La triple valentía de Josemari Aznar
El más aguerrido acto de arrojo del expresidente fue poner las patas en la mesa camilla del rancho de George W. Bush
Este Josemari Aznar exhibe la torpe gracia del matonismo ridículo propio de los wésterns. Dijo el jueves en Valencia: “A mí, mirándome a la cara, nadie me habla de una derechita cobarde, porque a mí no me aguanta la mirada”.
Se ve que matizaba así, al estilo granujón, a su hijo predilecto Santiago Abascal. Pero el motivo de su prédica importa nada. Interesa su enjundia. Bravuconerías verbales aparte, la derechita de Aznar siempre fue brutalmente valiente.
Digamos valiente, primero, contra el franquismo. Todavía en plena Transición ensalzaba al dictador. Perifrásticamente, claro, pues ya no se atrevía a hacerlo directamente. Lo formulaba al compás de que la Villa de Gernika había retirado “todos los honores concedidos al anterior jefe del Estado”.
Lo cual encontraba fatal porque “aunque moleste a muchos, gobernó durante cuarenta años” (La Nueva Rioja, 9-5-1979). Se ve que a él no le molestaba para nada. Y que haber prolongado su autocracia cuatro décadas debía ser timbre de gloria.
Valiente también con la corrupción, sobre la que asentó sus reales durante bastante tiempo. Dijo en Valencia que llamaba a votar a su pupilo “desde mi autoridad moral”.
Es de aurora boreal. El individuo que presidió un Gobierno de cuyos 14 ministros 12 fueron procesados, imputados o condenados. El patrón de Eduardo Zaplana, el íntimo de Jaume Matas, el hermano de sangre de Miguel Blesa, el protector de la Alí Babá valenciana, el anfitrión de la Gürtel en pleno en la fiestita de la boda de la niña, dice de sí mismo que tiene ¡autoridad moral! Será bajo los rigurosos criterios de Ana Botella, la vendedora de pisos sociales a fondos cuervo, que adivinen a quién tienen mensualmente subvencionado.
La tercera valentía de Aznar es nunca haber confesado claramente que militó contra la Constitución, y acusar ahora a los socialistas de haber “dejado de ser constitucionalmente fiables”.
Pero Josemari, ay, justificó la “abstención beligerante” (así, en abstracto) contra la Constitución (en el mismo diario, un 23 de febrero de 1979). Y calificó su diseño territorial de “charlotada intolerable que ofende al buen sentido” (ídem, 30 de mayo). Al lado de este beligerante, Manuel Fraga era trotskista.
Su más aguerrido acto de arrojo fue poner las patas en la mesa camilla del rancho de George W. Bush... tras haberse dejado pasar la mano del presidente por encima de su manso lomo, en las Azores. Para vergüenza de España. Aznar, ese hombre.
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