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La enésima metedura de pata de Felipe de Edimburgo

Famoso por sus inapropiados comentarios, el marido de Isabel II se enfrenta a sus 97 años a nuevas críticas tras el accidente de coche que protagonizó

Felipe, duque de Edimburgo, en la boda de su nieta Eugenia de York, celebrada en Windsor el 12 de octubre. En vídeo, perfil del duque de Edimburgo.Vídeo: ALASTAIR GRANT (GETTY) / REUTERS-QUALITY
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Ni siquiera la jubilación del nonagenario Felipe de Edimburgo, anunciada hace dos años, ha conseguido desligar al consorte real de la polémica pública que viene arrastrando el personaje. Hace poco más de una semana, el marido de Isabel II ocasionaba un aparatoso accidente automovilístico que finalmente no tuvo consecuencias graves para ninguno de los implicados, aunque sí suscitó un tímido debate sobre la idoneidad de que siga conduciendo a sus 97 años. Siempre genio y figura, el duque fue retratado dos días después al volante —y sin cinturón de seguridad— del todoterreno que ha suplido al anterior vehículo siniestrado. ¿Un nuevo desafío de ese príncipe que siempre ha hecho las cosas a su manera?

La prensa nacional ha difundido ampliamente los detalles del accidente registrado en la tarde del 17 de enero en las inmediaciones de la mansión campestre que la reina posee en Sandringham (condado de Norfolk, costa este de Inglaterra). Incluidas las quejas de la mujer que circulaba por la vía A149 con su bebé a bordo, Emma Fairweather, y que acabó con una muñeca rota a raíz de la precipitada incursión del Land Rover de Felipe en la carretera desde un camino rural. La víctima exige que la infracción del duque sea investigada como sucedería con cualquier otro ciudadano de a pie, al tiempo que hace hincapié en su “insensibilidad y desconsideración”. Y, sin embargo, el grueso de medios se ha limitado a constatar el relato sin incluir las dosis de maldad o sensacionalismo que suele caracterizar a los tabloides británicos.

En este caso no se trata tanto de cubrir con un manto de impunidad a un miembro prominente y anciano de la casa real como de entender la percepción que tienen los británicos del compañero de su soberana a lo largo de más de siete décadas: un hombre anclado al antiguo estilo posvictoriano, que a pesar de su perenne actitud de aristócrata con aversión a la modernidad o de sus legendarias meteduras de pata, siempre ha cumplido su función oficial por encima de cualquier achaque o adversidad. Isabel se ha referido públicamente a su esposo como “mi roca”, el puntal de su dilatado reinado. Y esa simbiosis de la pareja, unida en el empeño compartido de anteponer el deber ante todo lo demás (incluida la familia), es reconocido en su vejez de hoy.

Incluso por quienes cuanto menos arqueaban las cejas cuando Felipe declaraba “inaugurado este asunto, sea lo que sea” durante una visita oficial a Canadá (1969), advertía a un grupo de estudiantes británicos en China (1986) que “si os quedáis aquí mucho tiempo acabaréis con los ojos rasgados” o espetaba a un fotógrafo, sólo hace cuatro años: “Haz la jodida foto de una vez”. Sus reiteradas salidas de tono no superarían los actuales filtros de la corrección política, y mucho menos los del movimiento #MeToo, con inquisitorias como “Es usted una mujer, ¿verdad?” dirigida a una keniata que le ofrecía un regalo como recibimiento (1984).

Felipe de Edimburgo, conduciendo con la entonces princesa Isabel en diciembre de 1951.
Felipe de Edimburgo, conduciendo con la entonces princesa Isabel en diciembre de 1951.CORDON PRESS

Sus tiempos fueron otros, y nada fáciles para un príncipe de cuna nacido en Grecia (Corfú, 1921) y emparentado con varias casas reales, incluidas la danesa o la de los Romanov de Rusia; expulsado al exilio y apartado muy pronto de sus padres (el progenitor abandonó a la familia y su madre fue ingresada en un sanatorio) para acabar en un duro internado británico. Y finalmente casado con la futura reina de Inglaterra en 1947. Para ello renunció a su nacionalidad, a la religión ortodoxa y a su apellido de adopción en el Reino Unido, el de los Mountbatten.

En los tiempos de cortejo a Isabel, conducía un deportivo MG que era su orgullo y que propició el siguiente comentario de la joven princesa a la prensa: “A Felipe le gusta conducir ¡Y muy rápido!” La afición al motor ha sido una de sus vías de escape (la rumorología, nunca probada, apunta también a alguna relación extramatrimonial) frente a las obligaciones de palacio que siempre cumplió hasta su retiro de 2017, con un bagaje de 22.191 actos oficiales y la condición de ser el consorte real más longevo de toda la historia británica.

Al Felipe retirado de la vida oficial apenas se le ha visto en público —más allá de su presencia en las recientes bodas de sus nietos, Enrique y Eugenia— y ni siquiera asistió al servicio religioso de Navidad en la iglesia de Santa María Magdalena en Sandringham. Casi nunca recala en el palacio de Buckingham y dedica su tiempo a la lectura de historia militar y biografías, además de a la recién descubierta afición de cultivador de trufas en la granja de Norfolk. Se lamenta entre sus allegados de las limitaciones de la edad y vería con horror que se le vetara conducir tras el último accidente. De su amor por el volante ha quedado una de sus corrosivas citas que también habla del matrimonio: “Si ves que un hombre le abre la puerta del automóvil a su mujer, es que estrena coche o una nueva esposa”.

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