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Columna
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Weber en Barcelona

Valls nos deja boquiabiertos al emprender una acción pensando en lo que es mejor para el país, aunque no lo sea para él

Máriam Martínez-Bascuñán
Quintatinta

Las convicciones no se tienen en el vacío. Como todo lo humano, están expuestas a un mundo cambiante. Tan peligroso es ponerlas por encima de las circunstancias, et pereat mundus, como sostener, hueca y cínicamente, que el fin justifica los medios. El equilibrio entre ambas posturas es tan inusual en política, que por eso andamos todos con la boca abierta ante la decisión de Manuel Valls. El ex primer ministro francés dice estar dispuesto a ofrecer su apoyo incondicional a una de sus acérrimas rivales para evitar que Barcelona caiga en manos de la máquina trituradora del procés. Y lo hace, afirma, por principios.

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Estamos tan habituados al tacticismo barriobajero que es normal que los ojos se nos salgan de las órbitas cuando alguien emprende una acción pensando en lo que es mejor para el país, aunque no lo sea para él. Es tan raro ver eso que llamamos “visión de Estado”, que Albert Rivera debe estar tirándose de los pelos. Aunque también hemos visto suicidios políticos en nombre de gloriosos principios absolutos, acostumbrados como estamos a ese fanatismo que siente insoportables agresiones ante cualquier mínima contingencia que desnude la falacia de su círculo virtuoso. Por eso nos impacta que alguien trate de integrar sus principios con una mínima reflexión sobre las consecuencias de sus actos. Weber, en estado puro.

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El movimiento de Valls es ya un pequeño terremoto político, pues tiene, en sí mismo, valor pedagógico. Coloca a Rivera ante un espejo incómodo donde explotan todas sus contradicciones: las de quien toma decisiones por electoralismo, buceando en la lógica descarnada del poder. Ahí están sus no acuerdos con Vox, o su nula responsabilidad de Estado en Cataluña, nutriendo el registro del político que nunca elige lo mejor, solo lo que le conviene. Pero, ¿y Ada Colau? La alcaldesa se ve forzada a decidir por fin, sabiendo que toda elección implica un coste, y que en política, como ella misma dice, “hay que mojarse”. ¿Querrá liderar un proyecto ideado para la gente más humilde, y agradecer el apoyo de un PSC al que echó del Gobierno, o renunciará por meros prejuicios a ser alcaldesa? Weber nos mira de nuevo desde Barcelona.

Valls demuestra que la política no se practica sobre hipótesis ideales, pero tampoco puede operar al margen de las mismas. Esto no va de lo que quieres, sino de lo que puede hacerse en cada momento y de las consecuencias de nuestras decisiones. ¿Hubiera actuado igual si hubiese podido sacar rendimiento político en términos de poder? No lo sabemos. Fuera de la pomada del poder, es más fácil ver que los medios son siempre, sin excepción, lo que define nuestros fines.

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