
Los 11 objetos (injustamente despreciados) que indican que tu casa es española
¿Qué identifica un hogar eminentemente español? Algunos de estos objetos tienen fama de humildes, rancios o vulgares pero, ojo, porque están a punto de volver a ponerse de moda (si alguna vez dejaron de estarlo)

Tan español como la tortilla de patatas, en este artículo explicaba Mario Suárez la omnipresencia de esta técnica de pintura de paredes con acabado en grano: en una de las épocas de mayor furor constructivo en nuestro país –en los años sesenta y provocada por el éxodo rural– los bloques de pisos y apartamentos se construían con rapidez y sin prestar demasiada atención a remates y acabados. El gotelé, con su rugosidad, era perfecto para disimular defectos, impurezas, grietas e incluso paredes no todo lo rectas que cabría desear. De ahí pasó a moda que iba desde gotelés discretos a texturas agresivas que parecían cuadros de Jackson Pollock en relieve (especialistas, además, en despellejar nuestros codos en la niñez). Eliminarlo sale caro –3.000 euros para una vivienda de 80 metros cuadrados– y se ha convertido en un elemento tan extendido que todavía hoy buena parte de los pisos nuevos que se construyen lucen gotelé en sus paredes. (En la imagen, una escena de 'Los abrazos rotos', donde también se reivindica el apartamento vacacional de playa)


Una mezcla de cantidad de horas de sol diarias y deseo de privacidad es la explicación más plausible de por qué las persianas son imprescindibles en los hogares españoles pero no así en muchos de sus homólogos europeos. La ética calvinista de los países bajos –y sus correspondientes anglicanas y protestantes– tiene la noción de que cuando un miembro de la comunidad cae en pecado, el pecado mancha a todo el colectivo; de ahí la importancia de la vigilancia constante y muda, lo que traducido a términos arquitectónicos nos da grandes ventanales descubiertos. El concepto católico –en su vertiente española– de la vida implica más actuar de puertas para fuera pero mantener la privacidad del hogar. (En la imagen, una escena de la serie 'Cuéntame')







La francesa Duralex goza de una salud estable y vende sus productos de vidrio por todo el mundo, pero hay una colección en concreto que despierta la magdalena de Proust del español medio: la vajilla ámbar (a veces verde, a veces transparente con los bordes estriados) que reinó durante los sesenta y setenta, convertida en los platos “de diario” de varias generaciones. Asequible y resistente, sus virtudes la han hecho valer más allá de como guiño vintage objeto de deseo de coleccionistas. Se sigue fabricando y vendiendo y si hay algún componente en esta lista que haya dado ya el giro completo de “asociado al pasado y despreciado” primero, “buscado por nostálgico y gracioso” después y finalmente “comprado porque encanta sin ironías”, es este. Su nombre oficial, por cierto, es vajilla Lys.
Getty Images