Las iglesias quemadas más bonitas de Lisboa
La capital portuguesa optó en varias ocasiones por no reconstruir monumentos afectados por las llamas
Si hay una iglesia singular en Lisboa esa es sin duda, la de São Domingos, con los rastros de su última desgracia. Cada vez que veo el Partenón ateniense con una columna más, con otro trocico de techo, añoro más el derruido por la historia y las bombas. Al final, con tanta restauración, nos van a prohibir la imaginación.
Aún con chispas, ya hay millones de euros donados para restaurar (¿aún más?) la parisiense Notre Dame. No entiendo el afán si ya tenemos Las Vegas para ver reproducciones del David (hotel César’s) o del Puente de los Suspiros (hotel Venice) o del mismo tsunami (hotel Mandalay).
En Lisboa, sea por falta de dinero sea por cuestión de gusto —y apuesto por la segunda opción— existen maravillosas iglesias y monumentos que se incendiaron y que así se quedaron, más o menos. La mayoría fue por causa del terremoto y posteriores incendios en noviembre de 1755, pero hay un caso más reciente solo producto de las llamas.
En la noche del 13 de agosto de 1959, ardió la iglesia de São Domingos. Poco se pudo salvar, toda la decoración interior quedó destruida. Ya antes había sufrido un montón de desgracias, como es normal en cualquier edificio que se precie con ocho siglos de historia.
Con la última desgracia, se optó en su restauración por techar el templo, pero dejar la huella de las llamas. El efecto es sorprendente, por lo anómalo, con las columnas de mármol mordidas por el calor y sus paredes limpias de santos y paneles de oro. Entre tanto barroquismo religioso, aquí reina la paz de espíritu.
Más difícil todavía, el Convento do Carmo aguanta sin techo ni paredes. El inquietante monumento del Chiado tiene un largo historial de desastres aunque el terremoto de 1755 casi lo remata. Sus visibles achaques, también le convierten en un monumento excepcional, que no lo hubiera sido si se hubiera alicatado hasta el techo. Ahí quedan sus columnas al aire sustentadas únicamente por unos arcos ojivales, a cielo abierto, para que cada cual vea lo que quiera, a Dios o a los aviones. Por favor, magnates del mundo, no envíen dinero ni ideas (esto va por si nos escucha Trump) a Lisboa.
De aquel terremoto de 1755 resistió la fachada de Nuestra Señora de la Concepción, detrás de la plaza del Comercio. Aquí se optó por rehacerla toda, pero conservando la impagable fachada manuelina, uno de los mejores ejemplos en Lisboa de esta manifestación artística nacional, junto a Los Jerónimos y la torre de Belém.
A la catedral de Lisboa, que se comenzó a levantar a mediados del siglo XII tras la conquista de la ciudad a los moros (de ahí el barrio de la Morería), le crujen heridas de cada civilización. El terremoto de 1755 -ya tuvo otros antes- destruyó la capilla del santísimo y un par de torres. Hoy es una amalgama de estilos, habituales en monumentos con muchos siglos y con mucho poderío detrás. También, como es habitual, sigue con trabajos arqueológicos.
Algunos intelectuales catastrofistas, indudablemente sabios, interpretan las llamas de Notre Dame como una metáfora de la decadencia de Europa. Nada original, por otra parte. Con ocasión del terremoto de 1755, Voltaire cantó el catastrofismo en Poema sobre el desastre de Lisboa. Ya ven, llevamos siglos maravillosamente decayéndonos. Aún así, a veces es preferible asumir la auténtica edad que intentar maquillarla. Lisboa tiene unos cuantos buenos ejemplos de iglesias donde la edad no importa.
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