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Columna
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Abril

Deberíamos dedicar esta jornada de reflexión a leer poesía

Julio Llamazares
El poeta T. S. Eliot y su segunda esposa Valerie, en su casa en 1958.
El poeta T. S. Eliot y su segunda esposa Valerie, en su casa en 1958. Getty Images

Abril es el mes más cruel: engendra / lilas de la tierra muerta, mezcla /recuerdos y anhelos, despierta / inertes raíces con lluvias primaverales. / El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo / la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo / una pequeña vida con tubérculos secos…”.

La pausa impuesta por ley de la que los españoles disfrutamos hoy, la primera en una larga campaña electoral que dura ya varios años y que continuará mañana, pues tiene una segunda vuelta en un mes, deberíamos dedicarla a leer poesía, ese envés de lo real que es lo único que permanecerá en el tiempo. Por ejemplo, a ese libro maravilloso al que pertenecen los versos con los que he abierto este artículo, que el norteamericano T. S. Eliot dedicó a su amigo Ezra Pound y que forma parte ya del patrimonio moral y poético de la humanidad, La tierra baldía: “¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen / en estos pétreos desperdicios? Oh hijo del hombre, / no puedes decirlo ni adivinarlo; tú solo conoces / un montón de imágenes rotas, donde el sol bate, / y el árbol muerto no cobija, el grito no consuela / y la piedra seca no da agua rumorosa. Solo / hay sombra bajo esta roca roja (ven a cobijarte bajo esta sombra roja)…”.

Lo prescindible no deja ver lo importante, lo cotidiano e inmediato anula nuestro entendimiento tanto como para no reparar en que las estaciones siguen su curso ajenas a nuestros desvelos y que el tiempo, lo verdaderamente irrecuperable y valioso de todo lo que tenemos, se nos va de entre las manos mientras discutimos sobre esto y lo otro, sobre cuestiones que a veces no nos importan más allá de quedarnos con la razón, ese mito creado por la inteligencia que de inteligente tiene muy poco a menudo. Abril, el mes de las lilas y de las raíces nuevas, la estación en la que la tierra muerta renace después de un invierno largo incluso en este país de suaves temperaturas, se nos va un año más de los calendarios y la mayoría de los españoles lo hemos perdido, aturdidos por las procesiones y los tambores de la Semana Santa nacional y por la sobreexposición a una propaganda electoral que no conoce límites y que llena de ruido y de furia a una población convencida de que la vida ha de ser así, pues lo único importante para muchos es quién ha de gobernar el país y de qué manera. Por eso, este día llamado de reflexión que verdaderamente habría que decir de despresurización colectiva de palabras y de consignas electorales, muchos lo ven como un agujero negro, un día de espera absurdo y sin contenido, cuando para lo que debería servirles es para darse cuenta de que los verdaderamente absurdos e insustanciales han sido todos los anteriores, en tanto en cuanto les han impedido apreciar lo que más importa: el renacer de la vida y de la naturaleza un año más después del oscuro invierno, la llegada de las lluvias a un país que tanto las necesita, el despertar de los sentimientos y las pasiones en las personas por encima de las ideologías, la algarabía de los jardines y de unos pájaros a los que la organización del mundo les trae sin preocupación mientras existan árboles en los que posarse. Escucharlos mientras leemos los versos de T. S. Eliot o de cualquier otro poeta al lado de un vermut o una cerveza es la mejor reflexión que podemos hacer hoy, último sábado de un mes de abril que se nos va como todos sin darnos cuenta: “Me senté en la orilla / a pescar, con la árida llanura a mi espalda / ¿Pondré por lo menos orden en mis tierras?...”.

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