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ESPECIAL EXTREMADURA

Un legado de arte y memoria

La región alberga más de 260 bienes de interés cultural en 160 localidades que son clave para impulsar el turismo y asentar la población

Miguel Ángel García Vega
Monasterio de Santa María de Guadalupe (Cáceres).
Monasterio de Santa María de Guadalupe (Cáceres). Jarno González (Getty Images)

El sonido rompe el aire. El repicar de campanas hiende el silencio. Extremadura exhala espiritualidad como la fotosíntesis genera clorofila. Procede de sus monasterios, iglesias, abadías, ruinas romanas y tartesias, cuevas prehistóricas. Llega de todas partes. El patrimonio cultural, ese ininterrumpido diálogo del paso del hombre y sus obras, es una presencia continua en el territorio. El casco histórico de Cáceres, los vestigios árabes de Badajoz, el centro monumental de Plasencia, el ayer romano de Mérida. La enorme levedad del peso de la historia se vuelve tangible. En 2017, según un trabajo de la revista de geografía Polígonos, había en la región 261 bienes declarados de interés cultural (BIC) repartidos por 160 localidades.

Estos números, sin duda, hoy habrán aumentado, porque el legado extremeño resulta profundo y extenso. Aunque tenga sus anclajes. La ciudad vieja de Cáceres, desde 1986, y Mérida y Guadalupe (1993) forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Tres poblaciones con las que delinear un paisaje cultural. A la vez físico, a la vez intangible. Imposible asir la mística de la Semana Santa cacereña, la belleza rota de los bancales de cerezos en flor del Valle del Jerte, la algarabía del carnaval de Badajoz o la Pasión de Mérida y Jerez de los Caballeros (Badajoz). Ni, desde luego, retener las notas del Festivalino de Pescueza (Cáceres). Una partitura que tiene su propio récord: es el festival de música más pequeño del mundo.

Todo está conectado con todo en el patrimonio extremeño. Desde lo minoritario a lo colectivo. Neuronas en una continua sinapsis cultural. Es una experiencia escuchar el sonido telegráfico de a fala, una lengua hablada solo por 5.000 habitantes en la frontera natural entre Cáceres, Salamanca y Portugal. Otra, muy distinta, es sentarse en el teatro romano de Mérida y contemplar los grandes mitos grecolatinos. Su Festival Internacional de Teatro Clásico acumula 64 ediciones, miles de visitantes y un declamar que se esparce por el planeta. En 2011 acudieron 50.000 espectadores, en la última edición; 175.577. "El público se ha triplicado", valora Jesús Cimarro, director del certamen. "Pero su importancia no solo reside ahí. Por cada 30 euros invertidos en el espectáculo se revierten 150 a la región. Creamos empleo, generamos economía y hacemos ciudad".

Cuestión de equilibrio

Pero, a veces, el éxito conlleva también una parte de olvido. "El excepcional arte romano de Emérita Augusta está dificultando el conocimiento de otras presencias y momentos históricos, como, por ejemplo, los yacimientos de la mítica civilización tartésica", admite Francisco Pérez Urban, director general de Bibliotecas, Museos y Patrimonio Cultural. Extraordinario, por ejemplo, el sitio de Turuñuelo de Guareña, en las Vegas Altas del Guadiana, en Badajoz.

El reto de Extremadura pasa por encontrar el equilibrio en el fiel de la balanza. Bilbao lo halló con el Guggenheim de Frank Gehry. Mérida parece buscarlo con su Museo Nacional de Arte Romano (MNAR), una joya de Rafael Moneo. Desde 1993 forma parte del Patrimonio de la Humanidad. Sin embargo, muy pronto, cuando se inauguró, en 1986, ya era memoria de la identidad de una región. "El Museo se ha convertido en un imán del turismo cultural pero también tiene una proyección internacional de primer orden que nos sitúa como una de las instituciones arqueológicas más importantes del mundo", apunta Trinidad Nogales, directora del MNAR. El recuerdo de las civilizaciones antiguas son sus ruinas y la institución necesita más espacio para contar ese relato. Por eso ampliará un 20% su superficie. Más talleres educativos, más actividades didácticas, más lugar para los investigadores; más museo.

Mientras esto sucede en Mérida, el sonido rompe, de nuevo, el aire y las campanas repican en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe. Santuario de la virgen morena que se convirtió en la patrona de México. No es de extrañar si recordamos la historia de los conquistadores. Sus nombres evocan el desierto y la pobreza de quienes huyeron de estas tierras para ganar imperios, selvas, plata, oro y muerte. Pero Extremadura ya no es aquella tragedia que filmó Luis Buñuel en su documental Las Hurdes, tierra sin pan, de 1933. Ya no es pobreza ni diáspora. "Hoy la prosperidad y la cultura son parte central del discurso político", comenta Carmen Hernán, presidenta de la Asociación de Gestores Culturales de Extremadura (AGCEX). "La comunidad ha apostado por asentar la población en el territorio. Es una prioridad que se refleja en que no se ha cerrado ningún pueblo. Esto ayuda a conservar el patrimonio material e inmaterial".

Sin embargo, la región todavía es una gran desconocida. Pese a los avances (existen dos vuelos diarios de ida y vuelta que conectan con la capital de España), y su geografía a medio camino entre Madrid y Portugal. "Las comunicaciones con la capital son escasas y nos falta el AVE", reconoce Miriam García, secretaria general de Cultura de Extremadura. A pesar de todo, "el mundo cada vez nos presta más atención". Solo el Gran Teatro de Cáceres ha reunido a 222.787 espectadores. Los festivales ocupan un lugar central en una región que mima las artes escénicas. De hecho, será la primera comunidad que tendrá una ley propia.

Porque las normas construyen también el patrimonio. Extremadura mira a los ojos de la memoria histórica. Trabaja en la creación de un censo de víctimas de la Guerra Civil y un mapa de fosas. Quiere dar sepultura digna a los muertos de la represión franquista. La lucha contra el olvido resulta tan importante como la conservación del Monasterio de Santa María de Guadalupe. Pues ambas son imprescindibles en el narrar de la historia. Aunque no será fácil proteger el recuerdo. Ni inmaterial ni material. En una comunidad tan rica en patrimonio, el expolio resulta una tentación. El Gobierno extremeño vigila, especialmente, las cuevas de Maltravieso (Cáceres), de unos 66.700 años de antigüedad, el Castro de Villasviejas del Tamuja (Botija, Cáceres), el yacimiento arqueológico La Cimurga (Navalvillar de Pela, Badajoz), la ermita de Belén (Cabeza de Buey, Badajoz) o el Castillo de Miraflores (Alconchel, Badajoz).

La Administración conoce el valor de esos, y otros, sitios. "Esta legislatura hemos creado la Unidad de Protección del Patrimonio para proteger los espacios arqueológicos y culturales", observa Francisco Pérez Urban. "Pero existen tal cantidad de lugares que resulta imposible vigilarlos todos continuamente. Por eso estamos haciendo una labor de concienciación entre agricultores y ganadores, que son quienes, generalmente, conviven con estos yacimientos, para que conozcan su valor y se impliquen en la protección". Tiene que fraguar una idea: el patrimonio es la memoria de todos; si se pierde, el hombre se queda hueco.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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