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MIRADOR
Columna
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‘Westworld’

Es buen momento para examinar el abismo que separa la inteligencia artificial actual de la de 1977, cuando se estrenó la peli en que se basa la serie

Javier Sampedro
Presentación el pasado martes en Hollywood de la segunda temporada de ‘Westworld’.
Presentación el pasado martes en Hollywood de la segunda temporada de ‘Westworld’. Jeff Kravitz (FilmMagic for HBO)

Ahora que arranca la segunda temporada de Westworld, la serie de HBO sobre un parque temático que sumerge a los visitantes en un entorno del salvaje Oeste habitado por robots, un entorno que les permite matar y copular como si no hubiera un código moral, ni penal, justo ahora, es buen momento para examinar el abismo que separa la inteligencia artificial actual de la de 1977, cuando se estrenó la peli protagonizada por Yul Brynner en que se basa la serie. No lo digo yo, sino la élite de las ciencias de la computación. Robin Murphy, directora del laboratorio de inteligencia artificial de la Universidad de Texas A&M y fundadora de Roboticistas Sin Fronteras, con perdón por el neologismo y en espera de que la Academia encuentre una opción, aunque sea esa misma, ha dedicado un interesante ensayo al tema en Science Robotics, que revela tres saltos cualitativos entre Yul Brynner y la serie actual.

Primero, la peli de 1977 representaba unos robots que eran, bueno, robóticos, si me permitís el chiste circular: meras extrapolaciones del autómata industrial que empezaba en la época a trabajar en las cadenas de montaje. Un buen papel para Yul Brynner. Los robots del Westworld de hoy dejan a Yul a la altura del betún, porque tienen inteligencia artificial (IA) en el sentido moderno: un sistema que les permite aprender y extraer pautas abstractas de la experiencia.

Segundo salto, los guionistas ya no adoptan el punto de vista de los humanos, como en 1977, sino el de los robots, que son los verdaderos protagonistas de la serie. Los pocos humanos que salen ahí en el lado de los héroes son los que empiezan a plantearse que los robots puedan tener consciencia, y esto nos lleva al tercer salto: que los científicos y legisladores de la serie empiezan a preocuparse no ya de proteger a los humanos de los robots —un género en sí mismo desde que Asimov ideó sus tres leyes—, sino de proteger a los robots de los humanos, que es una forma de pensar mucho más de nuestro siglo. “Cuando un ordenador tenga consciencia, deberá tener derechos humanos”, dijo Peter Singer, una autoridad de la filosofía ética contemporánea.

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El abismo que va de Westworld, la película, a Westworld, la serie, es el mismo que va de la IA débil a la IA fuerte. El epítome de la IA débil es el filósofo John Searle (Denver, 1932), de la Universidad de California en Berkeley, que cree que un robot puede simular la inteligencia humana, pero no tenerla. Me pregunto qué sentirá Searle si ha visto la nueva encarnación de Yul Brynner en el Westworld de hoy.

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