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Columna
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El voto desafecto

Los métodos clásicos de publicidad política han sido sustituidos por un marketing viral que sólo busca el golpe de efecto más inesperado, transgresor y chocante

Enrique Gil Calvo
Pepu Hernández ha sido elegido candidato del PSOE a la alcaldía de Madrid.
Pepu Hernández ha sido elegido candidato del PSOE a la alcaldía de Madrid.J. Villanueva
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La carrera de argumentos, purgas y fichajes de la precampaña electoral ha creado un clima de histeria que para ciertos observadores tiene mucho de infantilización, como si los próximos comicios no fueran un asunto muy serio sino un juego de niños que pelean y se cambian cromos. Pero la explicación de este trastorno es muy simple: ante la volatilidad de unos electores cada vez más imprevisibles, que se resisten a votar a los partidos tradicionales, se han fragmentado y multiplicado las candidaturas, a la vez que se intensifica la competencia entre ellas. Y esta excesiva competitividad electoral ha llevado a los estrategas de campaña a renunciar a los métodos clásicos de publicidad política, que ponderaban las virtudes de los productos que anunciaban (las políticas públicas ofertadas por los candidatos) para sustituirlos por un marketing viral que sólo busca el factor sorpresa del golpe de efecto más inesperado, transgresor y chocante, de inmediata propagación por las redes digitales. De ahí que se recurra al fichaje de candidatos estrambóticos o peregrinos (presos preventivos, generales, toreros o neandertales) y al anuncio de imposibles políticas de choque que bordean la infracción de derechos fundamentales.

Para ciertos observadores, este marketing sensacionalista se atribuye a la espectacularización de la política, que convierte a los ciudadanos en espectadores pasivos. Pero con ser esto verosímil, más acertado parece atribuirlo a una mercantilización rampante que convierte a los ciudadanos en consumidores versátiles, a quienes se invita a diversificar sus hábitos de compra sustituyendo el voto viejo, obsoleto y aburrido por otro voto mucho más novedoso, arriesgado y excitante. Es el flamante y políticamente incorrecto voto-tabú, que rompe prejuicios, cruza identidades y franquea fronteras a derecha e izquierda proporcionando la experiencia ilusoria pero ilusionante de transformación vicaria de la realidad virtual. Lo que supone toda una tentación para ese consumidor insaciable siempre ávido de novedades que navega por la red en busca de cisnes negros, drogas duras o perlas negras de usar y tirar. El vídeo mató a la estrella de la radio, cantaban los Baggles en 1979. Y hoy, cuando Instagram está matando a Facebook, también Vox amenaza con matar a Podemos.

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Pero la culpa no es de Internet sino de esta democracia gestionada por los partidos-cártel (Katz y Mair) que han roto sus compromisos de lealtad mutua con los ciudadanos a quienes decían representar, por lo que estos se desconectan de aquellos dispuestos a venderse al mejor postor: el más ruidoso, llamativo, transgresor y excitante. De ahí la insatisfacción del consumidor (Scitovski), defraudado por los incumplimientos de sus representantes políticos, que reacciona indignado con desafección y escepticismo en las tres direcciones señaladas por Hirschman: la salida del absentista o el tránsfuga, la voz del que vota Vox u otro voto de protesta, y la lealtad del que pese a todo permanece fiel a sus siglas: qué buen vasallo si tuviera buen señor.

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