Fray Gerundio ha vuelto
No por enfatizar el verbo y agrandar las palabras de los discursos éstos son más convincentes
Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes,fue un fraile predicador creado por el jesuita José Francisco de Isla para, como Cervantes hizo en su día con don Quijote y las novelas de caballería, ridiculizar a los predicadores barrocos y altisonantes que poblaban en el siglo XVIII los púlpitos de las iglesias. Memorable fue el sermón que el bueno de fray Gerundio pronunció en su aldea natal la primera vez que volvió ya cantamisano, que dejó a sus vecinos boquiabiertos, pues no entendieron nada de lo que dijo. “Encarnada macolla de teándrica espiga que con afilada segur cortó la parca celeste” fue, por ejemplo, su definición de la eucaristía.
Pareciera que fray Gerundio, como don Quijote o como el Max Estrella de Valle-Inclán, no perteneciera a la historia de la literatura española a la vista de los discursos de algunos políticos actuales, sobre todo de Pablo Casado, que a su rebuscado verbo une un aspecto frailuno que a uno le hace recordar a aquel. Cuesta creer que el nuevo líder de la derecha española, con permiso de sus triunviros Abascal y Rivera, hable así en la intimidad y más todavía que diga muchas de las cosas que dice sin prepararlas, especialmente los adjetivos que utiliza para descalificar a su principal enemigo político, el presidente del Gobierno. Y no lo digo tanto por el famoso felón que tanto ha dado que hablar y que escribir a los columnistas de prensa de este país como por el resto de los superlativos y las hipérboles que se caen de su boca cada vez que la abre como a san Vicente Ferrer las palomas según la leyenda. Que la oratoria no sea una de sus virtudes más destacables no es óbice para que Casado se lance a ejercitarla en cuanto puede asombrando a quienes le escuchan, incluidos sus propios seguidores, por su desmesura. Tanto en la forma como en el fondo de sus discursos, Casado no deja de sorprendernos a los españoles, que ya habíamos olvidado palabras de nuestro idioma que ahora vuelven a tener vigencia gracias a él, así como expresiones dignas de mejores guerras. Que la propuesta de un relator (otra palabra que se las trae también) por parte del Gobierno socialista para tratar de ganarse el voto de los independentistas catalanes a sus Presupuestos Casado la calificase de alta traición, de puñalada trapera a los españoles de bien y hasta de humillación a la patria común hace pensar en qué expresiones no sacará a relucir cuando verdaderamente suceda algo a lo que calificar así. Del mismo modo en que su uso continuo de superlativos le limitará muy pronto poder seguir utilizándolos como a esos comentaristas de deportes para las que todo es fabuloso, impresionante y genial y cuando realmente alguien o algo lo es de verdad se quedan sin palabras porque ya las han desgastado todas.
Pronto va a haber nuevas elecciones, un terreno propicio para que Pablo Casado y otros como él sigan mostrándonos a los españoles su capacidad de énfasis y ese vocabulario hinchado y retórico que tanto le asemeja a aquel fray Gerundio predicador que se sorprendía cuando estudiaba que la m de monte y la de mosquito fueran iguales cuando es evidente que las dos cosas que nombran no lo son. El problema es que somos muchos los que pensamos que no por enfatizar el verbo y agrandar las palabras de los discursos estos son más convincentes, del mismo modo en el que la solemnidad no le garantiza a nadie el respeto y la atención de la audiencia, salvo en los púlpitos de las iglesias.
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