¿Es el día del padre o de la madre una celebración obsoleta?
Pienso en cuántos niños habrá hoy haciendo manualidades para madres o padres que no existen. O que faltan
Hay fechas que pueden ser duras para quienes no entran en ellas. Pienso en el día de Navidad, en el de los enamorados, en los aniversarios caducados y en el día del padre o de la madre. Por estas últimas pienso en Ricardo, aquel niño de pelo largo y andares desgarbados con el que compartí varios años consecutivos de colegio. Ricardo, huérfano de madre desde el nacimiento. “Mi madre murió cuando nací”, contaba, y ese podría haber sido el principio de una novela de vida porque la de Ricardo fue sin duda una vida de novela de principio a fin. Y no solo por lo terrible de la muerte de su madre, sino también por todo lo que relataba de su día a día con un padre claramente alcohólico –significado ignoto aún para los niños y niñas que compartíamos pupitre con él–, que compensaba, si es que se puede compensar algo así, el sostén de una hermana bastante más mayor que parecía, a veces, haber ocupado la posición materna. Si es que esa posición puede ocuparse en el sentido más literal de la palabra.
Pero volviendo al tema de las fechas, recuerdo perfectamente lo que era para Ricardo el día de la madre: una putada. Lo sé con certeza porque varias décadas después aún puedo ver su cara, mezcla de pena y cabreo, mientras sus dedos largos y finos construían la manualidad de turno. Le observé muchas veces aquellos días previos a la fecha clave y siempre me pregunté qué pasaría por su cabeza. La parte de mí más convencional imaginaba a una hermana amorosa recibiendo el presente y un Ricardo rendido y conformado. Nunca le pregunté. Era finales de los ochenta y en aquel colegio –bastante autoritario, y de imposiciones incuestionables– nadie se planteó qué suponía para él el primer domingo de mayo. Supongo que en el centro daban por hecho que Ricardo tenía que aprender a vivir con ello y que aquel regalo bien podría dárselo a cualquier otro familiar, a su hermana quizás, en ausencia obligada de la destinataria.
Lo cierto es que, así contada, esta historia parece de ciencia ficción. Pero pienso en cuántos Ricardos habrá hoy –treinta años después– haciendo manualidades para madres o padres que no existen. O que faltan. Pienso en la diversidad familiar: en las madres solteras, en las parejas del mismo género o sexo, en los hogares poliamorosos, en los padres que crían solos. En los padres o en las madres que ya no están. Una vez más la cara de un Ricardo que recuerda que no todos encontramos un hueco en según qué días.
Desde hace años, por suerte, ya hay colegios que han tomado conciencia de que hay conmemoraciones obsoletas, o que incluso ya nacieron con poco acierto, y en los que hay docentes convencidos de la necesidad de celebrar un Día Internacional de la Familia. Porque al final la familia sí es ese lugar en el que cabemos todos. También Ricardo, que quizás hoy se hubiera sentido más comprendido.
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