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Columna
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Un ‘demos’ en marcha

Para que los africanos no voten con los pies hace falta que puedan vivir dignamente en sus países y elegir a sus Gobiernos con libertad en las urnas

Lluís Bassets
Funcionarios egipcios recuentan los votos de la consulta, el lunes en El Cairo.
Funcionarios egipcios recuentan los votos de la consulta, el lunes en El Cairo. MOHAMED ABD EL GHANY (REUTERS)

A mitad de siglo una cuarta parte de la humanidad será africana. Hacia 2100, uno de cada cuatro europeos tendrá sus orígenes en el continente africano, tal como explica Stephen Smith en La huida hacia Europa (Editorial Arpa). África bulle como nunca en su historia, con un creciente papel de los jóvenes y las mujeres, sin que el eco apenas llegue a nuestras distraídas opiniones públicas.

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La costumbre inveterada, confirmada por el desenlace trágico de las primaveras árabes de 2011, es que los regímenes militares estén siempre al cargo del orden e incluso de la vigilancia de costas y fronteras en la orilla norte del Mediterráneo. Así tranquilizan a los biempensantes europeos y a sus intereses. Con la coartada del terrorismo que hay que combatir, no es extraño que nada que se parezca al Estado de derecho y a la democracia, a excepción del pequeño y admirable Túnez, haya tomado cuerpo entre nuestros vecinos del sur.

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El peor ejemplo es el de Egipto. Allí, la democracia dio sus primeros pasos en 2011, llevó a los islamistas al poder y quedó truncada por un golpe y un baño de sangre a cargo del mariscal Abdelfatá al Sisi. Su mano de hierro es imprescindible para la seguridad de Israel, conviene a Arabia Saudí y suscita el entusiasmo de Trump. De ahí la reforma constitucional con la que el dictador, de 64 años, se ha asegurado el poder al menos hasta los 75. Allí, las urnas no le fallan nunca: ni en las elecciones en las que recoge el 97% de votos, ni en los plebiscitos —como el que acaba de ratificar su perpetuación en la presidencia—, que proporcionan un 90% de votos afirmativos a lo que pregunte.

Al Sisi también pretende extender su ejemplo a Libia, donde apoya a Jalifa Haftar, un ambicioso general de 76 años, en su guerra civil contra el Gobierno de Acuerdo Nacional de Trípoli reconocido por Naciones Unidas. Y a Sudán, ahora en plena revuelta, donde el dictador Omar al Bashir fue depuesto por una junta militar que Al Sisi quisiera ver perfectamente instalada, en vez del Gobierno de civiles que exigen los manifestantes en las calles de Jartum.

Algo similar sucede en Argelia, donde la pugna entre la sociedad civil y el viejo establishment, personificado en otro viejo general, Ahmed Gaid Salah, de 79 años, es todavía más explícita. África es “un demos en marcha”, según una feliz expresión de Stephen Smith. Para que los africanos no voten con los pies hace falta que puedan vivir dignamente en sus países y elegir a sus Gobiernos con libertad en las urnas.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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