La belleza pese a todo
Las películas de Jonas Mekas rompen con el esquema del cine convencional, pero transmiten siempre la alegría de vivir
Los hermanos Mekas, Adolfus y Jonas, llegaron a Estados Unidos en 1949 en uno de los barcos que llevaban refugiados europeos que huían de la Segunda Guerra Mundial. Su país natal, Lituania, había sido invadido por los soviéticos en 1940 y un año después por los alemanes. Después de haberse unido a la resistencia en Lituania, los Mekas habían abandonado el país en 1944. En su periplo fueron detenidos y pasaron ocho meses en un campo de trabajo nazi en Hamburgo. Consiguieron escapar, pero fueron detenidos y estuvieron hasta 1946 en un campo para personas desplazadas. Cinco años después de haber dejado su casa consiguieron subirse a uno de los barcos de Naciones Unidas para refugiados.
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El Estados Unidos al que llegaron se proyectaba como un país hegemónico y que, para bien y para mal, no se desentendía de lo que pasaba fuera de sus fronteras. La posguerra y el descubrimiento del horror habían despertado un sentimiento de solidaridad en Occidente. Aunque su plan inicial era ir a Chicago, los Mekas se instalaron en Williamsburg, Brooklyn, como muchos otros inmigrantes lituanos. Su historia acaba bien: juntos fundaron la revista Film Culture, centrada en el cine underground, Jonas escribía una columna de cine en The Village Voice y creó lo que acabaría siendo el Anthology Film Archives, uno de los archivos de cine de vanguardia más importantes del mundo. Fue también un habitual del paisaje de la contracultura neoyorquina.
Unos meses después de llegar a Estados Unidos, Jonas Mekas (1922-2019) compró su primera cámara y comenzó a grabarlo todo. Se empeñó en registrar la nueva vida que comenzaba, tal vez porque sabía lo que es quedarse sin nada. Rodaba y rodaba y lo almacenaba todo. Después volvía a ese material que editaba y del que nacían sus diarios filmados, con su característica voz en off, que acompaña imágenes cotidianas, a veces familiares, a veces íntimas. En ocasiones, esa voz explica por qué ha elegido una secuencia, otras solo transmite una idea, una reflexión en la que se dan la mano una comprensión profunda del ser humano y una cierta inocencia en la mirada necesaria para descubrir la belleza allí donde se posa.
Lo que le interesaba eran los momentos en los que la vida se revela y que son al mismo tiempo comunes e irrepetibles
Esa sensibilidad aparece también en sus libros de diarios, en los de cine, en los de entrevistas con otros cineastas y en su poesía. Además de mostrar la belleza de las cosas simples y de ser capaz de atraparla, transmitirla y conservarla, algunas de las películas de Mekas funcionan también como crónicas del exilio o retratos de la vida íntima del refugiado: cuentan cómo se construye la vida desde cero en otro lugar, qué pasa con lo que queda atrás, qué pasa cuando se ha perdido todo, qué pasa cuando el mundo que conoces cambia y se vuelve irreconocible.
Como sucede con otros relatos de refugiados, como La analfabeta, de Agota Kristof, los diarios filmados de Mekas son la historia de un hombre obligado a reinventarse a sí mismo. Se definió alguna vez como un historiador del exilio. El título de uno de sus diarios filmados no puede ser más contundente: Lost, lost, lost. “Yo estuve allí, el cronista, el diarista. Lo grabé todo. Y no sé, ¿estoy cantando o llorando?”, dice Mekas. Reminiscencias de un viaje a Lituania, un diario sobre la primera vez que volvió a Lituania, es un relato emocionante y contenido sobre el reencuentro, la emigración y la imposibilidad de volver a la situación anterior. Sus películas no tienen trama, rompen con el esquema formal y narrativo del cine convencional, tiene algo de collage de fragmentos de vídeos caseros. Jonas Mekas acabaría siendo uno de los cineastas underground más prolíficos e influyentes, una referencia obligada para cineastas que rompió con el lenguaje cinematográfico de artificio de Hollywood.
Puede que el secreto de su cine esté en su capacidad para capturar y transmitir siempre, incluso en las peores circunstancias, la alegría de vivir. Mekas decía que perdió su paraíso con la invasión soviética de Lituania. Hasta entonces, en el pueblo en el que vivía, Semeniškiai, no pasaba nada. Respondía a la definición de democracia atribuida a Churchill: en una democracia cuando llaman a la puerta a las seis de la mañana, sabes que es el lechero. Después del horror, al contrario de lo que decía Adorno sobre escribir poesía después de Auschwitz, Mekas trató de buscar la poesía en la vida cotidiana.
Lo que le interesaba a Mekas eran los momentos en los que la vida se revela y que son al mismo tiempo comunes e irrepetibles. Mekas siempre ha querido filmar las cosas que hacen que la vida valga la pena. Tal vez porque cuando las certezas desaparecen, la duda empuja a buscar una verdad que puede encontrarse en la belleza.
Aloma Rodríguez es escritora y miembro de la redacción de Letras Libres.
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