Vinagre y aceite en la cumbre iberoamericana
La visita no oficial de Aznar y el Rey a La Habana en 1999 estuvo llena de tropiezos y ridículos diplomáticos
Desde el mismo día en que asumió la presidencia, José María Aznar enfiló los cañones contra la Cuba de Fidel Castro. Como candidato, en sus giras por Centroamérica y EE UU se había paseado en el avión privado del líder de la Fundación Nacional Cubanoamericana, Jorge Más Canosa, el archienemigo de Castro, así que en La Habana lo tenían bien catalogado. Días después de jurar el cargo, en mayo de 1996, Aznar anunció que suspendía la cooperación oficial con Cuba, y lo hizo en el transcurso de una conferencia de prensa conjunta con el vicepresidente del Gobierno estadounidense, Al Gore, que estaba de visita en Madrid. Gore le agradeció el gesto inesperado y le dio una palmadita en el hombro. Buen muchacho.
Meses después, "el caballerito del bigotico" (así lo bautizó el comandante) promovió en la Unión Europea una posición común que condicionó las relaciones de la UE a la democratización y avance de los derechos humanos en Cuba, enfriando durante casi dos décadas los intercambios entre Bruselas y La Habana. Con estos antecedentes, y con su famosa declaración de “el Rey irá a Cuba cuando toque", realizada en marzo de 1998 para abortar la creciente presión en favor de un viaje oficial de don Juan Carlos y doña Sofía, llegaron Aznar y el Rey a La Habana en noviembre de 1999 para participar en la IX Cumbre Iberoamericana.
Los malos modos de Aznar contrastaron con el buen humor de don Juan Carlos, al que el presidente cubano agasajó en todo momento
Castro llevaba esperando al Monarca desde los tiempos de Felipe González. Finalmente, el viaje había sido pactado con el Gobierno de Aznar para la primavera de 1999, pero a última hora La Moncloa lo suspendió con el argumento de que “no se daban las condiciones”. Así las cosas, Fidel quería darle a la visita de los Reyes una connotación diferenciada de los trabajos de la cumbre (el 15 y 16 de noviembre), pero Aznar se oponía tajantemente: el viaje sería en el marco de la cumbre y punto, todo lo que hiciera don Juan Carlos fuera del programa serían actividades “privadas".
Para La Zarzuela, además de un tanto grosera, la actitud de La Moncloa era difícil de entender: Cuba era el único país latinoamericano que don Juan Carlos no había visitado (habiendo estado en el Chile de Pinochet), sin contar con que se trataba de la primera de un Rey español a la isla en 500 años de historia común y del factor nostálgico, por ser Cuba la última y más querida colonia de España.
Finalmente, se acordó que los Reyes llegaran a La Habana un día antes del inicio de la cumbre, el 14 por la tarde, para tener algunas horas de agenda propia. Sin embargo, poco antes de volar hacia la capital cubana, Aznar se despachó en Centroamérica con unas declaraciones cuando menos poco diplomáticas: "en Cuba nada cambiará mientras Castro esté en el poder", dijo, y se quedó tan ancho. Aterrizó Aznar sin pena ni gloria, pero al llegar poco después el avión del Rey apareció Fidel y, rompiendo el protocolo, invitó a subir a su coche al Monarca para acompañarlo hasta la residencia del embajador español, donde se hospedaría durante su estancia. Aznar se quedó allí solo, tieso y con cara de malas pulgas durante varios minutos, hasta que se fue en su coche al hotel Meliá Habana.
La entrevista a solas entre Fidel y el Rey que Aznar quiso evitar a toda costa se produjo de este modo, y aquellos 20 minutos largos de conversación en el coche dieron la clave de lo que sería aquel viaje y de quiénes se convertirían en los protagonistas de la cumbre. Durante los tres días siguientes, Aznar, el Rey y Fidel Castro ofrecieron un espectáculo digno del camarote de los hermanos Marx, dejando perplejos a los informadores. Los malos modos de Aznar, que llegó a abandonar durante un largo rato una comida con los presidentes iberoamericanos mientras hablaba Castro, contrastaron con el buen humor de don Juan Carlos, al que el presidente cubano agasajó en todo momento.
El colmo de los colmos llegó durante el paseo por La Habana Vieja, donde Aznar se quitó la chaqueta ante el Monarca, en gesto de total descortesía
Si Aznar fue agrio, el Rey siempre tuvo una sonrisa en los labios y dio una imagen de simpatía, actitud que no le impidió llamar a las cosas por su nombre y afirmar: "Solo con una auténtica democracia, con la plena garantía de las libertades y en el escrupuloso respeto de los derechos humanos, podrán nuestros pueblos enfrentar con éxito los desafíos del siglo XXI". Lo dijo durante la cena de bienvenida que ofreció Castro, pero su tono no molestó a los ministros del Gobierno cubano, pese a lo claro del mensaje. La actitud de Aznar fue la contraria durante toda la cumbre. Su rostro siempre reflejó seriedad y hasta disgusto cuando el líder comunista pronunció alguna frase de barricada.
Durante la cena de gala, el comandante situó al Monarca español a su lado y lo sorprendió con un regalo inesperado: un retrato de sus padres, realizado durante el viaje que hicieron a La Habana en 1948 los condes de Barcelona. El regalo emocionó a don Juan Carlos, que dijo que el detalle le había llegado al corazón. Cada pequeño guiño o complicidad entre ambos tuvo inmediato reflejo contrario en el rostro de Aznar, bautizado por los periodistas como la chaperona, por el marcaje tan de cerca que hizo al Rey para no dejarlo a solas con Castro ni un segundo.
El colmo de los colmos llegó durante el paseo por La Habana Vieja, donde Aznar se quitó la chaqueta ante don Juan Carlos en gesto de total descortesía. El Rey lo fulminó con la mirada, y quedó en evidencia ante todo el mundo las tensiones entre el jefe del Estado y el presidente del Gobierno. Para más despropósitos, la delegación española acusó a Cuba de cerrar las calles del centro histórico y de recibir al Rey con frialdad siberiana, si bien después se demostró que fue La Moncloa la que pidió con insistencia un “paseo privado”. El ridículo fue tan mayúsculo que al regresar a España la oposición convocó una sesión en el Parlamento en la que criticó la actitud de Aznar durante la cumbre.
El último acto de don Juan Carlos en La Habana fue una recepción a la colonia española en el hotel Tryp Habana Libre, pero al salir de allí de nuevo Fidel Castro sorprendió al aparecer a despedirle sin Aznar mediante. La charla se prolongó peligrosamente —Aznar en la innopia—, y antes de marcharse Fidel hasta hizo descolgar un cuadro que al Rey le había gustado para regalárselo.
Castro llevaba esperando al Rey desde los tiempos de Felipe González y quería una agenda diferenciada de la Cumbre para el Monarca
Casi 20 años después de aquel papelote diplomático, vuelve a la isla un presidente español. Fidel Castro ya falleció. Don Juan Carlos abdicó. Y La Habana, que cumple 500 años en 2019, sigue esperando la visita oficial de unos Reyes de España. Pedro Sánchez será el primer líder occidental en visitar Cuba con Miguel Díaz-Canel como presidente, y muchos piensan que España debiera aprovechar la oportunidad y establecer, por fin, las bases de una política de Estado coherente hacia su última colonia. Y es que, entre el vinagre y el aceite, mejor siempre lo segundo.
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