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MIRADOR
Columna
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Sal a jugar

Ojalá este mundial de fútbol también haga que nos acordemos de lo que nos enriquece jugar con los amigos

Lo importante que es pasar un buen rato y compartir todos juntos la alegría de lanzar la pelota y correr tras ella.
Lo importante que es pasar un buen rato y compartir todos juntos la alegría de lanzar la pelota y correr tras ella.Getty Images

Qué difícil es ser portero. De todas las posiciones, la de guardameta era para mí la más complicada. Había que estar pendiente del juego calculando todas las posibilidades, y cuando llegaban los momentos peligrosos, nadie solía agradecerte las paradas, y solo se escuchaban los reproches que acompañan al desafortunado gol. Todavía recuerdo un verano en Dublín en el que nos pasamos las tardes jugando contra los irlandeses en el parque del barrio. Nuestro equipo foráneo y mixto era una amalgama de españoles, italianos y portugueses. Yo era buena corredora pero pésima para golpear bien el balón, por lo que mi posición solía ser defensiva.

Tenía que confundir a los del otro equipo cruzándome en su juego y tratar de desviarles el balón. Lo que más me gustaba de ese deporte era jugarlo. Notar el latido de mi corazón en la boca atravesando a la carrera toda la pista. El fútbol de barrio se inventaba en los parques y en los descampados, y todos lo pasábamos bien.

Cuando aparecieron los videojuegos de fútbol a finales de los años ochenta los observé con escepticismo. No importa lo sofisticados que se han vuelto a lo largo de las últimas décadas, siempre me han parecido un simulacro absurdo de algo que en realidad necesita la dinámica viva de un grupo de amigos corriendo felices tras una pelota. La idea es vivir el deporte, no embobarse en una ficción de mandos y botones con la nariz pegada a la pantalla. Me trataron de explicar que aquello era como ver por la tele un partido de verdad. Pero nunca me han convencido, los videojuegos pueden volverse adictivos y vacían los parques, los recreos, los polideportivos y los patios. Ya casi nadie sale a jugar a la calle.

Hay algunas ONG que desarrollan proyectos alrededor del fútbol en zonas muy desfavorecidas. Hace algunos años colaboré con una de ellas en República Dominicana. El fútbol era el deporte estrella que animaba la vida de los barrios. Hacía olvidar muchas penurias y consolidaba amistades. Solo se necesitaba compartir un balón y encontrar una buena explanada. El compañerismo que entraña jugar en equipo ayuda a equilibrar nuestras emociones durante la niñez y la adolescencia.

Ojalá este Mundial de fútbol también haga que nos acordemos de lo que nos enriquece jugar con los amigos. Lo importante que es pasar un buen rato y compartir todos juntos la alegría de lanzar la pelota y correr tras ella. Sentir así la energía del universo en la sencilla e improvisada cancha de la amistad que juega en la calle. Hay que salir a jugar y vivirlo.

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