La peculiar España de Pitita Ridruejo
La muerte de la que fuera reina de las revistas y experta en apariciones de la Virgen marca el fin de una época de la vida social española
Su cuello troncal y su esfinge egipciaca llamaron la atención de Federico Fellini. El director de cine italiano la quiso para su película Roma, cuando se la encontró de bruces en una esquina de la ciudad. Esperanza Ridruejo, Pitita,de hecho, pasó las pruebas a petición del cineasta, pero no pudo finalmente vestir su cámara junto a Marcello Mastroianni y Anita Ekberg. Una pena: ambas hubiesen corporeizado mejor que ninguna otra un duelo de tallas como reinas europeas en blanco y negro. Muy probablemente, el destino de la española, que falleció el pasado día 6 en Madrid a los 88 años, habría quizás cambiado, pero andaba marcado y bien dirigido, hacia otras plazas.
Ridruejo había seducido a Fellini con su cándida y sobria elegancia castellana de altura más allá de la media. Pero le dijo no por culpa de Ferdinand Marcos, el dictador filipino. Este había engatusado a su marido para hacerle embajador de su país en Londres y tuvieron que salir de Italia con sus tres hijos. José Manuel Stilianopoulos Estela, alias Mike, llamó la atención de Marcos como bróker con cierto renombre en los ámbitos de Wall Street y le ofreció el puesto. ¿Cómo llega un español de ascendencia griega y buena familia a diplomático filipino en la era hippie? La globalización, ya entonces, resultaba práctica común de complicidades y alianzas entre las buenas familias, los sátrapas bananeros y el poder de la bolsa. Nada nuevo.
De hecho, Pitita, que iba para actriz en una época, aprendió a mover capitales y se convirtió en una avispada inversionista financiera e inmobiliaria. No escondió en tiempos, y según confesó a Francisco Umbral en EL PAÍS, su olfato para edificar parte del Barrio de la Concepción de Madrid. Una destreza que, obviamente, contó con unas aliadas extraordinarias: los poderes de todas las vírgenes que estudió en vida. A ellas se encomendó devotamente hasta desmenuzarlas en ensayos de vocación teologal femenina como Apariciones de la virgen María o La Virgen María y sus apariciones, que vienen a ser el mismo libro con distinto halo.
Su obsesión mariana despertó en la infancia. Nació en Soria en el seno de dos familias aristócratas, los Ridruejo y los Brieva. Cursó bachillerato en Madrid (Colegio Asunción de Santa Isabel), pero perfeccionó su formación en Inglaterra y Suiza, donde estudió literatura y arte antes de regresar a España para colaborar en obras de caridad predicando por barrios periféricos. A esta misión se dio dentro de la órbita del Opus Dei y como militante en las Hijas de María. Nada de eso dejó de hacer durante toda su vida. Aparte de seguir los pasos de su marido y sumergirse en un catolicismo trufado de energías orientalistas, pintó y exploró los rastros de la Virgen sin descanso.
Quizás por ello representó mejor que nadie las rarezas propiamente hispánicas. Esas que se imprimen con licencias de excentricidad, en pura lógica surreal, para la prensa rosa durante la transición. Pitita despedía un glamur iluminado, algo beatífico y distante, que cohabitaba con sus collares llamativos, sus faldas por debajo de la rodilla y unos jerséis de cuello alto que jamás cubrían del todo el suyo en contraste con las reinas del destape.
De ahí que algunos cronistas como el propio Umbral, la eligieran como musa de muchas cosas por derecho de autoafirmación dentro de una esfera inimitable. Junto a ella, la chafardería se las apañaba en las fiestas veraniegas marbellís y alternaba luego en invierno dentro de su casoplón de la calle Fomento. Allí compró junto a Mike una mansión en pleno centro, con ese buen ojo que Pitita desarrolló para intuir por dónde se dirigiría el ladrillo. Liberados de la diplomacia filipina, volvieron a los negocios y a disfrutar de la familia, de regreso a España en 1982. Juntos se plantaron en el corazón de la movida, mientras los de su condición tendían a instalarse en Puerta de Hierro, La Florida o La Moraleja.
En la calle Fomento 11, con capellán propio en casa, podían coincidir invitados a sus cenas la duquesa de Alba, Suárez y Areilza, algunos Borbones, financieros de pro o Miguel de la Quadra Salcedo junto a parapsicólogos, expertos en el zodiaco, magos, adivinos u obispos que flipaban con su colección de rosarios y después no se animaban a tomarse una copa en el Joy Eslava. Allí paraba Pitita habitualmente, antes de retirarse a casa para rezar y meterse en la cama.
No es que estuviera en el ajo de finales de los setenta y en los ochenta, es que era la que cocinaba el ajo, entre otros. Actuó durante décadas como un verdadero imán social. Con esa perseverancia en las rarezas de culto que había aireado con cosmopolitismo dentro de una tradición hispánica de escudo atrapado en las tinieblas, pero deseosa en parte de abrirse al mundo. Así Pitita persiguió apariciones por todas las esquinas del planeta mientras coleccionaba la mayor parte de tronos de distinción en los rankings de las revistas. Algunos llegaron a elegirla la mujer más elegante de Europa.
Así la contó Umbral y, de hecho, muerto él, que la incluía a menudo en su selectivo club de personas cuyos nombres destacaba en letra negrita, la luz de relumbrón social de Ridruejo se fue apagando. Murió Mike en 2016 y esta semana Pitita, a los 88 años. Se ha llevado con ella gran parte de esos símbolos caducos y extravagantes que se resistían a morir sin ser alzados como parte del fin de una época.
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