Pánico a Rivera (y más tras el CIS): el síndrome Macron
El bipartidismo tiene motivos demoscópicos para sentir que van hacia las urnas por un despeñadero
El Gobierno Rajoy ha invitado al PSOE a pactar los cargos del Banco de España con Ciudadanos fuera de la negociación, ya por otro carril. Parece que Rivera y ellos ya no encajan en la misma foto. La imagen del viejo bipartidismo evoca, cada vez más, aquel memorable cartel de La Giovinezza de Paolo Sorrentino: dos tipos envejecidos en la piscina de un spa alpino (Michael Caine y Harvey Keitel) que miran enconadamente a Miss Universo esplendorosamente desnuda como Venus saliendo de la concha. El fotograma retrata la decadencia de dos tipos grandes, que disfrutaron del éxito, pero no supieron conservar una reserva de inteligencia para su decadencia. La juventud es el espejo que les coloca ante la realidad. Y así parecen sentirse PP y PSOE, inevitablemente mencionados cada vez más como “el viejo bipartidismo”, mirando con recelo la giovinezza de Ciudadanos.
La negociación sin ellos para designar gobernador y subgobernador del Banco de España no es la primera. Con el Poder Judicial, con RTVE, el SMI, los aforamientos… "El viejo bipartidismo sigue prefiriendo el dedazo en un cuarto oscuro para nombrar (…) no tienen remedio, prefieren el dedazo en lugar del mérito y capacidad de los candidatos" se ha lamentado estos días atrás Rivera. Claro que el bipartidismo tiene motivos demoscópicos para sentir que van hacia las urnas por un despeñadero. Incluso el CIS, siempre de cocina a fuego lento a partir de la intención directa que lidera Ciudadanos, aprieta otra media vuelta de tuerca.
El enemigo a batir –esta es la paradoja– ya no es el Gobierno sino Ciudadanos. El PP evita la agresión directa por razones obvias, pero Rajoy alimenta ásperamente el imaginario de parlanchines inexpertos, como en la convención de Sevilla. Desde el tercer peldaño, Pedro Sánchez, con mayor desenfado, habla de Ciudadanos como “el VOX de la política española”, léase ultraderechistas, “a la derecha del PP”, y de hecho su número dos, Adriana Lastra, los descalificó directamente de falangistas. No hay que preguntarse ¿quién teme a Ciudadanos? A todas luces, y más tras este CIS, el viejo bipartidismo está en DefCon Uno.
Claro que ellos no son los únicos. El nacionalismo acentúa ese clima de pánico general. En el secesionismo catalán, a quienes solo la mayoría en el Parlament alivió del sapo del triunfo de Arrimadas, se las gastan sin escrúpulos. Los CDR interpretan la realidad atacando sus sedes. Y lo del PNV va a más. Su presidente, Andoni Ortuzar ha justificado en El Correo haber acudido a salvar al soldado Rajoy: “un adelanto electoral a otoño solo beneficiaba a Ciudadanos. He hablado con todos los partidos en los últimos tiempos y todos se han confesado. Todos nos decían, 'oye, al final entraréis, ¿no?'. Si no el desastre estaba ahí, el otoño naranja en El Corte Inglés”. El líder jeltzale no se corta un pelo, disfrutando del gol de las pensiones. Claro que ese gol del PNV fue en claro fuera de juego regalado por el árbitro desde la Moncloa. Todos contra Ciudadanos. También los líderes sindicales.
Albert Rivera suscita el síndrome Macron, el advenedizo capaz de derrotar a los grandes partidos históricos. Y hay miedo, aunque no se admita. La negación de esa realidad, eso sí, es como la de esos borrachos que van dando tumbos mientras le patinan todas las vocales pero aseguran estar sobrios. No engañan a nadie. Ciudadanos ha ganado un perfil más largo, de catch-all party, liberales en economía, con perfiles socialdemócratas pero valores conservadores, pescando en todos los caladeros. Por supuesto ya cargan con un puñado de contradicciones, como investir al cifuentismo bis en Madrid; a cambio se han cobrado tres presidentes, también en Murcia y Rioja. Sin embargo, en este momento su mayor aval es el propio temor que inspiran al viejo bipartidismo y a los nacionalistas. Eso les configura como gran alternativa. De momento a quien el CIS se la dé, San Pedro se la bendiga.
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