Se pide tolerancia ante los asesinatos de mujeres. Que no son tantas muertas. Que peor en otros países. Excusas que sustentan el machismo.
Quedó con un tipo que conoció vete tú a saber dónde. Lo mismo hasta quedaron solo para echar un polvo y, con certeza, lo echaron. Eso dijo el informe de la autopsia. Mujer toxicómana, recién follada, muerta por asfixia. Seguro que lo escribieron de otro modo. Yo se lo resumo. La noticia apenas salió en algunos medios. Simplemente fue una más. Una más de las que no se contabilizan como víctimas de violencia de género; esas que casi pasan desapercibidas. El día que escribo este artículo, 97 mujeres han sido asesinadas en lo que llevamos de año; de las que, al menos 47, se considerarán víctimas de la violencia de género por tener o haber tenido relación sentimental con su asesino. Estas últimas, las víctimas por violencia de género, serán las que más le suenen. La mayoría de los medios de comunicación dará esa cifra, aunque existan otras muertas. Cuando decimos que el #MachismoMata, es porque las hemos contado.
Sigan diciendo que aún no somos tantas.
Ana Belén de 39 años, fue asesinada en Albacete por su cuñado. El hombre fue en busca de su exmujer, quien lo había denunciado por malos tratos. Al no encontrarla, se lio a puñaladas con la hermana. Total, si lo que quería era vengarse, qué más da quién fuera la muerta. España se considera un país seguro Con este argumento hay gente que articula el discurso de que no gritemos tanto cuando matan a otra. Se ve que se conforman con esos minutos de silencio cuya ineficacia educativa ya ha quedado demostrada. La supuesta locura de los asesinos suele ser otra excusa para minimizar el clamor feminista que se desgarra con cada muerta. Qué fácil resumir en un deterioro mental todos nuestros males. Tan inexacto como los que aseguran que con más mano dura penal se evitarían asesinatos. La prisión permanente revisable no ha evitado los asesinatos de más mujeres. Los ultraconservadores claman por subir un peldaño más endureciendo la ley. Como si con la pena de muerte se redujera la criminalidad.
Cada año, más norteamericanos defienden la pena de muerte, pero eso no evita que una mujer sea ultrajada cada 98 segundos en el país gobernado por un señor que cuestiona las denuncias de abusos sexuales. Vaya... ¿Les suena? Enciendan su televisor y siéntense a ver cuántos tertulianos dan su versión de los hechos. Propagar una noticia falsa es tan fácil como echarse rímel. La ultraderecha abona el terreno en el que dejará la semilla y el machismo es una de las que mejor arraigan con la tierra. Tom Spanbauer me enseñó cómo ganó Donald Trump. Cambien Pocatello por El Ejido y ya lo tienen. Y lo bueno de veranear en la Roquetas de Mar durante años son los conocimientos sociológicos que te aporta a los dieciocho años. El padre de Carmencita, cuando su hija los cumplió, le compró un coche a su novio para que la llevara a la playa de la Romanilla. Dos años después volví a ver al novio de Carmencita. Era uno de los que alimentaban el odio en los altercados racistas de 2000. Carmencita jamás se sacó el carné de conducir. Pa qué. Sabemos que las redes sociales auparon y ensalzan a Donald Trump y que, ahora mismo y en español, encontramos perfiles, supuestamente de mujeres, gritando "feminazi" y "antifascista" como si el feminismo y el antifascismo fuera un insulto. Apuesto a que detrás de esos perfiles hay señores ultraderechistas. Conoceremos más de un nombre en breve; es cuestión de tiempo.
Los baremos con los que se mide la violencia que ejercen contra nosotros tienen argumentos tan peregrinos como el de Chile, donde preparan una ley por la que las penas de las violaciones serán ponderadas en función de lo que se haya resistido la víctima. Aquí, sin ley específica, también se cuestiona a las víctimas. Te obligan a pelear, a defenderte. A clamar por tu vida simplemente por haber nacido hembra y que un hombre haya decidido que puede catarte. Te arriesgas a acabar como Leticia Rosino, a la que un chaval de 16 años mató a pedradas después de que ella se resistiera cuando la violaba. A Sophia Losche la asesinó el camionero que la recogió haciendo autoestop. A Laia, de 13 años, fue su vecino el que intentó violarla y finalmente la acuchilló. El Gobierno prepara una rectificación para contabilizar a todas estas mujeres como víctimas de violencia de género por mucho que no mantuviera ninguna relación con su asesino. Parece que haremos caso al Convenio de Estambul que ratificamos en 2014 y del que nos hemos mofado todos estos años. Muertas están, pero el feminicidio no siempre te beneficia ni siquiera con un titular.
A Laia, de 13 años, fue su vecino el que intentó violarla y finalmente la acuchilló.
Para que los medios de comunicación te hagan el caso que merece tu asesinato, mejor ser blanca, por supuesto. Y, a ser posible, de clase media o alta. Da mucho más morbo rebuscar en los entresijos de una desaparecida y violada de la que se pueda sacar hasta las tripas y hacer morcillas con las suposiciones. Los índices de audiencia, siempre tan esquivos, se nutren de este tipo de carnaza televisada que no parará hasta que la sociedad rechace semejante ostentación del dolor cuajado de inexactitudes y especulaciones. Ojalá más periodistas negándose a participar de semejante circo mediático. Ojalá más víctimas cerrando puertas al dolor televisado. El descuido jurídico y periodístico que se muestra en la mayoría de los tratamientos informativos llega a límites que deberían ser perseguidos. Basta con que cualquiera de los que se sientan en un plató alardee de haber accedido al secreto del sumario de una agresión para provocar un efecto inmediato: mujeres maltratadas creen que su caso podría airearse con la misma impunidad que el que ocupa a la audiencia. ¿Imaginan el terror que siente una mujer agredida sexualmente que está a la espera de juicio? La carnaza de un delito sexual se descuartiza en los platós y los juicios se multiplican fuera de los juzgados. Cualquiera emite su veredicto.
Es que a quién se le ocurre, bonita.
Sígueme en Twitter y Flipboard y escúchame en la cadena SER en el programa 'Contigo dentro'
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.