Mala Rodríguez: con ella empezó todo
Aquel huracán gaditano que retumbo en el hip hop español está a punto de cumplir 40 años. Algunos critican que se ha ablandado; ella les reta a que aporten pruebas
Está satisfecha con las canciones nuevas que trae en el zurrón. Mala Rodríguez siente que Bruja es ya “un recuerdo lejano”, que cinco años son un mundo, “porque así lo dice el calendario”. Pero insiste en que no se ha estado “ni quieta ni en silencio”, que ha dedicado todo este tiempo “a vivir”, a pensar y a sentir “y a estar creando música las 24 horas del día”. “Mi música viene siempre conmigo, porque mi música soy yo”, asegura.
"Sigo siendo una vaga, sigo siendo lo peor, como me dice mi discográfica, una tía que tarda mil años en sacar un disco. Y sigo siendo también un culo de muy mal asiento. Amo los cambios y las mudanzas”
Lo que ocurre, traducido al lenguaje honesto, sentido y visceral con que se expresa La Mala (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1979), es que ella va “cociendo y cuajando” sus canciones a fuego lento, sin prisa, pero sin pausa: “Son mías, las traigo de acá para allá, trabajo en ellas, las canto en la ducha y, de vez en cuando, le doy unas cuantas a mi discográfica para que las empaquete y saque al mercado eso tan antiguo y tan caduco que los periodistas llamáis álbum”.
Pero ya nadie escucha álbumes (ella ha editado últimanente dos canciones, Gitanas y Contigo). Ni siquiera ella, que concibe las canciones como “la foto de un instante, algo que te llena un vacío de cinco minutos”. El intento de “capturar un sentimiento o compartir una idea”. “Cuando me muera, o cuando me retire con 82 años, hablaremos si queréis del álbum de mi vida”, remata la rapera de Jerez, “pero de momento es algo provisional, algo en construcción. Una obra inacabada que voy entregándole a la gente en pedacitos pequeños porque en algún momento hay que cerrar las cosas y compartirlas con el mundo”.
En su proceso de creación perpetua, María asegura que se le ocurren “mil canciones por semana”: “Intento no escribirlas. Si pasan un par de días y aún las recuerdo, eso es que a lo mejor son buenas. Ese es mi primer filtro”. La Mala se recuerda así de siempre, “inquieta, curiosa, impaciente”, desde mucho antes de llegar a Madrid siendo una adolescente, hace casi 20 años, y entrar en la rueda de la música y de la vida frenética.
“La gente no cambia. Yo sigo siendo la misma María Rodríguez que se fue a Madrid a buscarse la vida. Sigo siendo una vaga, sigo siendo lo peor, como me dice mi discográfica, una tía que tarda mil años en sacar un disco. Y sigo siendo también un culo de muy mal asiento. Amo los cambios y las mudanzas. Cambiar un mueble de sitio, cambiarle el compás a una canción, cambiarle el adjetivo a un verso, aunque la gente que me rodea esté hasta los huevos de mí y me intente convencer de que ya estaba bien como estaba”.
En la época de su irrupción en la escena nacional, los años que van de Lujo ibérico (2000) a Malamarismos (2007), se recuerda viviendo a salto de mata. “Me parecía divertido. Nunca tienes un duro. Pides un adelanto. Te lo gastas en drogas. Pasa un mes y no has hecho nada de provecho. ¡Y eso es la vida! Porque si no, te pudres y te a-bu-rres”. Eso sí, nunca tuvo un plan B. Sabía cómo iba a ser su vida desde la primera vez que subió a un escenario: “Vi muy clarito que tenía ahí un monstruo, y que eso no cabe en una casa. A eso hay que darle de comer, hay que hacerle sitio. Tuve que decidir siendo aún una cría cómo íbamos a vivir mi monstruo y yo”.
Así habla de sus inicios: “Me parecía divertido. Nunca tienes un duro. Pides un adelanto. Te lo gastas en drogas. Pasa un mes y no has hecho nada de provecho. ¡Y eso es la vida! Porque si no, te pudres y te a-bu-rres”
Así, conviviendo con su monstruo y persiguiendo a su duende, le han ido cayendo los años. “Nunca he sido una intelectualoide ni una gran planificadora. He ido paso a paso, casi siempre tropezando. Pero yo miro atrás y estoy satisfecha con cómo me ha ido la película. Me doy un aprobado”.
La Mala tiene tiempo también para despachar a los que opinan que con los años ha perdido contundencia y rabia (“eso lo dicen los que creen que solo se puede hacer rap genuino en un gueto de Sierra Leona”), que se asoma al pop alejándose de sus raíces urbanas y flamencas (“mi canción favorita es Blackbird, de los Beatles, hay que tener muy poca cultura musical para pensar que el pop tiene algo de malo”) y para exhortarnos “a no fakear”, a ser de verdad: “Si quieres que te escuchemos, no finjas, no te pongas en evidencia, no avergüences a tus padres. Mírate bien el coño, fíjate en lo que ves ahí y comparte. Share! Lo demás son gilipolleces. Vivir una vida que no sea cien por cien tuya es una enorme tontería”.
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