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¿A qué colegio puedo llevar a mi hijo con dislexia?

La asociación Dislexia y Familia (Disfam) lamenta que, aunque existe una Ley Orgánica de Educación sobre la inclusión de estos niños, “luego todo queda siempre en papel mojado"

Colegio rural agrupado Nuez de Alises en el municipio de San Vitero.
Colegio rural agrupado Nuez de Alises en el municipio de San Vitero. Uly Martin

“Cuando doy una charla un sábado por la mañana y veo que se plantan allí 200 profesores mi sensación es que los docentes son personas excelentes, súper motivadas, con ganas de mejorar la calidad de vida de sus alumnos con dislexia. Creo que lo que sucede es que faltan recursos en el sistema educativo”, aseguraba recientemente en una entrevista la científica Luz Rello, autora de Superar la dislexia (Paidós). Y su opinión la comparte Araceli Salas, fundadora de la asociación Dislexia y Familia (Disfam), que lamenta que, aunque existe una Ley Orgánica de Educación que promueve la inclusión de los niños con dislexia; y a pesar de que muchas Comunidades Autónomas han desarrollado esa Ley a través de decretos que amparan a los alumnos con trastornos específicos del aprendizaje, “luego todo queda siempre en papel mojado”.

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Y queda en papel mojado fundamentalmente para Salas por la falta de recursos y de inversión que impiden la formación y la sensibilización de los equipos directivos y los docentes de los centros públicos. “Existe profesorado consciente de este problema y que se forma, se asesora y trabaja codo a codo con las familias, pero luego hay otro grupo que por falta de formación más que de voluntad, no tienen esa sensibilidad hacia el problema. Porque una cosa es saber qué es la dislexia y otra entenderla. Cuando tú la entiendes y te pones en los zapatos del alumnado con dislexia es cuando se te activa otra mirada y comprendes que un niño no puede acceder al aprendizaje si no tiene unas adaptaciones metodológicas o de acceso”, sostiene.

Y esas adaptaciones no significativas, recogidas en la propia Ley, como leer las preguntas del examen una a una en voz alta, dar más tiempo para responderlas, tener más en cuenta en los alumnos con dislexia el contenido de sus respuestas que las faltas de ortografía, que son un síntoma de su trastorno del aprendizaje, o no poner dos exámenes el mismo día, se están aplicando ya, según la fundadora de Disfam, por parte de muchos profesores. El problema, para Salas, es que existen directores de centro y maestros sensibilizados, “pero no hay una línea, una normalización que permita decir que un colegio es inclusivo con los niños con dislexia, algo a lo que tampoco ayudan las dinámicas que existen de profesores y orientadores itinerantes, porque dificulta el que pueda haber un centro con unas bases sólidas”.

El resultado es que es difícil encontrar colegios e institutos públicos que sean referentes por su política de inclusión educativa con los niños con dislexia y otros trastornos del aprendizaje, lo que lleva a muchos padres a hacerse “la pregunta del millón”: ¿A qué colegios podemos llevar a nuestros hijos?

Autoestima por los suelos

Y “la pregunta del millón” suele surgir porque un niño con dislexia lo pasa mal en un centro en el que no se hacen las adaptaciones necesarias para su completa inclusión educativa. Sienten que no pueden alcanzar el ritmo de sus compañeros y cargan muchas veces con el estigma de “tontos”, lo que supone también una merma en su autoestima. Lo explica la propia Luz Rello en su libro, cuando cuenta cómo descubrió a Marie Curie, cómo soñó ser como ella, y cómo se avergonzó de su propio deseo “porque en el fondo ya sabía que yo no era lo suficientemente inteligente para llegar a serlo”.

“Desgraciadamente este sentimiento es bastante habitual en los niños y niñas cuando llegan a nuestro colegio, han estado mucho tiempo comparándose con los demás compañeros y han podido ver desde pequeños que ellos aprendían y olvidaban las letras, que no leían ni escribían como sus compañeros, sino que leían más despacio y escribían con muchas faltas de ortografía. Y todo este sufrimiento lo han ido arrastrando, muchas veces en silencio y afectando a su autoestima”, sostiene Elena Aloy, directora del colegio El Brot (Barcelona), un centro concertado que surge de la Fundación Pedagógica homónima, creada para dar soporte a los alumnos que padecen trastornos del aprendizaje, principalmente dislexia.

Algo parecido observa con cada alumno que viene rebotado de otro centro Carlos González, jefe de estudios del colegio privado Nuevo Velázquez, un centro de referencia en Madrid en la educación de niños con déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH) y dislexia. “Estos niños en un momento dado han hecho un gran esfuerzo, no han sacado los resultados esperados, y hacen un razonamiento muy lógico: si estudio y no obtengo resultados, para qué voy a estudiar. Así que es una bola que empieza siendo pequeña, pero que poco a poco crece y que deriva en problemas de autoestima y motivación”.

¿Y cómo se siente un niño que viene de una experiencia así al entrar en un cole que les apoya y comprende sus limitaciones?, preguntamos a la directora de El Brot.Poco a poco van levantado la cabeza, la espalda, empiezan a mirar de frente y a la vez entienden que ellos también pueden aprender, aunque sea de diferente manera. Terminan creyendo en sus posibilidades, en sus capacidades y se muestran muy motivados por la etapa escolar que les toca vivir”, responde.

Adaptaciones significativas, refuerzo positivo e implicación de las familias

Uno de los aspectos que llaman la atención de estos colegios especializados en la inclusión educativa de niños con dislexia y otros trastornos del aprendizaje es la baja ratio de alumnos por clase. En el caso del colegio Nuevo Velázquez tienen 15 alumnos por aula, un número que según su jefe de estudios consideran en el centro que “es lo suficientemente amplio como para que los niños tengan sensación de grupo y lo suficientemente reducido como para trabajar de una manera muy personalizada con los alumnos, lo que nos permite entrar con profundidad en las peculiaridades de cada uno de ellos”.

No obstante, tanto González como Aloy consideran que el de la ratio no es el aspecto fundamental ni un factor único que explique la implicación de estos centros. Una opinión que refrenda Araceli Salas, para quien el hecho de que haya maestros en la escuela pública que implantan adaptaciones para ayudar a los niños con dislexia aun teniendo 24 o 25 alumnos “demuestra que es posible. Lo que falta es sensibilización y voluntad. Y formación para saber cómo hacerlo”.

“Es importante contar con un profesorado sensibilizado en el respeto a su individualidad con adaptaciones específicas y que aplique nuestra metodología flexible que permita y trabaje a distintos ritmos y niveles”, concede Elena Aloy, que añade que el objetivo del centro es crear un entorno favorable “para potenciar sus habilidades, capacidades y su autoestima”. Para ello en El Brot han prescindido de los libros y han adaptado la metodología Decroly, priorizando la motivación del alumno, los aprendizajes útiles para la vida y una reorganización del currículo con una globalización de los aprendizajes a partir de los centros de interés. “El objetivo de la educación que impartimos en nuestro colegio es que nuestros alumnos con dificultades específicas de aprendizaje puedan integrarse en el futuro en una sociedad competitiva y no tengan un sentimiento de frustración ni baja autoestima”, afirma.

En el colegio Nuevo Velázquez, por su parte, sustentan su trabajo con los niños con dislexia en cinco puntos clave. Por un lado, en el refuerzo de la autoestima y la motivación. En segundo lugar, en el aprovechamiento máximo del tiempo de estancia en el colegio. “Lo que ocurre con niños con dislexia es que el tiempo que pasan en el colegio lo aprovechan muy poco, lo que les supone hacer un esfuerzo extra muy grande cuando llegan a casa. Por eso vemos fundamental que el esfuerzo de aprendizaje se haga en el colegio a través de una metodología muy práctica, con mucha interacción con el profesor, con trabajo de tiempo extra en biblioteca”, sostiene el jefe de estudios.

En tercer término aparece el trabajo de técnicas de estudio. En cuarto lugar el refuerzo positivo, el destacar aquello que hacen bien, algo “que funciona muy bien en estos niños porque les hace sentir importantes”. Y, por último, un aspecto esencial, la comunicación “constante y fluida” con los padres y con los profesionales que trabajan con los niños. “Trabajamos de una manera muy artesanal, contando a la familia absolutamente todo lo que ocurre en el centro, y pedimos además que todo lo que ocurre en casa, todo lo que preocupe a los padres, nos lo trasladen. Planteamos una comunicación de ida y vuelta”.

Y es que las familias son un pilar fundamental. Así lo ven también en El Brot, donde tras largos caminos de tratamientos y terapias se encuentran con familias “cansadas, derrumbadas y desmotivadas hacia la respuesta que les ha dado el sistema educativo”. Padres que, como explica Elena Aloy, han tenido que hacer “de maestros particulares, de entrenadores para motivar a los niños y en muchos casos no han podido hacer solo de padres, por lo que piensan que han fracasado en su labor. Nosotros tenemos que sacar esta culpabilidad que todavía los limita más. Cuando un alumno comienza a levantarse contento para venir por la mañana al colegio ya mejora el bienestar de las familias y esta es una de nuestras metas principales”.

Medidas no significativas de las que se benefician todos los alumnos

Para Carlos González, jefe de estudios del Colegio Nuevo Velázquez, es importante que los niños que acuden a su centro “no se sientan estigmatizados, que no tengan la sensación de llegar a un colegio especial. Nuestro colegio es totalmente normal, pero con una sensibilidad especial a alumnos con este tipo de dificultades”.

Por ello, las medidas no significativas que se pueden adaptar en un aula para lograr la inclusión de los niños con dislexia (leer las preguntas en voz alta, dejar más tiempo para responder o prestar más atención al contenido de una respuesta que a las faltas de ortografía) tampoco deberían ser un motivo de estigma. Así lo defiende Araceli Salas: “Hay que estandarizar y normalizar estas medidas. Que llegue un momento en que igual que nadie cuestiona que si un niño lleva gafas está en ventaja respecto a sus compañeros, nadie cuestione tampoco que haya adaptaciones para el alumnado con dislexia”.

Entre otras cosas porque de esas adaptaciones, según los expertos, se benefician no solo los alumnos con dislexia, sino también el resto de compañeros. “Absolutamente todo lo que se plantea para alumnos con dislexia es perfectamente aplicable para alumnos que no tienen este trastorno del aprendizaje. Todos los alumnos se benefician de esas adaptaciones. Para los niños con dislexia estas medidas son fundamentales, pero para el resto también son convenientes”, concluye González.

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