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La gran historia de dolor y superación de una cantante llamada Cat Power

Esta mujer, icono del ‘underground’ musical, ha vivido una vida que seduciría incluso a quienes no han escuchado nunca un disco suyo. Todo empieza cuando su madre la dejó abandonada en el hospital

Cat Power posa en exclusiva para ICON con un abrigo Cristaseya para Ekseption. Fotografía: Pablo Zamora
Cat Power posa en exclusiva para ICON con un abrigo Cristaseya para Ekseption. Fotografía: Pablo Zamora

“Pareces mi psiquiatra”, dice Chan Marshall (alias Cat Power) sonriendo. Describo el cuadro: son las cinco de la tarde, estamos en su hotel de Madrid y ella, vestida con un albornoz blanco, se ha metido en la cama de su habitación. Tapada hasta al cuello por el edredón, me mira tumbada de costado con la cabeza apoyada en la almohada. Yo estoy sentado en una silla, con mi cuaderno. La grabadora descansa en la mesilla que está entre nosotros dos. No, no es lo habitual en las entrevistas, ni mucho menos. Pero ella lo hace como si fuera lo más natural del mundo y tú lo aceptas como si lo fuera.

Al fin y al cabo es Cat Power. A cualquiera que haya pasado el suficiente tiempo en este negocio le ha llegado alguna historia sobre ella. O varias. A veces, graciosas. Otras, no tanto. Tiene 46 años, lleva 20 grabando discos, hace mucho que entró en la categoría de las artistas indiscutibles, debe haber dado varias veces la vuelta al mundo, ha tenido una de esas vidas llenas de subidas supersónicas y bajones colosales, y hoy se comporta con la frescura de esa tía excéntrica de las películas de época que viaja por el mundo con dos baúles, una pamela y una sombrilla de encaje.

Sigue obsesionada con ser “real”, una de las palabras que más repite. Eso significa que dice lo que piensa (puede ser dispersa, pero es coherente) y hace lo que le apetece. Si está en la cama es porque es la hora de la siesta. “En esta gira, nos vamos después de tocar, para no entrar en la rutina de la fiesta tras el concierto. Pero en el autobús no se duerme muy bien, y cojo una habitación de hotel para echar una siesta antes de ir a la sala. Por cierto, ¿qué hora es? Ah, bueno, todavía tengo tres horas”.

"No soy alcohólica. Me he refugiado en el alcohol para sobrevivir a la depresión. De joven sentía un dolor tan profundo que vivir en una botella era la única alternativa al suicidio"

Es la misma mujer que tiene este recuerdo de su primera visita a Madrid: “Me pasé la tarde con una gente que acababa de conocer bebiendo en la calle esa cosa que hacéis mezclando Coca-Cola y vino”. Era mediados de los noventa y salió al escenario con una monumental borrachera. Incapaz no ya de actuar sino simplemente de articular palabra. “No lo recuerdo. Lo siento. No soy alcohólica, pero me he refugiado en el alcohol para sobrevivir a la depresión. De joven sentía un dolor tan profundo que vivir en una botella era la única alternativa al suicidio”.

Esa ha sido su vida: Cat Power, con sus canciones trágicas cantadas con una voz dulcísima, era una artista admirada. Chan Marshall, una persona atormentada. En 2006, justo después de publicar su octavo disco, el bellísimo The greatest, sufrió un brote psicótico y fue ingresada. La gira se pospuso, dejando sus finanzas en un estado precario. “Al final, aquel parón fue bueno. Cuando volví a la carretera dejé de beber tanto y descubrí que el alcohol era en parte la causa de mi miedo escénico”.

Su popularidad creció. Hasta Karl Lagerfeld se rindió a sus encantos y fue la cara de una colección de Chanel. Incluso aprendió a metabolizar los disgustos de otra forma. Cuando rompió con el actor Giovanni Ribisi, que se casó con la modelo Agyness Deyn poco después, Marshall, que había vivido en Los Ángeles ejerciendo de madre de la hija adolescente de su pareja, se mudó a Malibú y compuso un disco pop y luminoso. Hasta su nueva imagen, pelo corto y teñido de rubio, sugería un renacer.

Sun se editó en 2012 y llegó al top ten de los discos más vendidos en EE UU, su mejor puesto hasta la fecha. Pero entonces, el cuerpo le falló. “Tuve problemas inmunológicos, neurológicos y cardiovasculares. Mi sistema linfático estaba destrozado”. Asegura que tras un calvario de médicos encontró la solución en terapias alternativas. Obviando que no parece muy creíble que la medicina holística le curara como asegura, el hecho es que estaba recuperada cuando temió que la pesadilla fuera a empezar de nuevo.

La cantante estadounidense viste una chaqueta de Davidelfin. Fotografía: Pablo Zamora
La cantante estadounidense viste una chaqueta de Davidelfin. Fotografía: Pablo Zamora

“En 2014 estaba de gira en Sudáfrica y me sentía fatal. Pensé: ‘Mierda, otra vez no’. Estaba tan fatigada todo el tiempo que me planteé todo tipo de posibilidades: quizás era la dieta. O había pillado el VIH. Volví a casa. Y entonces valoré mis síntomas. Me habían crecido los pechos, así que me hice el test de embarazo. Y estaba embarazada. Inmediatamente llamé al padre. No éramos pareja, solo salimos juntos durante cinco meses y éramos amigos. La siguiente llamada fue a un médico y luego a otro. Antes de decidir tener a mi hijo quería estar segura de que mi cuerpo estaba sano. Estaba asustada, tan asustada... En realidad, cuando recibí la noticia lo que sentí es miedo. Y estuve así hasta que nació. No dejaba de pensar en que yo o mi bebé podíamos morir. Estuve aterrorizada todo el proceso. Y entonces le vi y fue una revelación. Posiblemente el momento más feliz de mi vida”.

Boaz tiene ahora tres años. “Estuvo conmigo hasta el concierto de Berlín. Le traigo diez días de gira y luego vuelve a casa una semana con una niñera o se va con su padre, en el estado de Nueva York. Eso es genial. Me gusta que pase tiempo con él”.

El hogar de Chan y Boaz está en Miami, en lo que parece el destino final de una vida itinerante. Ella es natural de Atlanta, hija de un pianista de blues ausente y una madre jipi que la dejó abandonada en el hospital cuando nació. “Encontraron a mi abuela y vino a recogerme. Recibí mucho amor de mi abuela. He sentido el amor a lo largo de mi vida. De parejas, de amigos o de mis perros. Pero el que siento por mi hijo multiplica hasta el infinito todo lo anterior. Y crece sin parar”.

“Tuve problemas inmunológicos, neurológicos y cardiovasculares. Mi sistema linfático estaba destrozado"

Lo que parece haber sentido mucho es decepción. La última con su discográfica de toda la vida, Matador, que abandonó cuando rechazó su nuevo álbum, Wanderer. “No les parecía lo bastante comercial. Ya con Sun me presionaron, me dijeron que querían un álbum de hits. Me sorprendió, porque es una discográfica indie y se supone que no se preocupan por esas cosas. Querían que fuera Adele, algo superproducido, con productores famosos. Y, sin embargo, lo hice todo sola. Trabajé en él durante cuatro años, todo lo que escuchas en el disco lo hice yo. Pero cuando salió mintieron a la prensa diciendo que lo había producido Philippe Zdar, cuando solo había estado mezclándolo la última semana. No estaba enfadada, estaba decepcionada. Me sentí manipulada, explotada… Perdí por completo la confianza en ellos. Pero no se lo dije. Me lo callé. Hice algo que no había hecho nunca: conseguí un manager. Me enteré por él de que mi abogado había sido compañero de dormitorio en Harvard del director de mi sello. Entonces entendí un montón de conversaciones que había tenido con mi abogado. No entraré en detalles, porque me amenazaron con denunciarme si lo hacía”.

Un momento: ¿cómo pudo sobrevivir 20 años en la música sin un manager? “Porque pensé que esa gente eran mis amigos. Decían que eran mi familia y les creí. Ellos dirigían mi vida, teníamos un montón de vivencias juntos. Pensaba que nos preocupábamos los unos de los otros. Me sentía halagada cuando me decían: ‘Chan, eres parte de la familia’. Mentían, son unos mentirosos. Me sentí fatal, pero no tenía tiempo para duelos. Tenía que ser yo misma, ser real. Ir hacía adelante, no podía perder el tiempo”.

Se levanta de la cama. “¿Quieres fumar?”, pregunta. Está prohibido, Chan. Ella coge un cigarrillo, abre la ventana de la habitación y cuando está a punto de encenderlo se arrepiente. “¿Te apetece un café?”. No, gracias. “Voy a hacerme uno. ¿Tienes hijos?”. Está claro que por unos minutos no quiere hablar de sí misma. Cualquier otro artista hubiera dado por cerrada la entrevista. Ella no. “¿Te ha gustado el disco?”, dice metiéndose otra vez en la cama. Sí, me ha gustado. Es una vuelta atrás, a la parte más folk de su carrera. Canciones preciosas y sencillas, pero vigorosas.

"Cuando mi hijo escucha alguna de mis canciones antiguas y reconoce mi voz me pregunta: ‘¿Por qué lloras?"

“Me gusta eso de vigorosas. No quiero que suenen tristes. Cuando mi hijo escucha alguna de mis canciones antiguas y reconoce mi voz me pregunta: ‘¿Por qué lloras?’. Por eso este disco tenía que sonar optimista. Quiero ser fuerte”. Hablando de eso, ¿no es raro que no haya habido un movimiento como el #metoo en el rock? “Podría haberlo. Y debería. Porque en realidad el lema de sexo, drogas y rock’n’roll es el origen de todos esos abusos. Crear falsos ídolos que creen que pueden coger cualquier cosa que deseen. Estoy segura de que la lista de músicos que han cometido abusos es larga, inacabable. Yo he oído historias. Pero no creo que nazca un movimiento así en el rock. Lo he hablado mucho con Lana”.

Lana es Lana Del Rey. Fueron juntas de gira en 2018 y colabora en Woman, una de las canciones del álbum. “La conocí hace años, en la piscina del Chateau Marmont de Los Ángeles. Se acercó diciéndome algo así como: ‘Eres una diosa’. Y no me lo tomé muy bien, pensé que quizás se estaba riendo de mí. Me tomo así este tipo de cosas. Después alguien me contó que me incluía en los agradecimientos de su disco. Y me emocionó tanto, me recordó ese momento de los noventa en el que las bandas se lanzaban mensajes unas a otras desde sus discos. Era algo bonito y dulce, hecho para conectar. Y me sentí conectada a ella. Y después coincidimos en un festival benéfico, me acerqué para agradecerle aquellas palabras y ella se emocionó e incluso lloró un poco. Y cuando mi compañía rechazó el disco, me habló por Twitter. Y me pidió salir de gira con ella. Es todo amor. Lana y yo hemos hablado mucho sobre lo duro que es a veces ser mujer. Y tenemos una cosa muy clara: no nos vamos a dejar ganar nunca más. Nos lo debemos a nosotras mismas”.

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