VAR, el protocolo fantasma
Si los espectadores no entienden el arbitraje por imagen, ¿para qué sirve?


De la nada, sobre una hojarasca de expectativas e ilusiones, ha surgido como una eflorescencia cancerosa el debate tribal sobre el VAR (video assistant referee), el sistema de consulta de imágenes para arbitrar las jugadas conflictivas. El término crucial aquí es expectativas. Por razones de optimismo antropológico hubo quien arguyó que con el VAR las decisiones arbitrales dejarían de favorecer siempre a los mismos (o al mismo), la Liga se igualaría, los ciegos verían y los cojos andarían. Solo un malentendido podía fundamentar semejante mundo feliz. Porque, en el fondo, en el VAR deciden los mismos que decidían antes, con su mismo grado de discrecionalidad: los árbitros. Cierto, algunas jugadas pueden revisarse e incluso corregirse; pero como esas jugadas también se deciden de forma discrecional...
Los creyentes en la capacidad del VAR para imponer justicia total dirán que el sistema tiene unos protocolos de aplicación que evitan la discrecionalidad y que lo que pasa es que los espectadores no los conocen. Bien, pues si es así, hay que replicar dos cosas: 1. Que los protocolos del sistema son una simple fantasmagoría desde el punto y hora que nadie de entre los que pagan las entradas los comprende, como pudo demostrarse en varios partidos recientes, en especial uno celebrado en el estadio del Levante, donde hechos iguales fueron tratados unos con VAR y otros sin él; 2. Que las reglas de aplicación han de cambiarse para que todo el mundo las entienda. En buena hora le importa a un espectador si los hechos arbitrados son nítidos o discutibles, como establece la nueva metafísica del VAR. Lo que quiere es que la norma de revisión sea universalmente aplicable, sin exégesis perturbadoras, con el fin de que la moneda, como viene sucediendo, no caiga siempre del mismo lado. Si las reglas solo las entienden los árbitros, estamos en el universo pre-VAR.
Saben los jesuitas y los rábulas que la justicia general se corrompe eficazmente con la casuística. Si el valor de una norma es sujeto de interpretación en cada caso, demos por hecho que esa ley se aplicará íntegramente a todos menos a quien tenga mayor capacidad de intimidación. Hay varios ejemplos recientes que confirman la validez de este principio corruptor. En fútbol y en baloncesto.
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