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Columna
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El enemigo está en casa

Hay que ser ciego para no darse cuenta de que cada uno de nosotros puede ser uno de ellos

Lluís Bassets
El líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, aplaude el discurso de Jean-Claude Juncker.
El líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, aplaude el discurso de Jean-Claude Juncker.PATRICK SEEGER (EFE)

El enemigo está dentro. Siempre ha estado dentro, aunque en algún momento haya adoptado la máscara de un enemigo exterior. Sirven las caricaturas de Putin y Trump. Todavía es más útil la figura diabólica de Steve Bannon, preparada para organizar la destrucción populista y xenófoba del proyecto europeo. Reconfortan a las buenas conciencias conservadoras esas derechas tan extremas que se remontan al nazismo y al fascismo como antecedentes.

Nadie como los conservadores británicos encarnan a este enemigo interior, dispuesto a destruir la UE blandiendo el miedo a un enemigo exterior. Eso ha sido la larga marcha hacia el Brexit, construido en la detestación de Europa y el miedo a la inmigración, solo aparentemente arrastrados por el antieuropeo partido de la independencia (UKIP) de Nigel Farage. Pero ahora lo están comprobando también algunos conservadores continentales, incapaces de marcar la línea roja de la decencia que les separa del nacionalismo populista y xenófobo, arremolinados alrededor de la bandera negra y mendaz de una identidad europea en trance de desaparición.

No duda Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión desde 2014 gracias a la mayoría popular en el Parlamento Europeo, con sus sombrías apelaciones contra los nacionalismos y en favor de la soberanía europea, ayer en su discurso del estado de la Unión. Tampoco duda Manfred Weber, el europarlamentario bávaro que aspira a ganar las elecciones europeas en 2019 para sustituirle al frente de la Comisión. Ni el grueso de los europarlamentarios populares, incluidos los ambiguos austríacos, que votaron ayer en favor de abrir, por primera vez, el procedimiento del artículo 7 del Tratado contra la Hungría de Viktor Orbán, por la “amenaza sistémica a los valores” democráticos y liberales.

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Dudan, en cambio, y de qué manera, los eurodiputados españoles del PP, que no quisieron votar en contra y prefirieron abstenerse o, incluso, tres de ellos, votaron a favor. Así es como el enemigo, desplegado en numerosos Gobiernos y Parlamentos a través de extremas derechas y derechas extremas y populistas, ha penetrado ya en uno de los partidos fundadores del europeísmo, el heredero de la vieja democracia cristiana, también contaminado de los relentes supremacistas y excluyentes.

Esta es una amenaza existencial para la derecha democrática y civilizada, dividida entre la conservación de las referencias europeístas y la atracción del abismo ultra e iliberal, un magnetismo que no ha podido resistir el PP español. En su caso se halla atrapado en una sangrante paradoja: no quiere condenar en la Hungría de Orbán lo que más se parece en Europa a la idea que combate en España de una república populista y plebiscitaria, sin división de poderes, ilegalmente aprobada por una mayoría insuficiente en el Parlament de Cataluña hace un año, los días 6 y 7 de septiembre. Los enemigos están dentro, entre los nuestros, y hay que ser ciego para no darse cuenta de que cada uno de nosotros puede ser uno de ellos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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