Azzedine Alaïa, en 60 vestidos
El Design Museum de Londres reúne las piezas icónicas del diseñador francotunecino a través de unas piezas que él mismo escogió antes de morir
“Siempre me siento libre. Cuando no quiero algo, no lo hago”. Esta frase de Azzedine Alaïa, una de las que mejor le definieron como persona y como creador, abre la exposición en la que el diseñador estuvo trabajando hasta su muerte en noviembre pasado. Azzedine Alaïa: The Couturier, la muestra inaugurada en el Design Museum de Londres el pasado jueves, ofrece un recorrido, a través de 60 piezas, en su mayoría, vestidos de alta costura de entre principios de los años ochenta y el 2017. Algunos de estos diseños hicieron del francotunecino un modista genuino.
La antológica tiene la particularidad de que fue concebida y comisariada por el propio Alaïa poco antes de morir. “Él estaría feliz hoy”, asegura a EL PAÍS Mark Wilson, el otro comisario y estrecho colaborador de Alaïa en otras cinco exposiciones. “Esto es lo que decidimos juntos, es exactamente lo que le enseñé, centímetro a centímetro”.
Radicalmente independiente, Alaïa se guiaba solo por sus propias normas —para presentar sus colecciones no se plegaba al calendario de desfiles—, pero veneraba los valores de la alta costura. Con la aguja, destacaba por su maestría técnica y por su experimentación sin límites con los materiales, jugando a despojarlos de sus características tradicionales. Así, en sus manos, el chifón se volvía fuerte y poderoso; el cuero, elegante y delicado.
Redefinió la silueta femenina con vestidos icónicos como el zipper (cremallera), y era famoso por trabajar directamente sobre el cuerpo de las modelos para que las prendas fueran como una segunda piel. Todo eso y mucho más queda patente en esta exposición, para la que su atelier rehizo expresamente los 60 vestidos con el fin de que se adaptaran a la forma alargada de los maniquíes invisibles en los que están expuestos. El efecto —las prendas parecen flotar—, es poético y bello, y revela la destreza de un artista formado como escultor. “Son como estatuas”, apunta Alice Black, codirectora del Design Museum, y quien tuvo la idea de dedicar a Alaïa la primera gran exposición de moda en la institución desde que ocupa su nuevo emplazamiento en Kensington.
Sobre la muestra, que no está organizada cronológicamente, Black explica que no pretende ser “un resumen de todo lo que hizo de principio a fin”. “Es un estudio de una serie de piezas importantes de su trayectoria, agrupadas por temas, que muestran características recurrentes en su trabajo como la precisión y la innovación en los materiales”. Entre esos temas destaca su pasión por las infinitas tonalidades del negro —“Para mí es un color feliz”, decía—, o la inspiración que siempre halló en España. No por casualidad, aseguraba que su primer encuentro con la moda había sido Las Meninas de Velázquez. Su perfeccionismo, casi patológico, implicaba que Alaïa podía llegar a dedicarle años enteros a un solo vestido. Cualquiera de los 60 aquí expuestos pasó por su exigente filtro. “Todos eran especiales para él; si no, no los habría elegido”, señala Mark Wilson.
Los distintos temas están separados por cinco paneles realizados para la ocasión por diseñadores industriales que Alaïa conocía, admiraba y, en algunos casos, coleccionaba. Desde Marc Newson a los Bouroullec, pasando por Christoph von Weyhe, su compañero de muchos años.
“Las pantallas dialogan con los vestidos y sirven de telón de fondo”, señala Wilson. “Todos aceptaron porque lo adoraban”. Y esa es otra de las virtudes, tal vez la más importante, por las que Alaïa será recordado: no solo era admirado por quienes lo conocían, sino también querido. Atesoraba infinidad de amigos y en la cocina de su atelier, donde comía con sus empleados cada día, siempre dejaba algún cubierto libre por si alguno de ellos se dejaba caer. La modelo Naomi Campbell, a quien Azzedine acogió en su casa cuando llegó a París con 16 años, lo llamaba “papá”.
Ni Alice Black, Mark Wilson o el propio Alaïa llegaron a temer nunca que el costurero, que falleció el 18 de noviembre de 2017 a los 82 años como consecuencia de una caída, no llegara a ver inaugurada su exposición. “A nadie se le pasó por la cabeza. Estaba tan activo como siempre, creando, y no se planteó esta muestra como un canto del cisne”, dice Black. La frase con la que se cierra la visita es su mejor testamento: “Mi obsesión es embellecer a las mujeres. Cuando creas con eso en mente, las cosas nunca pasan de moda”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.