Populistas de extrema derecha
En Europa triunfan partidos que, pese a sus diferencias ideológicas, asientan su éxito en mensajes atractivos para sectores amplios de la población y en sus formas de justificar la exclusión de los de fuera
S i bien parecería lógico que la crisis económica europea —con el consiguiente aumento de las desigualdades— acabara provocando el ascenso de los partidos populistas de izquierdas, con sus compromisos de atender a las necesidades materiales de los votantes, son los populistas de extrema derecha, con su promesa de restablecer la “soberanía nacional” en nombre del “pueblo”, los que han sacado más provecho de las inseguridades sociales. El Reagrupamiento Nacional (RN) francés, que es el antiguo Frente Nacional; el Partido de la Libertad holandés (PVV); el Partido de la Libertad austriaco (FPÖ); Alternativa por Alemania (AfD) y la Liga italiana han movilizado a votantes de todo el espectro político con sus programas populistas y nacionalistas.
¿Por qué sucede esto? Existe cierto consenso en decir que es una especie de “reacción” ante agravios culturales. A menudo, esta opinión lleva a hacer valoraciones muy fatalistas, a suponer que esa “demanda” alimenta la “oferta” de populistas y, por tanto, que se les debería hacer hueco en la política convencional, por ejemplo, mediante la adopción de políticas de inmigración más estrictas por parte del centroderecha e incluso el centroizquierda.
Pero, por el contrario, para comprender el ascenso del populismo de extrema derecha debemos reconocer la importancia de la oferta, los métodos que utilizan los propios populistas para intentar hacer su mensaje más atractivo a sectores más amplios de la población. Las conclusiones tienen una importancia fundamental: en vez de cooptar o imitar a los populistas con la falsa hipótesis de que su éxito es reflejo de la “voluntad de la gente”, debemos entender cómo lo que pide la gente lo determinan esos mismos partidos. Al mismo tiempo, debemos saber ver sus debilidades, su diversidad ideológica y su nacionalismo restrictivo, que explican sus fluctuaciones electorales y sus dificultades para construir alianzas transnacionales.
Este populismo no actúa solo a demanda. Es cierto que las inseguridades culturales, económicas y personales influyen en las preferencias de los votantes. Ahora bien, aunque esas inseguridades dan oportunidades a los partidos, no bastan por sí solas para garantizar el triunfo de un partido. Ahí es donde entra el factor de la oferta: saber cómo aprovechan esas oportunidades es esencial para comprender el atractivo electoral de estos populistas entre grupos sociales y de opinión muy variados.
El nacionalismo cívico les permite atraer a gran variedad de grupos sociales de distintos orígenes y preferencias
Lo que los partidos dicen y hacen es importante, porque el mensaje es lo que permite comprender la amplitud de su atractivo electoral. Algunos de estos populistas —sobre todo los del oeste y el norte de Europa— han demostrado ser capaces de adaptar su mensaje para obtener apoyos más allá de su base garantizada —la de los “hombres blancos enfadados” con empleos precarios y bajo nivel educativo— mediante una estrategia de normalización. Así se alejan del fascismo y de la connotación de extremismo de derechas y cobran legitimidad ante un espectro de votantes que incluye a quienes se sentirían incómodos apoyando a un partido racista.
Aunque estos populistas son diferentes unos de otros, tienen un elemento común importante: todos justifican diversas posiciones estratégicas sobre temas socioeconómicos con una ideología que se basa en una supuesta línea divisoria entre los de dentro y los de fuera. Propugnan una visión de la democracia que da prioridad a los de dentro, tanto en políticas como en la provisión de bienes comunes. Y este argumento se apoya en el nacionalismo cívico.
Lo que permite a estos partidos tener tantos éxitos es su mensaje nacionalista; más en concreto, sus formas de justificar la exclusión de los de fuera. Esta exclusión no se hace en función de adscripciones ni de criterios orgánicos (como los partidos fascistas o de la extrema derecha convencional), sino mediante diferenciaciones cívicas, tratando de excluir a los que presuntamente no asumen “nuestros” valores de democracia y tolerancia. Con este relato cívico-nacionalista, los populistas normalizan la exclusión: ofrecen soluciones a las múltiples inseguridades de los votantes empleando una retórica que excluye a diversos grupos de población porque los acusan de ser una amenaza contra los valores consensuados por la sociedad y, por tanto, contra la estabilidad y la prosperidad.
Se puede considerar que la adopción de esta forma de nacionalismo cívico, que excluye en función de criterios de pertenencia nacional ideológicos y no biológicos, es en muchos sentidos la nueva “fórmula ganadora” de los partidos populistas de extrema derecha, porque les permite atraer a una gran variedad de grupos sociales de distintos orígenes y preferencias. Desde la adopción del republicanismo y la laicidad por parte de Marine Le Pen hasta la campaña antimusulmanes de AfD, todos estos partidos presentan, como base de la cultura, la adhesión a unos valores supuestamente nacionales. Esto hace que sea más difícil derrotarlos.
En lugar de blanquearlos, quienes se oponen a los populismos deben construir un relato político alternativo
No todos estos populistas han adoptado el discurso cívico. Tienen enormes diferencias en sus programas y sus políticas, en su actitud respecto a la democracia y en qué medida están dispuestos a emplear prácticas violentas. En varios países, sobre todo en Europa del Este, siguen compitiendo partidos más extremos, que recurren a discursos étnico-nacionalistas. Es decir, los populistas de extrema derecha tienen grandes diferencias ideológicas.
Por consiguiente, a pesar de la publicidad obtenida por la nueva alianza de Salvini, la unidad en el Parlamento Europeo no está garantizada. Hasta ahora, los populistas de extrema derecha estaban repartidos en tres grupos (Europa de la Libertad y la Democracia Directa, Conservadores y Reformistas Europeos y Europa de las Naciones y la Libertad) y hay varios no afiliados a ninguno. Pese a la necesidad estratégica de unirse, en el fondo, la predisposición ideológica nacionalista de estos populistas hace difíciles las alianzas internacionales por definición.
Aunque no sean un fenómeno nuevo, (algunos) partidos populistas de extrema derecha constituyen un nuevo reto social por su adopción de relatos cívico-nacionalistas. A diferencia de los partidos fascistas y sus variantes de extrema derecha, que tienden a quedar aislados y marginados, estos pueden penetrar en la política convencional e incluso, en muchos sentidos, condicionar la competencia entre partidos. La capacidad de convertir a los de fuera en chivos expiatorios y justificar su exclusión por motivos (aparentemente) no racistas hace que sus propuestas parezcan basadas en las demandas populares.
Lo malo no son solo los triunfos electorales de estos partidos, sino el consenso cada vez mayor en que, para derrotarlos, debemos imitarlos. Este es un grave problema. Quienes se oponen a los populistas de extrema derecha deben comprender esta fórmula que emplean y ser conscientes de su propia capacidad y su responsabilidad de construir un relato político alternativo y eficaz, en lugar de blanquear a los populistas. También es crucial identificar la mayor debilidad de los populistas, y aquí nos encontramos con una paradoja. El nacionalismo (cívico) que proporciona a estos partidos un arma fundamental es, al mismo tiempo, la barrera que les impide formar un bloque transnacional real.
Daphne Halikiopoulou es profesora titular de Política Comparada en la Universidad de Reading y una las responsables de la revista Nations and Nationalism.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Este artículo se publicó inicialmente en Socialeurope.eu.
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