La justicia es ciega, que se lo digan a Alfie Evans
Las leyes se hicieron para las personas y así deberían aplicarse
En los tribunales italianos figura escrito bien a la vista de los presentes: “la Ley es igual para todos”. Esto parece lo lógico por igualitario, pero la realidad humana es mucho más compleja. Y eso sin contar que hay quienes —y no son pocos— directamente tratan de retorcer ese sistema igualitario en beneficio propio. En esa misma Italia hay un dicho: “Para mis amigos todo; para los demás, la Ley”. En cualquier caso, se representa a la Justicia como una mujer con una balanza en una mano, una espada en la otra y los ojos vendados. Francamente, esto último no es nada tranquilizador. Imaginemos que la figura alegórica de un cirujano fuera una médico con las radiografías en una mano, el bisturí en la otra y la mascarilla tapándole los ojos. Pues hay veces en que pasa lo mismo.
Alfie Evans nació el 9 de mayo de 2016. En diciembre de ese año comenzó a tirarse hacia atrás en la silla y a hacer movimientos extraños. Sus padres, Tom y Kate, notaron que el niño estaba muy débil. Ese mismo mes fue internado en el hospital infantil Alder Hey de Liverpool. Allí se le diagnosticó una infrecuente enfermedad degenerativa. Siguió ingresado, perdió la conciencia y terminó conectado a una máquina de soporte vital.
En junio de 2017 comienzan las discrepancias entre médicos y padres. Los primeros consideran que las posibilidades de recuperación son escasas y que es mejor desconectar el soporte vital al niño. Tom y Kate exponen que, aunque Alfie está en estado semivegetativo, existen tratamientos donde los enfermos han experimentado cierta mejoría. Y aquí entra en juego la señora de la balanza, la espada y la venda.
Comienza una batalla judicial entre los Evans y el hospital. Sentencias, apelaciones, recursos y más recursos. Tribunales locales, nacionales, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y hasta visitas al Papa. Tom y Kate —de apenas 21 y 20 años— confiesan estar “viviendo una pesadilla” y el hospital asegura haber agotado todas las opciones terapeúticas. Médicos y centros hospitalarios de otros países intervienen en la polémica. Desde Estados Unidos, Polonia e Italia se ofrecen a tratar al niño, pero los jueces no dejan salir a Alfie de Reino Unido. Y el hospital —que está en los tribunales pleiteando para desconectar el respirador— lo desaconseja porque el viaje pondría en riesgo su vida. El cirujano ciego ha entrado en la sala.
El 23 de abril es un día decisivo. Perdidos todos los recursos de sus padres, a Alfie le retiran el respirador. Los especialistas del Alder Hey creen que el niño morirá en poco tiempo. Pero no es así. Alfie respira por sí mismo. Horas después, Tom y Kate logran que se le vuelva a alimentar. ¿Cómo es posible? Hay quienes lo atribuyen a un gravísimo e imperdonable error de diagnóstico, a la imprevisibilidad propia del cuerpo humano —por muy pequeño y castigado que esté— o a un milagro. A un servidor le gusta el detalle de que Italia había concedido la nacionalidad al niño para trasladarlo inmediatamente a Roma... y el primer acto de Alfie como italiano fue desobedecer a los jueces y llevar la contraria a los médicos.
Ayer, Tom y Kate se rindieron. Pidieron a quienes les apoyan que se vayan a casa como ellos mismos quieren hacer con Alfie. No han logrado quitar la venda no a la justicia ciega, sino a quienes la administran.
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