La cinta
El marianismo sobrevivirá porque no se mueve. Lo que ocurrirá, con el tiempo, es que nadie sabrá dónde está


Una de las consecuencias positivas que tendrá la marcha de Mariano Rajoy es la caída no del marianismo, sino de la marianología, una de esas ciencias a la que muchos hemos consagrado numerosos artículos con vocación de ensayo. Con la extinción del tiempo político de Rajoy, que se prolongaba casi 40 años (la media de vida de un gallego en el poder), se extingue por tanto el de sus exégetas, ese grupo abundante de críticos que siempre encontrábamos, cuando le poníamos distancia, un trozo de ADN que nos permitía reconstruir la primera especie del gallego emigrante no en busca de fortuna sino de influencia. Unos se iban a Buenos Aires a ser camareros y otros llegaban a Madrid para ser ministros, decía Camba; no siempre a los segundos les iba mejor. En cualquier caso es seguro que más tranquilos vivían los argentinos.
Hace años un colaborador suyo, conocedor de mi gusto por el personaje, me describió una escena en la que se destilaba el marianismo puro; su esencia, prácticamente. El diamante, que era lo que quería esa familia que mandaba una y otra vez los restos del ser querido al horno crematorio: “Denle una vuelta más a estas cenizas, queremos el diamante” (la historia es de Miguel Noguera).
Sucedió cuando España estaba a punto de pedir el rescate porque la prima de riesgo andaba por las nubes. El expresidente se encontraba en una cumbre internacional y decidió caminar de mañana sobre la cinta en el gimnasio. Tenía delante una televisión con el canal internacional en el que prácticamente se veía subir poco a poco la prima. Rajoy caminaba mientras rompía a sudar a chorros, enfrascado en una batalla mental contra los números. Aquel momento histórico —Rajoy en pantalón corto contra los mercaos, amigo— fue probablemente la mayor gestión que hizo respecto a la prima, que bajó pidiendo auxilio.
Rajoy ha caducado porque no es lo mismo continuar tras una derrota electoral que hacerlo tras ser tumbado después de una victoria. Pertenece a una época y a una manera de hacer política construida sobre la fortaleza de un partido, de ahí que, por ejemplo, los méritos acumulados dentro de la organización sirviesen para tareas del gobierno. De ahí también que no fuese raro que la habilidad para colocar las sillas en los mítines y la pericia en la organización de actos —los mismos que le han llevado al pozo— terminase con una cartera de Sanidad.
El marianismo sobrevivirá porque no se mueve. Lo que ocurrirá, con el tiempo, es que nadie sabrá dónde está. Que es lo que pasará con el PP si sigue creyendo, como ocurría en el bipartidismo, que al poder se llega por aplastamiento y se ejerce sin amigos.
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