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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Teatralidad política

La inquina y el odio que cultivaron Buckley y Vidal tiene poco que ver con el buen ambiente que reina entre algunos líderes españoles fuera de los platós

Rosario G. Gómez
Pablo Casado, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias, en el debate a cuatro de RTVE.
Pablo Casado, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias, en el debate a cuatro de RTVE.Ricardo Rubio (Europa Press)

Los intelectuales estadounidenses William F. Buckley y Gore Vidal protagonizaron en 1968 los que han pasado a ser considerados como los más broncos debates de la historia moderna. Sus encendidas diatribas durante sus enfrentamientos ante las cámaras de la cadena estadounidense ABC derivaron en el odio visceral que se profesaron durante toda su vida. Las constantes puyas y los elaborados insultos adobaron una tensión dialéctica que transformó el discurso público en un showtelevisivo. El máximo nivel de crispación —y quizá también de audiencia— se alcanzó cuando Vidal llamó a Buckley “criptonazi” y este respondió sin morderse la lengua: “Escucha, marica, no me llames criptonazi o te daré un guantazo en la cara y quedarás enyesado”.

Buckley y Vidal no eran políticos, pero representaban dos visiones ideológicas antitéticas, uno del lado de los republicanos y el otro de los demócratas. Comparados con estos afilados careos, aderezados con crueles ataques personales y sofisticados argumentos clarividentes, los encuentros de los principales candidatos a La Moncloa, Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias y Albert Rivera, podrían haberse emitido en un canal infantil. La inquina y el odio que cultivaron fuera de los platós Buckley y Vidal tiene poco que ver con el buen ambiente que reina entre algunos líderes españoles y sus equipos de campaña cuando se apagan las cámaras. La lógica rivalidad partidista da paso a un clima de confidencias, y la retórica parlamentaria y mitinera se traduce en una cierta complicidad personal.

La política tiene mucho de teatralidad. En esta campaña, los candidatos se han manifestado en forma de holograma, han desfilado de nazarenos en las procesiones y regalado a sus contrincantes banderas rojigualdas o libros de dudosa calidad literaria. Incluso se han atrevido a redactarle la carta de dimisión al anfitrión de un debate televisivo. Los efectos especiales han teñido una campaña donde han asomado rifirrafes, descalificaciones y desafortunadas declaraciones, como la de la periodista-candidata que dice añorar los atascos de Madrid. Ha habido espacio para las provocaciones vistiendo de amarillo indepe en el plató de TV3. Los episodios de transfuguismo han embarrado el ambiente en el último tramo. Y aquí, algunos políticos y sus asesores han sacado lo peor de sí mismos.

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