Gibraltar esp…inoso
May y Sánchez son dos presidentes desesperadamente débiles y eso suele ir mal para soluciones racionales
Gibraltar ha sido un viejo recurso, típicamente de la derecha, para situaciones comprometidas. Nada mejor para aplicar la técnica wag the dog, o cortina de humo, parodiada en aquella película de Barry Levinson en la que un spin doctor de la Casa Blanca contrataba a un tipo de Hollywood para inventar una guerra en Albania, rodada en plató, con la que tapar un escándalo sexual del presidente. Es de una lógica simple: excitar el patriotismo ahoga las críticas. La última vez fue en los primeros días de agosto de 2013, cuando Rajoy tocaba fondo con la comparecencia de Bárcenas, aun solapada en plena operación salida. La prensa conservadora fracasó presentándolo víctima de la cacería de izquierda; y un día después se publicaban encuestas: siete de cada diez creían que mentía. Ese domingo, ABC y La Razón ya pusieron el foco en Gibraltar, con un “Se acabó” y “La Armada volverá al Peñón” envuelto en rojigualda. En días posteriores sube el tono: “España traslada al embajador británico que mantendrá su firmeza con Gibraltar” y “Londres acusa el golpe”. El paroxismo llega cuando ABC saca un portaviones británico con el titular “Londres presiona con su Armada” ya con aires bélicos. La tensión diplomática subió (“Rajoy no cede…” o “Rajoy responde a la Royal Navy” aunque fuese con controles en la verja, e incluso “Al Gobierno no le tiembla el pulso ante las amenazas británicas…”) arrastrando ya al resto de diarios. Aquello derivó en una reclamación a la UE para investigar los abusos gibraltareños, o sea, en nada, pero Gibraltar desactivó la tensión sobre Rajoy.
Hay un viejo descrédito de las guerras con Gibraltar por ese ventajismo oportunista, pero ahora, con el Brexit, no se trata de algo irreal. La posición de España no es una cortina de humo para alejar los focos de los presupuestos o el descrédito de la Justicia. Sánchez personalmente se la juega con el órdago, y ahora mismo las apuestas están al 50%, como a rojo o negro en la ruleta. La maniobra desleal de Barnier no da mucho margen, pero Europa prioriza pactar el Brexit y la posición delicadísima de May, por lo que relativiza la cuestión española. No es fácil. De hecho, hubo un momento casi cómico en la conversación bilateral:
—Te pido apoyo en mi debilidad… —le dice May a Sánchez.
—De debilidad me vas a hablar a mí… —le replica este, exhibiendo sus 84 escaños.
Son dos presidentes desesperadamente débiles y eso suele ir mal para soluciones racionales. España debe defender su posición, aunque sin postureo sobreactuado. Hay líneas rojas, claro, pero Borrell ya intuyó que esto se resolvería entre líneas, diplomáticamente. En definitiva España no puede vetar el Brexit, aunque sí la declaración política. Pero esto ya tiene mal arreglo. Salvo salida de Sánchez por la puerta grande, inusual en los usos diplomáticos, reaparecerá la retórica patriotera en la derecha —Casado ya ha dicho, en clave de honra sin barcos, que “el PP no va a tolerar una humillación internacional para España”— y los golpes de pecho acusando al presidente de ser el nuevo Conde don Julián que ha vendido España.
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