Los gatos y las modas
Desde saltar al interior de la nevera a robar bastoncillos, el autor se pregunta por las pasajeras conductas de 'Mía'

Los gatos se parecen mucho a los seres humanos (tal vez por eso nos gustan tanto). Van a lo suyo –son bastante egoístas-, reparten cariño cuando les interesa y pueden llegar a ser adorables (de hecho lo son cada vez que se percatan de que han rebasado su límite de egoísmo e interés, y así ponen de nuevo el contador a cero). Y también son muy de modas pasajeras. Exactamente igual que el ser humano. La última de Mía es dormir sobre un cojín a la altura de la almohada de la cama. Comenzó hace una semana y, por estadística, le durará otros 15 días más. Como los spinners o los tazos.
Para mí es algo chocante. Como buen y orgulloso hijo de capital de provincias conservadora, nunca he sido muy de modas. Es más, llevo vistiéndome exactamente igual desde que tenía quince años. Igual de rancio y clásico, se entiende. Esta técnica tiene una ventaja: como todo vuelve, si te mantienes fiel a un estilo es probable que, más o menos cada diez años, vuelvas a estar a la moda.

Por eso es aún más excitante la vida con un gato. La leyenda dice que son animales de costumbres, pero les flipa innovar. Sobre todo en el afamado arte de las travesuras y los destrozos en el hogar. Es importante diferenciar entre modas estructurales –rascar el sofá- y modas pasajeras, que son las que nos ocupan en este post.
A Mía le encanta poner de moda cosas, hacer que me adapte a la innovación en cuestión y, una vez hecho a ella, cambiar a otra para evitar que me relaje. Se pasó dos semanas sacando arena de una maceta y desperdigándola por la casa. Cuando por fin ideé un sistema para que la arena se quedara en un recipiente, dejó de interesarle.
Hubo una etapa en la que le apasionaba la mantequilla. Cada mañana, durante unas semanas, se subía a la mesa de la cocina e intentaba pegar unos lametazos. Lo hacía con esa extraña estrategia de los gatos que les hace pensar que llegan a ser invisibles e intentan disimular, pero en realidad no les sale, porque son gatos, y terminan metiendo la zarpa como diciendo “¡Qué demonios, caretas fuera!”. Pero de repente dejó de hacerlo. Tal vez está en plena operación bikini.

Se pasó dos semanas metiendo la zarpa en el agua cuando el grifo estaba abierto. Se sentaba al lado, inclinaba la cabeza, acercaba la extremidad y la quitaba rápido, en cuanto entraba en contacto con el agua. Hace poco le dio por meterse entre dos cajas de zapatos y mirar desde ahí la vida pasar. Era como si estuviera aparcada en batería.
Durante semanas, me llenó los zapatos con los botes del suero fisiológico con el que le limpio las legañas. Cada día, al ir a calzarme, tenía que sacar uno. Luego le dio por dormir dentro de un cajón del baño. Lo usó tres semanas, pero ya es, para siempre, el cajón del baño de Mía.

Las dos últimas modas que ha incorporado son las de morderme los tobillos para decirme que quiere jugar y, la más peculiar, ir sacando bastoncillos de su caja para llevarlos a un supuesto lugar secreto, que no era otro que una esquina de la cocina. Allí los dejaba todos, amontonados. Pero claro, como todo, pasó de moda y los pobres se quedaron allí, olvidados, hasta que un día me encontré con el tótem. Ahora también está de moda la nevera. Mejor dicho, el asalto a la nevera. Ha descubierto que puede llegar de un salto y, cada vez que la abro, allá va.
Siempre me pasa que cuando veo a un amigo que va a lo que se supone que es la moda me pregunto: ¿cómo sabrá lo que está de moda? ¿De dónde sacará las tendencias? ¿Cómo narices sabe lo que es una tendencia? Al final no es más que otro instinto animal. Menos mal que adopté a Mía para tapar esa carencia. Voy a comprarme ahora mismo una camisa estampada. Animal print de gatitos, por supuesto.
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