Defender el humor
La libertad de expresión debe amparar de manera muy especial las creaciones satíricas
La tolerancia de una sociedad se podría medir por su capacidad para reírse de sí misma. Abundan los colectivos que se sienten agraviados con una prodigiosa facilidad y no dudan en linchar públicamente, sobre todo a través de las redes sociales, a todo aquel que ose hacer burla o sátira de sus comportamientos ancestrales o sus costumbres modernas. El pueblo gitano tiene toda la razón en denunciar la discriminación que sufre desde hace siglos y el racismo que lo condena a tener menos oportunidades, algo que no se ha superado en la España del siglo XXI. Pero el humor debe afrontarse siempre desde la tolerancia, porque forma parte de un espacio de libertad irrenunciable. Por eso, la denuncia de la Sociedad Gitana Española contra el cómico Rober Bodegas por un monólogo sobre el pueblo romaní es una muestra de intransigencia y un intento de cercenar la libertad de expresión.
Por su propia naturaleza, la sátira suele ser un espacio que no tiene por qué coincidir con lo “políticamente correcto”. La transgresión y la provocación son condiciones propias de la creatividad, lo que conduce a otorgar un plus de libertad de expresión a los artistas. Las asociaciones gitanas deben ser intolerantes con el racismo, no con los chistes. La sátira exige siempre un cierto margen para la ofensa, con los lógicos límites de no incitar al odio, la violencia o la xenofobia.
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