Toda receta de espaguetis comienza eligiendo la olla en la que cueces la pasta. Toda sociedad se construye con cada individuo que la forma.
Aprendí a cocer espaguetis en una cocina incrustada en un armario reconvertido de un pasillo. Un italiano de un metro ochenta sudaba, literalmente, mientras removía hasta el delirio dentro de una olla con agua hirviendo de la que sobresalían los fideos altos. Esa noche aprendí que la pasta hay que agitarla mientras hierve y que las ollas que no son espagueteras son una mierda si pretendes hacer una buena cena. Se cuecen por tramos, no como deberían. Habíamos comprado los ingredientes en un supermercado cercano: tomates, cebollas, guindillas, queso parmesano en taco y pasta. "No, non mangio Barilla.", dijo devolviendo el paquete cuando yo me lancé hacia el envase que supuse más se acercaría a su gusto. Toda la vida engañada por todos los estereotipos lanzados por una excelente campaña de publicidad y su presencia en todos los colmados de mi barrio. Pero, si Fabrizio no la comía, sería por algo.
Barilla es una empresa italiana con sede en Parma fundada en 1877. El bisnieto de aquel primer Barilla multimillonario, hoy presidente y CEO de la firma, declaró que en su publicidad no habría homosexuales. Decir aquello en 2013 fue la bomba. Se llamó al boicot en el mundo en cuestión de minutos. Don Guido Barilla es un señor de una planta exquisita, con mención en la revista Forbes, obvio. El capo de la supuesta mejor pasta del mercado corrió a retractarse en cuanto fue consciente de que quizás todos los que no fuéramos heterosexuales podríamos dejar de comprar sus productos. Imaginen si eso ocurriera.
Mi amigo se avergonzaba de que un italiano tan famoso fuera tan miserabile. Escenificando el adjetivo hasta con las manos al insultarlo. Desde aquello, no ha vuelto a comprar nada de su firma. Fabrizio no es homosexual. Simplemente ejerce su deber como ciudadano. Y da una lección de patriotismo impecable.
¿Somos conscientes de nuestra responsabilidad en la construcción de las certezas que nos rodean?
Hace tiempo que me obsesionan los que no son responsables de nada. Los que hablan de los políticos como si hubieran llegado a nuestras vidas a bordo de naves espaciales. Los mismos que se echan las manos a la cabeza cuando un chaval de instituto termina siendo un radical islamista, pero jamás se pasea por un instituto de la periferia, como bien nos recuerda de vez en cuando el profe Luis. Todos esos que no tienen la culpa de nada también construyen esta sociedad en la que un homófobo de mierda es multimillonario, sin amparar la diversidad sexual en su palabra, obra y omisión. Por su culpa, por su gran culpa hay un ministro italiano que niega la existencia de familias homoparentales. La cadena no deja de llenarse de eslabones. Y cada uno de nosotros une dos extremos de todas esas convicciones homófobas, machistas, violentas, racistas y deplorables con las que nos ahogan. Los credos solo se callan rompiendo las cadenas que los sustentan.
Puede que mi padre termine cagado hasta la cintura después de un simple vaso de horchata. Pero no llorará. Su cuidadora lo cambiará y aseará más alarmada por el pestazo que por las quejas. Lo vi chuparse un dedo después de rebanarse media yema de un dedo cuando su cerebro aún no se licuaba. Como para que yo hubiera crecido echándole la culpa al empedrao; ni aunque hubiera sido coja. Somos responsables de la sociedad que construimos. Somos responsables de que este señor homófobo sea multimillonario cada vez que compramos un solo producto con su apellido. Somos responsables de que el sexo se aprenda a través de la pornografía desde el momento en el que no nos sentamos a hablar de sexoafectividad. Permitimos la peor de las pesadillas desde el momento en el que no exigimos a nuestros políticos planes educativos escolares para que nuestras hijas sepan qué es el clítoris, ya que no hay un solo libro académico que lo incluya. Así además aprenderán cuanto antes lo que son los abusos sexuales. Nadie podrá jugar con ellas ni siquiera cuando no sepan cómo se llama eso que les toca un adulto.
Cualquiera que haya leído a Tom Spanbauer conoce ya al votante que ha hecho presidente a Donald Trump. Como sociedad, Utah no está tan lejos. Dejemos de decir, "madre mía, este Trump" y revoquemos sus argumentos con nuestras acciones. Bien cerquita tenemos a otros que piensan parecido a Trump. Personas con conciencia de espagueti que, como mucho, aspiran a que los cuezan en la olla apropiada para no reblandecerse por tramos.
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