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Defensor del Lector
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Entre la libertad y el respeto

Hay opinadores que, según varios lectores, desbordan con sus descalificaciones los límites fijados en el ‘Libro de estilo’

Carlos Yárnoz
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.Quique García (EFE)

Muchas quejas enviadas al periódico se refieren a análisis, columnas de opinión o editoriales. Como Defensor del Lector, me limito a responder que el periódico favorece sin fisuras la libertad de expresión y que acoge todas las tendencias salvo las que propugnan la violencia (artículo 1 del Libro de estilo). Sin embargo, hay opinadores que, según algunos lectores, sobrepasan el respeto a las personas, un límite que igualmente fija ese Libro de estilo.

Los lectores también tienen esa libertad de expresión y quienes me escriben centran ahora sus críticas en artículos sobre las elecciones y sus consecuencias (el periódico es complaciente con la izquierda, dicen), la sentencia del Supremo contra los integrantes de La Manada (creen que varios analistas se han visto arrastrados por el clamor de la calle) o la línea editorial sobre la Iglesia católica o los presidentes de México, Brasil o Venezuela (blanda para unos, dura y sesgada para otros).

Sin embargo, son las columnas del filósofo Félix de Azúa las que suscitan más críticas. Las últimas, por su texto titulado La maldad, publicado el pasado día 25. “Para los nacionalistas”, señalaba el autor, “un niño es una masa de carne que debe adoctrinarse y solo tendrá valor cuando abrace la bandera y cante el himno nacional”.

Recordaba el escritor y miembro de la Real Academia Española el maltrato que una profesora de Terrassa infligió a una niña que había pintado en su cuaderno una bandera española. “Esta mujer se ve justificada para pegar a una niña porque los pedagogos forman parte del rebaño (…) Saben que el amo del rebaño querría golpear a la niña, tirarla al suelo, dejarla herida en un hospital, pero no puede hacerlo porque eso dañaría la propaganda. Así que sonríe hasta la náusea y delega en la maestra para que pegue a los niños. Esa y no otra es la labor del nacionalismo excluyente que hoy controla a los catalanes”.

Opinan algunos que el habitual colaborador del diario, en el que publica artículos desde hace cuatro décadas, descalifica a todos los nacionalistas y ha sobrepasado límites que rayan en la falta de respeto, aunque sea con alegorías. Desde Carballiño (Ourense), escribe Juan Lois Mosquera: “No debemos generalizar y admitir que todos los nacionalistas son partidarios de que se pegue a los niños”.

Félix de Azúa, el columnista más criticado, dice que ya es “mayor para escribir de otro modo” y abre una tregua “para no agriar las vacaciones”

La directora de Opinión del periódico, Máriam Martínez-Bascuñán, recuerda que el Libro de estilo dice que “los artículos estrictamente de opinión (tribunas, columnas, blogs y textos opinativos en general) responden al estilo propio del autor y no serán retocados salvo por razones de ajuste o errores flagrantes (incluidos los ortográficos)”. El libro también señala, recuerda Martínez-Bascuñán, que “se debe respetar al máximo la voluntad del autor”. Concluye, por tanto, que, “más allá del gusto personal y de las discrepancias o profundas discrepancias de los responsables de la sección, nuestra obligación es la de ser extremadamente escrupulosos a la hora de respetar la libertad de expresión y los recursos estilísticos de cada colaborador”.

Sin embargo, el Libro de estilo también añade en el mismo apartado que “los textos de opinión han de ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos”. Féliz de Azúa llamó “lumpen y okupa” a la alcaldesa Ada Colau en su columna del 28 de mayo y el lector Juan Fernández Sánchez escribió para decirme que “el insulto soez y el lenguaje tabernario” deben quedar fuera del periódico.

También en mayo, y en una columna titulada Marranada, De Azúa hablaba de Núria de Gispert, expresidenta del Parlamento catalán, en estos términos: “Hay que tener una fijación obsesiva con las cerdas, quizás por ser la cabaña que ella ha frecuentado más asiduamente”. Comentaba así el columnista un tuit de De Gispert en el que describía como cerdos a cuatro dirigentes conservadores. Desde Santiago de Compostela, reaccionó Miguel Vázquez Freire: “Asistiendo toda la razón a quienes critican por xenófobas las palabras de la señora Núria de Gispert, la pierden quienes usan los mismos epítetos para aplicárselos a ella. No es la primera vez que ese colaborador entra en el juego de la descalificación injuriosa, lo que entiendo que no debería tener cabida en un periódico como el suyo”.

Comentarios como estos plantean un debate sobre dónde está la frontera o el equilibrio entre los derechos de los opinadores y los derechos de los aludidos.

Félix de Azúa responde a las críticas que es ya “mayor para aprender a escribir de otro modo” y que se ve como una de las pocas firmas “heterodoxas” —junto con Fernando Savater, precisa— del periódico. Con humor, comenta que esos lectores que protestan pueden estar “tranquilos hasta después del verano” porque piensa rebajar en las próximas semanas el tono de sus textos “para no agriar las vacaciones”.

Una tregua corta, vamos. Atentos al otoño.

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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