Miscelánea fantasía
Yo era un niño muy espiritual, me gustaba pegarme las pegatinas de las mandarinas en las uñas
¿Verdad que podría ser el título de un libro de Cabrera Infante? Pues no, es otra de mis prescindibles pero animadas columnas que solo buscan dibujar una sonrisa.
Por cierto, al final les contaré una anécdota bastante buena protagonizada por el escritor cubano y Sánchez Dragó —acá lobo estepario—, pero para eso hay que esperar; ahora las digresiones:
La otra tarde en un parque cerca de casa vi a un chiquillo correr entre risotadas. En un momento dado miró hacia atrás, chocó de bruces contra una farola y no sé… me acordé de mi infancia.
Yo era un niño muy espiritual, me gustaba pegarme las pegatinas de las mandarinas en las uñas.
Mi padre solía llevarme a la sesión matinal del cine Carretas en Albacete; allí se proyectaban películas como Las minas del rey Salomón, Maciste, gladiador de Esparta, Sanson y Dalila, etcétera,—me encantaban por cierto, porque siempre fui viejoven, como José Manuel de Prada—. En esa época se desarrolló mi fascinación por el pecho palomo y si lo pienso bien mis actores favoritos lo lucen; actores que por otra parte han escrito grandes líneas en la historia de la interpretación, como Stewart Granger o David Hasselhoff.
En mis vacaciones estivales acostumbraba a ir, también, a las sesiones dobles del cine de verano. En una ocasión pude disfrutar de Loca por el circo, de Teresa Rabal, y de El Crimen de Cuenca la misma tarde, por solo 250 pesetas, y he de reconocer que me impresionó. De hecho, aún hay noches donde me despierto entre sudores cantando: “En una pompa de jabón, yo voy cantando esta canción; en una pompa de jabón volando igual que en un avión”.
Y ahora la anécdota prometida:
En cierta ocasión Sánchez Dragó, en uno de sus programas de televisión, manifestó a Cabrera Infante un deseo frustrado. “A mí lo que me hubiera gustado es haber sido director de cine”, dijo. A lo que el escritor contestó sin inmutarse: “Pues de buena nos hemos librado, ¡carajo!”.
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