Por qué ceder el asiento en el metro puede ser la peor de las ideas
En un trayecto de apenas cuatro estaciones a un pasajero pueden caerle encima hasta diez años
Ya sé que no está bien utilizar este espacio que me concede ICON para largar de un compañero o compañera de trabajo (lo único peor sería utilizarla para vender mi ukelele, que está como nuevo, por cierto), pero no puedo resistirme. Lo siento. Y la culpa no es mía, sino de B (la llamaré así para mantener su anonimato), que la lio hace unos días en el metro de la manera más tonta.
Iba ella sentada tan tranquila hablando con X (tampoco revelaré su nombre) y conmigo, que estábamos de pie. No recuerdo la conversación, pero seguro que hacíamos lo mismo que estoy haciendo yo ahora, largar de algún compañero. Da igual. Lo importante es que de repente B se levantó y ofreció su asiento a un hombre que, a nuestro lado, iba enfrascado en su móvil. A este las orejas se le pusieron rojas y solo pudo responder: “No, no… gracias…”. El pobre se quedó helado.
“Es la primera vez que me pasa… Se me han puesto los pelos de punta… Si no estoy ni jubilado”, alcanzó a balbucear más para él que para nosotros. B intentó arreglarlo diciendo que se conservaba estupendamente, pero aquello ya no tenía remedio. En un trayecto que apenas duró cuatro estaciones a ese pasajero le cayeron encima diez años.
No sé qué le había dado a B, pero es posible que aquel individuo, que se bajó con los hombros caídos y la espalda curvada, solo tuviera ocho o nueve años más que yo. No quiero ni imaginarme el día que otra B tan bienintencionada como nuestra B me ceda su asiento en un transporte público. Supongo que será más pronto que tarde y que tampoco estaré preparado para ello. Menos mal que aún estoy a tiempo de sacarme el carné de conducir. Para eso no hay límite de edad.
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