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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Incidir en las causas

Hay que destinar más recursos a programas de contención de la migración en los países de origen en lugar de reforzar unas barreras que nunca serán del todo disuasorias

Una mujer coloca flores junto al cadáver de un inmigrante que murió en un naufragio cerca de la costa de Cádiz.
Una mujer coloca flores junto al cadáver de un inmigrante que murió en un naufragio cerca de la costa de Cádiz. Román Ríos (EFE)

La gestión de los flujos migratorios que se dirigen hacia Europa desde África no puede focalizarse en el control de las fronteras, sino en modificar las causas que provocan las migraciones. Las medidas de contención en los accesos representan solo una parte de una respuesta que debe ser global, preventiva y, en todo caso, respetuosa con los derechos humanos de quienes han emprendido un camino plagado de riesgos. El drama de los cadáveres que el mar ha arrojado sobre las playas de Cádiz y Melilla tras el enésimo naufragio nos recuerda que el más estricto de los controles fronterizos no impedirá que siga habiendo gente desesperada que intente la travesía. En este caso, lo prioritario es una política de reducción de daños, con un refuerzo de los servicios de rescate que permita evitar las muertes. En lo que llevamos de año se han perdido más de 600 vidas en la travesía.

Editoriales anteriores

España se ha convertido en la principal puerta de entrada de migrantes a la UE, pero conviene no hacer alarmismo, pues estamos lejos de las cifras que llevaron a la crisis migratoria de 2015. Ese año llegaron a Europa más de un millón de refugiados y migrantes, con la guerra de Siria como principal causa de los desplazamientos. En lo que llevamos de 2018 han llegado a España unos 55.000 migrantes, en su mayoría por motivos económicos, y aunque la cifra representa un aumento del 146% con respecto al mismo periodo de 2017, es perfectamente gestionable y lo que indica es que las rutas se desplazan, pero los flujos globales no aumentan. Al contrario, han disminuido drásticamente.

España ya afrontó en 2006 una crisis por la notable llegada de migrantes a Canarias y esa experiencia le permite ahora defender una política muy distinta de la que viene aplicando el Gobierno italiano de sellado de fronteras y persecución de los migrantes. En aquella ocasión, lo que facilitó la reducción de los flujos que llegaban a Canarias fueron los acuerdos de cooperación que el Gobierno español adoptó con los países de procedencia y de tránsito, fundamentalmente Marruecos, Mauritania y Senegal, que permitieron pasar de 40.000 llegadas en 2006 a menos de 200 en 2010.

Ante esta experiencia, es razonable que España insista en priorizar las medidas destinadas a incidir sobre las causas de la migración en los países emisores, antes que a reforzar los dispositivos de vigilancia y control, que, por otra parte, son ya considerables. Cambiar las prioridades significa destinar más recursos a programas de contención de la migración en los países de origen en lugar de reforzar unas barreras que nunca serán del todo disuasorias. A la larga, esta política resulta mucho más eficaz y además evita la carga de muerte y sufrimiento que la migración comporta en las actuales circunstancias.

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