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Misión por cumplir en Siria

El ataque conjunto de Estados Unidos, Francia y Reino Unido en Siria sigue generando controversia en la prensa internacional una semana después

Misiles en la noche de Damasco, durante el ataque del pasado 14 de abril.Vídeo: Hassan Ammar (AP). Reuters-EPV
Carla Mascia

¿Qué legalidad tiene una operación militar que se decidió fuera del marco del Consejo de Seguridad de la ONU y sin consultar los parlamentos nacionales? ¿Existe más allá de los bombardeos aliados una estrategia occidental para acabar con la masacre perpetrada por el presidente sirio, Bachar el Asad, contra su población? ¿Es razonable que las potencias europeas apoyen a un presidente imprevisible cuya impulsiva política exterior se dirime a golpe de tuit? Una semana después del ataque contra los principales centros de investigación y producción de armas químicas del régimen sirio, la operación militar conjunta de Estados Unidos, Francia y Reino Unido sigue generando controversia en la prensa internacional.

La respuesta de Occidente al ataque químico contra civiles perpetrado días antes en la ciudad de Duma, “ineluctable” (Le Monde), “justa” (Financial Times) y “vital” (Washington Post) para algunos, fue percibida por otros medios como la máxima expresión de la incapacidad de la comunidad internacional para encontrar una salida diplomática al conflicto sirio. Una decisión arriesgada, sin mandato de la ONU tras el veto ruso, en una región al borde de la implosión como lo demuestra la creciente escalada de tensión entre Israel e Irán. Pese a las divisiones generadas por la ofensiva, una pregunta es común a todas las cabeceras: ¿y ahora qué? La próxima visita del presidente francés, Emmanuel Macron, a su homólogo ruso, Vladimir Putin, deseoso de que la comunidad internacional levante las sanciones económicas contra su país, abre una esperanza aunque muchos analistas mantienen el escepticismo tras siete años de guerra y cerca de medio millón de muertos.

Trump “hizo bien en ordenar el ataque”, estima The Washington Post, que calificó de “prudente” que las fuerzas armadas se hayan limitado a atacar el arsenal químico del régimen sirio, minimizando de esta forma el riesgo de una confrontación directa con Rusia o Irán. No reaccionar hubiera sido, según Le Monde, “enterrar definitivamente la credibilidad, ya dañada, de las potencias respetuosas del derecho internacional” y consagrar la impunidad de los autores de crímenes de guerra. La publicación insiste en la necesidad de no reproducir los errores de la administración Obama que en 2013 renunció a llevar una acción militar conjunta contra el régimen de El Asad después de una agresión con gas sarín contra la población de Guta. “Asad y los países que apoyan al dictador tienen que saber que aún existe una comunidad de naciones dispuesta a no dejar impunes los crímenes de guerra”, coincide Financial Times.

Una visión que no comparte The New York Times que, pese a calificar el ataque de Duma de “atrocidad”, advierte del peligro que supone la tendencia creciente de los presidentes de Estados Unidos, tras el 11 de septiembre, a prescindir del aval previo del Congreso si consideran que un ataque es en el interés de EE UU y no implica riesgos para las tropas en el terreno. Esta interpretación de la ley —a la que, asegura el diario, el expresidente Barack Obama y Trump han recurrido para luchar contra el Estado Islámico 37 veces en 14 países—, deja vía libre a un líder que, además de ser “inestable” e “insensato”, considera la acción militar como un juego y practica una política exterior regida por la amenaza y el insulto.

En la misma línea, The Guardian considera que la decisión de atacar Siria tendría que haberse tomado desde el Parlamento británico y no en Downing Street, más aún cuando el Gobierno está en minoría. La primera ministra británica, Theresa May, muy criticada por la oposición, debería, según la publicación, haber seguido el ejemplo de su predecesor, David Cameron, cuya proposición de bombardear el país árabe en 2013 fue rechazada por el Parlamento. Un acto “humillante” al que el entonces primer ministro “no dudó en someterse tras el precedente de la intervención británica en Irak de 2003”.

En Francia, donde la Constitución permite al presidente tomar la decisión de lanzar una ofensiva de forma unilateral, la postura de Macron ha sufrido numerosas críticas por parte de la oposición y de algunos medios. “Hay un problema democrático, usted decide solo. ¿Le parece normal ese poder arcaico?” le preguntó al presidente en una entrevista Edwy Plenel, director de Mediapart. Por su parte, la politóloga y coronel Caroline Galactéros califica el discurso del mandatario de “moralizador” y “colmo del cinismo en relaciones internacionales” en una tribuna en Le Figaro. “Francia está en peligro de encabezar una guerra que no es la suya y que neutraliza la ambición del presidente de tomar el liderazgo político y moral de la UE”, advierte. Para Bertrand Badie, politólogo francés, el problema es más global e implica un cambio de paradigma tanto en la forma que adoptan los conflictos interestatales como en su gestión. “Estamos en una situación de ilegalidad total en la que las relaciones de fuerza son las que mandan”, explica el investigador en la radio pública France Inter, convencido de que ”si el Consejo de Seguridad de la ONU no se pronuncia, no hay comunidad internacional”.

En los países europeos que se negaron a participar al ataque del pasado 14 de abril, la gran mayoría de los medios ha calificado la intervención de “innecesaria” y “peligrosa”. “No hay una coherencia global detrás de la voluntad de escalada, sino más bien un deseo de destrucción y ruina. ¿Quién lo sabría mejor que nosotros los alemanes?”, se pregunta la revista Der Spiegel, mientras Andrea Bonanni, editorialista de La Repubblica, acusa Macron de “no haber pensado en Europa”, acuciado por presentarse ante Trump como el único actor creíble en tiempos de Brexit. El líder que tanto aboga por la solidaridad europea “no ha dado hasta ahora la mínima prueba concreta de ello, ya sea en la crisis de los migrantes o en materia de política industrial”.

Un conflicto sin final a la vista

La prensa internacional —incluso las cabeceras que apoyaron la ofensiva— no ve en los bombardeos aliados un paso adelante para encontrar una salida pactada a una guerra que ha entrado en su séptimo año. En un conflicto caracterizado por la multiplicidad de frentes abiertos y la dificultad de analizar las prioridades geopolíticas de cada uno de los actores implicados, la respuesta “quirúrgica” de Occidente basada en la doctrina de la “línea roja” heredada de la administración Obama, no abre un horizonte de esperanza y sobre todo, asegura Financial Times, “no reemplaza una estrategia diplomática”. Estados Unidos y sus socios aún no han conseguido nada que pueda incrementar la perspectiva de un final para el calvario indescriptible que sufren millones de sirios, estima la publicación.

“No habrá una solución militar a este conflicto. Y si bien una solución diplomática ha resultado difícil de alcanzar, es la única que detendrá el derramamiento de sangre”, sentencia Le Monde. No haber aprovechado la acción coordinada de los aliados para obligar al régimen sirio a negociar una salida política al conflicto fue un error según opina Haid Haid, investigador en el King’s College de Londres, en The Guardian. Haid, en contacto con fuentes en el país árabe, expone la esterilidad de la ofensiva en boca de un profesor de Alepo: “Es irónico ver que la tensión que precedió el ataque haya salvado más vidas que el ataque en sí. El Asad seguramente se sintió aliviado al darse cuenta de que la comunidad internacional aún no se siente concernida por las demás armas que nos matan a diario”. “Alguien como Trump que prohíbe a los sirios entrar a su país difícilmente puede sentir compasión por los que mueren en siria a miles de kilómetros”, zanja la politóloga, Malak Chabkoun, en su columna en Al Jazeera.

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Sobre la firma

Carla Mascia
Periodista franco-italiana, es editora en la sección de Opinión, donde se encarga de los contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es licenciada en Estudios Europeos y en Ciencias Políticas por la Sorbona y cursó el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Antes de llegar al diario trabajó como asesora en comunicación política en Francia.

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