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Columna
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Ahora república

Republicanismo y europeísmo abogan por una fraternal comunidad política de europeos libres e iguales que comparten soberanía

Lluís Bassets
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en Sibiu (Rumanía), el pasado 9 de mayo.
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en Sibiu (Rumanía), el pasado 9 de mayo. DANIEL MIHAILESCU (AFP)

La alternancia es la clave. Por mucha república que se exhiba en el nombre, allí donde el poder se toma y ya no se deja nadie podrá reconocer a una democracia. Nuestro vecindario está lleno de malos ejemplos, pero bastan los de Rusia y Turquía. No tiene remedio la República Federativa Rusa, donde Putin tiene asegurado el poder al menos hasta 2024 sin que nadie le haya hecho sombra desde que lo obtuvo en 1999 por designación de Yeltsin. El caso de Erdogan ha sido más lento e insidioso: empezó en 2003 como primer ministro democráticamente elegido de una república parlamentaria, y luego evolucionó hacia una república presidencialista. Devolvió un fallido y misterioso golpe militar con una purga insólita de la administración, la policía, la justicia e incluso la sociedad civil, y ahora ha proporcionado la prueba mayor de su autoritarismo: hay elecciones, caben candidaturas contra su partido, pero que a nadie más sino a él se le ocurra ganarlas porque entonces hay que repetirlas.

Sucede en los confines, pero también dentro de la Unión Europea. Hasta que no veamos cambios de gobierno en Varsovia y Budapest no podremos asegurarnos de que Polonia y Hungría se cuentan todavía entre las repúblicas democráticas, a la vista de las profundas reformas iliberales que ya han destruido la división de poderes, la independencia de la justicia e incluso los medios de comunicación. Las próximas elecciones europeas nos harán saber si se extiende el nacionalismo populista que tan bien representan el polaco PiS (Partido de la Ley y la Justicia) y el húngaro Fidesz de Viktor Orban y si cuentan con peso suficiente como para perturbar el proyecto democrático europeo.

En la Europa de hoy, con el Brexit todavía inconcluso, hay 21 repúblicas y siete monarquías. Nos lo han recordado implícitamente los jefes de Estado republicanos con una carta en la que piden la máxima participación electoral, una firma que está vetada a las siete monarquías constitucionales y de poderes mayormente simbólicos. Entre todas estas repúblicas hay dos, la polaca y la húngara, cada vez más dudosas, pero todas las monarquías, incluso la británica, son democracias parlamentarias y repúblicas en los hechos. En ellas, el republicanismo es idéntico al europeísmo, que conduce a abogar por una fraternal comunidad política de europeos libres e iguales, en vez de un conglomerado de taifas y republiquetas sin capacidad para compartir soberanías —no hay forma mejor de defenderlas—, y menos para existir y contar como actores en el mundo global.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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