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Columna
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Presidente guerrero

A Trump no le interesan las causas de los problemas, solo el espectáculo de sus efectos, todos agitados en un cóctel de confusiones con el único fin de esconder el objetivo real: sus intereses

Ramón Lobo
El presidente de EE UU, Donald Trump, en Florida, el pasado 8 de mayo.
El presidente de EE UU, Donald Trump, en Florida, el pasado 8 de mayo. KEVIN LAMARQUE (REUTERS)

Donald Trump dirige cuatro ofensivas simultáneas contra Venezuela, Irán, China y una Cámara de Representantes demócrata que trata de debilitarle antes de las elecciones de 2020. En una presidencia tan hiperbólica, que salta de un enemigo a otro, es difícil estar seguro de si nos hallamos ante una invasión inminente, un tuit subido de tono o una cortina de humo.

Han pasado 16 años desde la invasión de Irak y aún siguen circulando las mismas mentiras y los mismos personajes tóxicos, como el actual asesor de Seguridad Nacional, John Bolton.

Steve Herman, corresponsal de Voice of America en la Casa Blanca, tuiteó este miércoles: “Después de garantizar el Gobierno de Irak, EE UU se prepara para proteger su soberanía frente a Irán”. Es un ejemplo del estado de desinformación bajo el trumpismo. Al parecer no se ha enterado de que la invasión de 2003 provocó más de 600.000 muertos —según la revista médica The Lancet—, una guerra civil entre suníes y chiíes, la partición de hecho de Irak, el nacimiento del ISIS y la propagación de la guerra a Siria (cerca de 500.000 muertos). El actual Gobierno de Bagdad es tan chií como el de Teherán, del que es amigo y aliado. Irán es el vencedor regional de una ocupación desastrosa.

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La Casa Blanca anunció sin pruebas que Irán prepara ataques con drones contra objetivos de EE UU en Oriente Próximo. Para responder al supuesto desafío, Washington ha enviado a la zona al portaviones Abraham Lincoln, el mismo en el que George W. Bush declaró la victoria sobre Sadam Husein semanas antes de que empezara la guerra de verdad.

Irán ha comunicado que suspende algunos compromisos voluntarios del acuerdo nuclear alcanzado al final de la presidencia de Obama con EE UU, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania. No se puede decir que rompe el pacto porque sigue en él, sujeto a los controles de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Quien sí lo rompió fue Trump hace un año. Sacó a EE UU de un acuerdo firmado por su antecesor, amplió las sanciones a Irán y no deja de presionar a Europa para que no invierta en ese país bajo la amenaza de represalias contra sus empresas.

La denuncia constante de los regímenes autoritarios de Venezuela e Irán no se extiende a Arabia Saudí, el amigo al que se venden armas al por mayor a cambio de miles de millones de dólares. Su ideología religiosa, el wahabismo, es el alimento del que se nutren Al Qaeda y el ISIS, que atentan contra intereses occidentales. Cada golpe, sea en París, Londres o Barcelona, nos estremece, pero olvidamos que más del 80% de las víctimas de este tipo de terrorismo yihadista son musulmanes.

A Trump no le interesan las causas de los problemas, solo el espectáculo de sus efectos, todos agitados en un cóctel de confusiones con el único fin de esconder el objetivo real: sus intereses.

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