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Machitos de oro

De cómo mantenemos al hombre en el trono de la superioridad

Mensaje machista en una sola imagen.
Mensaje machista en una sola imagen. Getty

¿Cuánta responsabilidad tenemos cada uno de nosotros de extender el discurso machista?

Siempre he dicho que si volviera a nacer, querría nacer hombre. Hombre, cisexual, con la orientación sexual que les dé la gana. Quiero saber qué es lo que implica nacer con el cromosoma XY. Necesito aprender mucho sobre ambos cerebros, ya leo que hay quien está en ello, pero sobre todo muero por sentir lo que experimenta cualquier varón cuando se mete en la cama con alguien como yo. Como yo, que no tengo, a priori, ningún reparo en hacer en ella todo lo que se nos ocurra. Tengo muchas ganas de saber qué se siente cuando tienes una verga en vez de una vulva. Lo que se siente siendo mujer ya me lo sé. Ahora quiero experimentar el sexo oral masculino en mis propias carnes.

Estoy dispuesta a escuchar, admitiendo que sé menos que cualquiera al que le hayan hecho un par de felaciones, pero cada vez que cuento qué supone tener oro entre las piernas me salen expertos en ese mordisco de carne. Algunos esgrimen argumentos tan zafios como “soy ginecólogo, hombre de ciencia”. No porque vayan a explicarme la parte médica del asunto, que agradezco, señoros rebatiéndome lo que siento cuando me lo lamen. Ante la respuesta del número de terminaciones nerviosas de uno y otro órgano, masculino y femenino, reclaman más terminaciones nerviosas que las 4.000 de su glande.

El clítoris es un único órgano. Igual que el pene. El escroto y el perineo son altamente sensitivos, pero van aparte. Ni distinguen lo que tienen a recaudo.

Luzco orgullosa una camiseta con el epígrafe de feminazi, regalo de Diana López, autora de No es país para coños. Entreno a boxeo muchas veces con ella. Si con los que me torteo no me dicen ni mú, no va a ofenderme un niñato escondido detrás de un nombre falso. Lo digo porque, si me siguen en Twitter, acostúmbrense a que me linchen de vez en cuando. Basta con que opine o reviente alguno de los estereotipos en los que se amparan todos esos que quieren pasar a la posteridad por haber alcanzado la categoría de machito de oro. Me inquieta algo cuando me llaman hembrista. Un neologismo barato que casi parece haber sido acuñado en una pataleta por no conseguir lo que se quiere. Suelen usarlo los que van de guays. Se ve que la misandria se les quedaba grande. Nadie usa una palabra cuyo significado desconoce, por eso se inventan esas mierdas.

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Me preocupa el apoyo femenino a estos argumentos. Es con ellas con quien tengo una cuenta pendiente y un dolor de corazón. Hembras que incluso proclaman la existencia de denuncias de violencia machista falsas. A pesar de que el pasado año, denunciamos más agresiones que nunca y admitiendo que aún no se denuncian todas las que se debería. Estas mujeres siempre conocen a un hombre que perdió todo contacto con sus hijos cuando su ex mintió en el juicio, y alguna hasta reclama su derecho a ser piropeada e importunada por esos hombres de los que la gran mayoría escapamos. La sororidad, horrible vocablo que me resulta cacofónico, de cuyo significado me siento orgullosa, hace que me empeñe con estas mujeres. Se perpetúa el machismo desde muchos frentes. Hay mujeres feministas que niegan que sus amigos o familiares puedan ser violentos. Y lo niegan incluso si una mujer detalla un episodio en el que lo ha sido.

Ni yo misma estoy a salvo del discurso machista. Las mejores cosas de mi vida siguen siendo "acojonantes" y la peor de mis pesadillas suele terminar en "coñazo". Lo intento, lo juro. Trato de pensar cómo articular un discurso lo suficientemente feminista. Desangrarme cada tres semanas no ha sido suficiente como para que yo haya encontrado palabras que no sean buenas cuando son masculinas ("acojonante") ni malas cuando sen femeninas ("coñazo").

Según el listado elaborado por Feminicidos.net, llevamos 80 feminicidios y asesinatos de mujeres en lo que va de año. En septiembre, una cada dos días. Con estas muertas sobre la mesa, espeluzna que haya una sola persona que no quiera parar esto. Mientras la fiscalía señala que no llegamos ni a un 1% de las denuncias de violencia de género falsas, hasta en platós de televisión se da credibilidad a este argumento. Se extiende el discurso de la mentira, de la criminalización de la mujer, se lanza el mensaje de que es mejor no denunciar, incluso si es verdad.

Al primer dato falso que se diera, habría que apartar de las cámaras a la persona que lo hubiera pronunciado. O al menos exigir que en ese mismo plató se rebatiera, con datos en la mano, lo pronunciado. Pero hay quien se resiste a no enmendar desde su bendita audiencia. Si hay polémica, mejor. Me gusta creer que #OtraTeleEsPosible. Y sé que da menos beneficios, se arrincona en las parrillas o, directamente, solo se accede a sus contenidos a través de la televisión de pago. Me enorgullezco de pagar por tener a Buenafuente en mi televisor y creerme responsable de su sueldo.

Cada uno de nuestros actos tiene una responsabilidad en los valores que pretendemos transmitir. Si un niño levanta la falda a una niña y se le ríe la gracia, crecerá creyendo que es una broma violentar a una mujer. Minimizar nuestros gestos machistas ayuda a reencarnar al machito de oro.

Ese que siempre hay algo que conseguirá por sus santos cojones.

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