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Columna
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Las lágrimas del toro

Un gesto de Morante de la Puebla provoca una agria polémica

Julio Llamazares
Captura de pantalla de Canal Toros en la que Morante de la Puebla toca con su pañuelo la testuz del toro el 10 de mayo en la Maestranza.
Captura de pantalla de Canal Toros en la que Morante de la Puebla toca con su pañuelo la testuz del toro el 10 de mayo en la Maestranza.

Parece que lo que hizo el torero Morante de la Puebla con un toro el otro día en la plaza de la Maestranza de Sevilla no fue secarle las lágrimas con su pañuelo sino el sudor. Eso cambia sustancialmente las cosas. Contra lo que denunciaron los animalistas y demás flower power antitaurinos como sadismo, comparando el gesto del torero con el de un torturador que le secara las lágrimas a un torturado en plena tortura como humillación, no dejó de ser un desplante taurino como cualquier otro, ni mejor ni peor que los demás.

Sucede, por otra parte, que, como comentaba el crítico de toros de este periódico saliendo al paso de las acusaciones, lo que hizo Morante de la Puebla fue en realidad un gesto de reconocimiento a su admirado Joselito El Gallo, considerado el mejor torero de la historia, quien, al parecer, habría hecho lo mismo con un toro un siglo atrás repitiendo a su vez el desplante que patentó Curro Cúchares, el considerado padre de la tauromaquia moderna, pero que algunos, en su ignorancia, han creído original y tildado de improcedente. Puestos a no admitir, ya se sabe, los antitaurinos somos incapaces de comprender que el arte de Cúchares tiene sus códigos, su tradición y hasta su jurisprudencia. Y en esa jurisprudencia Morante de la Puebla es un doctorando como bien advierte el crítico taurino de EL PAÍS: “Morante es un torero antiguo, nacido a finales del siglo XX; añora la tauromaquia de los años veinte, quiere parecerse a Joselito, aspira a ser diferente. No le basta, al parecer, con ser un artista; es un bohemio en su corte de pelo, su vestimenta, sus andares, en un desmedido afán por parecer de otra época. Y Joselito El Gallo, quién mejor que el rey, es su referente (…) Y en 2019, el pasado 10 de mayo, en plena Feria de Abril, ha rememorado el desplante, con cierto aire chulesco y torero a la vez, de Cúchares y Joselito, de limpiar la testuz del toro con un pañuelo blanco”.

¿Algo que objetar a partir de esto? A mí, la verdad, no se me ocurre gran cosa y menos después de conocer otros argumentos que al parecer avalarían la procedencia del desplante del torero Morante de la Puebla, tales como el de que los toros no lloran, por lo que mal podría el protagonista de la polémica haberle secado las lágrimas al suyo, o que el contrato de esa corrida lo firmó Morante en la misma mesa en la que firmaba los suyos el mítico Joselito y que el diestro de la Puebla compró en señal de su admiración al maestro. Lo que ya no me queda tan claro es ese razonamiento final con el que, en su crónica explicativa de la intrahistoria del controvertido lance del pañuelo protagonizado por el torero de Vox (esto es información del crítico, no mía), concluye su defensa del desplante del pañuelo y de las corridas de toros en general: “Tras la agria y ficticia polémica avivada [por los antitaurinos, claro] con toda la intención en las redes, solo queda una reflexión: el eterno dilema, las lágrimas o el sudor; pues ninguna de las dos, sino la mala uva de quienes se niegan a respetar los legítimos gustos de los demás”. Hay que tener cuidado con estos razonamientos, pues en el nombre de la libertad de realización de los gustos particulares de cada uno, se puede justificar todos ellos, desde la pederastia hasta la piromanía. Y no creo que esa sea la intención del defensor del gesto de Morante ni de nadie en su sano juicio, por muy taurino que se sea.

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