible que sigamos hablando de xenofobia y de racismo en un mundo globalizado? A esta pregunta tendríamos que dejar que contestaran los niños. Cuando estaba pensando en este artículo tenía a dos delante de mí, uno chino y otro probablemente árabe, que acababan de conocerse y se habían puesto a construir juntos un castillo de arena junto al agua. Pasó un barco de turistas, se levantó una ola que llegó hasta la orilla y su castillo quedó destruido. Ninguno de los dos dijo nada, se limitaron a mirarse a los ojos. Al cabo de 10 minutos habían construido uno aún más grande.

Thomas Leoncini es periodista y escritor.

Traducción de Carlos Gumpert

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